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La furia, el miedo, la culpa
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Ángeles Caballero

Ideas ligeras

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La furia, el miedo, la culpa

“¡Me va a decir un político cuándo voy a ver a mi madre!”, escucho en el mercado. Pues sí, merluzo

Foto: Foto: EFE.
Foto: EFE.

Escribo este texto desde la furia. También desde el 'clasemedianismo' y desde lo más profundo de la generación sándwich a la que pertenezco. La que cuida a una madre a la que desde hoy prohíben visitar en la residencia, la que cuidará con su marido de los hijos que permanecerán en casa durante las próximas dos semanas.

Escribo desde el miedo. Ese que viaja veloz por mis venas cuando pienso en la señora que me parió, a la que imagino presa del miedo, la confusión y la ansiedad por no verme. También escribo por el temor. El de volver a sentirme presa de los cuidados y por tanto poco profesional para todo lo que los jefes esperan de mí en esta condición de autónoma.

Tecleo movida por el pavor que me produce el teletrabajo con dos criaturas a las que una no sabe cómo mantener tranquilas, pensando en una solución de urgencia y políticamente incorrecta y salvaje. Ojalá tener a mano el dardo con el que los cazadores disparan a los leones para facilitar la presa. Y la culpa. La maldita culpa.

Foto: La entrada del colegio público Juan Ramón Jiménez, en Torrejón de Ardoz, donde una maestra ha dado positivo en coronavirus. (Foto: P.G.)

Escribo tensa como bloque de hormigón, repitiéndome a mí misma que todo sea por la salud pública. Y qué orgullosa me siento del sistema sanitario español que pagamos entre todos. Y que viva el Estado del bienestar.

Pero maldita sea mi estampa si toso, o me tosen. Se me acaba el Fairy en el que me embadurno las manos cada dos por tres. Tengo una nevera pequeña y poco espacio para congelar un millón de filetes. Pero ante todo, mucha calma. “Tampoco estamos en la tercera guerra mundial”, me dicen.

“Estoy pensando mucho en ti con esto del cierre de los coles”, me dice una amiga. “Te da tiempo a escribir tres novelas”, me dice otra, que se plantea huir a su segunda residencia, churumbel en mano, durante esta quincena improvisada. Perdonadme, queridas, qué poquita gracia tiene este asunto. Venid a casa, traedme vino y torreznos. Decidme que todo esto pasará.

Foto: Enfermos atendidos en masa en plena epidemia de la llamada gripe española.

Decidme que no me pasaré dos semanas negociando el consumo de televisión e internet. Decidme que de repente, una mañana, por obra y gracia de Fernando Simón, Isabel Díaz Ayuso y todos los epidemiólogos del mundo, podré meterme en el metro sin temor al contagio, estarán todos los deberes hechos, podré volver a besar y dar la mano (limpia siempre) cuando se tercie. Decidme que no me volveré una hipocondriaca.

Que el martes 10 de marzo, cuando vaya a recoger a mis hijos, excitadísimos ante la vidorra que les espera, no veré a tantos abuelos haciendo lo mismo que yo como estos días de ruido y caos. Tampoco veré los parques llenos de señores mayores, permanentemente cansados, asumiendo un trabajo que no tendría que corresponderles. Asumiendo también un riesgo innecesario. Habrá casos y casos, sí. También habrá irresponsabilidad.

“¡Me va a decir un político cuándo voy a ver a mi madre!”, escucho en el mercado. Pues sí, merluzo. Pues sí.

Escribo este texto desde la furia. También desde el 'clasemedianismo' y desde lo más profundo de la generación sándwich a la que pertenezco. La que cuida a una madre a la que desde hoy prohíben visitar en la residencia, la que cuidará con su marido de los hijos que permanecerán en casa durante las próximas dos semanas.