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Ángeles Caballero

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El Congreso, del confinamiento al lodazal

El Congreso de los Diputados se ha convertido en una reunión de niñatos desalmados. Niñatos, sí. Sin alma, sí. Y sin vergüenza

Foto: El Congreso, del confinamiento al lodazal. (EFE)
El Congreso, del confinamiento al lodazal. (EFE)
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El Congreso de los Diputados también tiene su propio tendido 7, como en Las Ventas. Para los no aficionados a la tauromaquia, se trata de un grupo de aficionados a los que todo, en general, les parece mal. Lástima que desde la tribuna a la que este miércoles volvíamos los periodistas era imposible ponerle cara al señor que no paraba de parlotear durante las intervenciones con una colección de gracietas sin gracia. Un diputado motivadísimo al que todo lo ocurrido en este pleno le provocaba comentarios en voz alta. A Edmundo Bal, por ejemplo, le llamó "vendido", y cuando intervino la ministra de Igualdad, Irene Montero, repitió una y otra vez lo de "jo, tía". A eso le llamo yo brillantez.

No fue el único. Un diputado protestó por la falta de silencio mientras intervenían los miembros del Gobierno y alguno le respondió con el adjetivo calificativo "feo", para gran jolgorio de la bancada popular. También hubo tensiones entre José Luis Ábalos y Antonio González Terol. Este último, además, se medio encaró con Pablo Iglesias mientras este abandonaba el hemiciclo. Ay, qué no harán algunos con tal de obtener un minuto de caso de sus compañeros de partido.

Foto: El vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, comparece este jueves ante la Comisión de Derechos Sociales del Congreso. (EFE)

Este miércoles, para sorpresa de muchos, ese tendido 7 fueron los diputados del PP y no los de Vox. Si en vez de mascarillas portaran almohadillas, las habrían tirado. Debe ser difícil convivir con tanta intensidad.

La endemoniada acústica de la Cámara Baja impedía escuchar a algunos de los comparecientes en este primer pleno con periodistas desconfinados. Al primero, el presidente del Gobierno. Pedro Sánchez es mucho más alto que Paco Martínez-Soria, pero también es don Erre que Erre. Y nadie le saca de ahí. Sigue transmitiendo la misma empatía que un ficus y la chaqueta le tiraba un poco en la espalda. "Fíjese que ahora no le persiguen los fotógrafos al llegar al hemiciclo. Así no le roban el alma", susurró uno de los ujieres del Congreso.

También terco nos ha salido Pablo Casado, aunque esta vez dejó a sus subalternos deleitarnos con el nuevo mantra popular. Ese que dice que la culpa de la masacre en las residencias de ancianos la tiene ahora Pablo Iglesias, alias Mando Único. El único que tiene todo el mando, como le explicó Teodoro García Egea a Carlos Alsina el lunes en la radio. Aprende lingüística con Teo. Qué suerte tenemos.

De esta sesión, como en 'First Dates', han surgido dos citas. O dos cafés más bien. El de Carmen Calvo con Cayetana Álvarez de Toledo fue el primero, propuesto por la vicepresidenta primera a la portavoz popular. Una intuye que Álvarez de Toledo no necesita malgastar el tiempo en gesticular porque todo lo centra en sus preguntas, en esa superioridad de vocabulario en que a veces se excede, como si estuviera encantada de epatar al personal. Por eso también parece que considera a Calvo una buena contrincante. Otra mujer que también se faja, pero no recurre al aspaviento. Cuando intervienen, Sánchez y Casado las miran como miran los padres a los hijos en la función de Navidad del colegio.

El segundo café, entre Teodoro García Egea y Pablo Iglesias, tiene menos probabilidades que llevarse a cabo.

El tono de Olona fue tan inquietante que impedía saber si te preguntaba cómo te encuentras o te estaba deseando las siete plagas bíblicas a la vez

Mientras, en la bancada de Vox, llamó la atención cómo la diputada Macarena Olona se ha 'monasterizado'. Habló tan bajo, con tanta dulzura, que costaba escucharla. Un tono inquietante que te impide saber si te pregunta cómo te encuentras o te está deseando las siete plagas bíblicas a la vez. Un tono pasivo-agresivo que también puede haber copiado de Pablo Iglesias. Mientras, la presencia de Santiago Abascal en su asiento fue un visto y no visto. El suficiente para comprobar que se ha pasado metiendo el bajo de los pantalones.

También fue breve la intervención de Iván Espinosa de los Monteros. Pero fue suficiente para que María Jesús Montero entrara al trapo en unos 10 segundos y le recordara la manifestación convocada en el centro de Madrid para pedir la dimisión del Gobierno. Montero habló de irresponsables subidos en sus descapotables. Se nota que por allí no pasó ese sábado.

Ojalá ningún familiar de los fallecidos por el coronavirus, tampoco un enfermo grave, haya visto y escuchado la sesión en el Congreso

Ojalá ningún familiar de los fallecidos por el coronavirus, tampoco un enfermo grave, haya visto y escuchado la sesión de este miércoles en el Congreso de los Diputados. Ojalá ninguno de los sentados en sus escaños haya perdido a alguien por culpa de la pandemia. Solo eso explica el tono, las formas, el lodazal en el que nadan felices muchas de sus señorías. Es una reunión de niñatos desalmados. Niñatos, sí. Sin alma, sí. Y sin vergüenza.

Lo único bueno de todo esto es que nos sirve para constatar, sin temor a equivocarnos, que a la política no llegan los mejores. También, para nuestra desgracia, que tenemos los políticos que nos merecemos.

El Congreso de los Diputados también tiene su propio tendido 7, como en Las Ventas. Para los no aficionados a la tauromaquia, se trata de un grupo de aficionados a los que todo, en general, les parece mal. Lástima que desde la tribuna a la que este miércoles volvíamos los periodistas era imposible ponerle cara al señor que no paraba de parlotear durante las intervenciones con una colección de gracietas sin gracia. Un diputado motivadísimo al que todo lo ocurrido en este pleno le provocaba comentarios en voz alta. A Edmundo Bal, por ejemplo, le llamó "vendido", y cuando intervino la ministra de Igualdad, Irene Montero, repitió una y otra vez lo de "jo, tía". A eso le llamo yo brillantez.

Pedro Sánchez Pablo Casado Santiago Abascal