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Ángeles Caballero

Ideas ligeras

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Bares, cines y vecinos

En estos tiempos de pandemia adormilada, me reconcilia comprobar que hay cosas que no han cambiado

Foto: Foto: EFE.
Foto: EFE.

El 97% de las veces que he visto a Ricardo, ambos compartíamos barra del mismo bar. Con la nueva normalidad, hemos vuelto a encontrarnos. Esta vez con gel en vez de servilleteros y más distancia entre ambos. Él sigue pidiendo, sea cual sea la ronda, bravas de aperitivo. Es un tipo amable, madridista, nada polémico, sumergido en su mundo. La última vez que pidió la cuenta, pagó varios cafés y un par de cervezas. A saber a qué hora había plantado el trasero en el taburete. El 3% restante pasea al perro que tiene por mascota.

La mujer de Ricardo entró en el bar el primero de los días de la nueva normalidad. Al principio pensé que lo andaba buscando. Nada de eso. Entraba a saludar y a dar las gracias. “¡Estaba deseando librarme de él!”, dijo. Y se fue. Hay matrimonios que aguantan porque se ven poco. A saber si también el mío. Hay bares que aseguran, como poco, celebrar las bodas de oro.

Hay matrimonios que aguantan porque se ven poco. A saber si también el mío. Hay bares que aseguran, como poco, celebrar las bodas de oro

Sagrario y su marido también han vuelto. Cada sábado, cena para dos en una mesa en la que caben cuatro. Sagrario tiene el pelo muy corto y muy rubio, siempre lleva los ojos pintados de verde o de azul. Hace meses interrumpió su cita semanal y se levantó de la mesa asustada. No se movió de mi lado hasta que no despejé de mi garganta una espina de boquerón frito. Cuando todo pasó, me dijo que le pasó algo parecido y desde entonces ni probarlos. Yo, sin embargo, he vuelto a caer en la tentación.

En el número 37 de la glorieta de Santa María de la Cabeza vive uno de mis vecinos favoritos del barrio. Alto, flaco, cincuentón. Lleva siempre el pelo pegadísimo por cortesía del fijador, un bigote pelín daliniano y un neceser de Louis Vuitton en la mano. De cintura para arriba es un 'gentleman', con camisas requeteplanchadas y americanas impecables. De cintura para abajo, nos deleita a diario con mallas de ciclista. Mis favoritas son unas negras con transparencias, aunque ayer llevaba unas de color lila.

De cintura para arriba es un 'gentleman', con camisas y americanas impecables. De cintura para abajo, nos deleita a diario con mallas de ciclista

En los pies, cuando hiela, cuando llueve, cuando sea, luce chanclas de piscina. Sus talones están a prueba de grietas. Una vez le vi manicura y pedicura de color negro. El otro día discutía con una señora bastante mayor que él por unas fotos de estudio en las que lucía bigote y palmito exultantes. No me dio tiempo a averiguar si estaba contento con el resultado.

En estos tiempos de pandemia adormilada, me reconcilia comprobar que hay cosas que no han cambiado. Ayer, mientras esperaba para entrar a husmear en el nuevo cine Embajadores, me fijé en una señora del número seis de la glorieta de Santa María de la Cabeza.

Pertenece a esa categoría de mujeres capaces de lo que sea con tal de que los cristales estén limpios. A pesar del escorzo, a pesar de jugarse la vida, esa señora, entrada en años y no en carnes, luchaba con una mopa para eliminar los rastros de contaminación que, lamentablemente, también han vuelto a Madrid. Una pelea que solo puede llevarse a cabo cuando una está sola, ajena a las interrupciones. Con un poco de suerte, con el marido en el bar.

Foto: Rodaje de la serie 'La línea invisible'. (Lisbeth Salas/Movistar+)

Fernando es uno de los socios del nuevo cine del barrio. Enseña las salas como los padres primerizos las fotos del recién nacido. En el cine, que abre hoy sus puertas, huele a madera y a nuevo. Fuera, merodean varios vecinos, sobre todo ancianos. Algunos muestran curiosidad, otros se alegran de que en el barrio no se inaugure la enésima tienda de ropa procedente de China u otra panadería “de esas modernas”.

Una señora pregunta dónde puede ver la programación y si puede sacar entradas. Cuando se entera de que la respuesta a sus preguntas está en internet, lo tiene claro: “Se lo diré a mi sobrina”. Le digo a Fernando que es una buena noticia tener un cine como nuevo vecino. Me habla de los precios, algo más baratos que el resto. Hablamos de la versión original. Me recuerda que es algo común en otros países y que en Zamora, por ejemplo, es imposible encontrar una sala sin doblaje.

Pienso en lo maravilloso que sería atraer a las salas a todos los ancianos algo tenientes del barrio

Vuelvo a casa y, lejos de pensar en los pasos lentos pero seguros de la gentrificación del barrio, pienso en mi suegro. Cómo a sus 86 años solo ve películas en versión original no porque a estas alturas quiera aprender otros idiomas, sino porque una incipiente sordera le impide escuchar bien los diálogos; la coquetería de no llevar audífono hace el resto.

Pienso en lo maravilloso que sería atraer a las salas a todos los ancianos algo tenientes del barrio. Y a la mujer de Ricardo, cómodamente sentada y evadida durante dos horas mientras él, cómo no, engulle el enésimo plato de bravas.

El 97% de las veces que he visto a Ricardo, ambos compartíamos barra del mismo bar. Con la nueva normalidad, hemos vuelto a encontrarnos. Esta vez con gel en vez de servilleteros y más distancia entre ambos. Él sigue pidiendo, sea cual sea la ronda, bravas de aperitivo. Es un tipo amable, madridista, nada polémico, sumergido en su mundo. La última vez que pidió la cuenta, pagó varios cafés y un par de cervezas. A saber a qué hora había plantado el trasero en el taburete. El 3% restante pasea al perro que tiene por mascota.