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El privilegio y la queja
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Ángeles Caballero

Ideas ligeras

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El privilegio y la queja

Soy una madre temerosa de quejarse y de que vengan los policías de la justicia social a decirme que hay gente que lo pasa mucho peor. Que ya lo sé, pero que hoy quiero quejarme

Foto: Una niña dibuja una representación del coronavirus. (EFE)
Una niña dibuja una representación del coronavirus. (EFE)
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Escribo estas líneas mientras escucho a George Gershwin, porque las memorias de Woody Allen han vuelto a colocarlo en mi lista de reproducción de Spotify Prémium. Ayer se me pasó por la cabeza darme de baja en Netflix porque no tengo ganas ni horas para devorar series (un saludo, Pablo Iglesias), pero bah, total son diez euros al mes. De la cocina emerge el olor a estofado de carrilleras de cerdo. Ibérico, eso sí.

Mientras tecleo mato el hambre con una botella de litro de un brebaje de color verde que me promete adelgazar y desintoxicar mi cuerpo gracias a la mezcla de unas 35 verduras. Un lastre de kilos y caderas que repondré esta misma tarde, tras acudir a mi cita diaria con el verdejo en el bar de siempre.

Soy una aspirante frustrada a vecina del Upper West Side. Soy una mujer sin grupos de WhatsApp de padres del colegio. Soy una mujer que reconoce que está deseando librarse de los convivientes. Y que unos vuelvan a las aulas y otro a la oficina para cambiar a Gershwin por Malumacuando la inspiración flaquea.

"Comienza quinto de primaria en un colegio privado que tiene establecidos todo tipo de protocolos, escenarios y medidas de seguridad"

El lunes regresa a clase el pequeño de la casa. Comienza quinto de primaria en un colegio privado que tiene establecidos todo tipo de protocolos, escenarios y medidas de seguridad para que todo vaya sobre ruedas. Irá a una clase en la que todo está minutado, desinfectado y milimetrado. Lo sé porque acabo de asistir a una reunión online en la que una profesora estadounidense, rubísima y jovencísima me promete que el niño llegará a junio sano y con un nivel de inglés estratosférico.

No solo eso. La gimnasia se realizará en unas extraordinarias instalaciones que tienen en las afueras de Madrid, en las que puedes nadar, jugar al paddle, jugar al tenis, fútbol y practicar cualquier ejercicio digno de Simone Biles.

Habrá toneladas de gel hidroalcohólico, escaleras de doble dirección, turnos de patio, de entrada y salida a las instalaciones y contenidos académicos para que nuestros mastuerzos cumplan los diez años repletos de curiosidad, autonomía y hábitos de estudio diarios. “¿Pero esto qué va a ser, un colegio y una cárcel?”, ha dicho la criatura tras mi resumen, para volver de inmediato a bucear en la web de As.

Foto: Celaá comparece en el Congreso este lunes. (EFE)

Mientras, la adolescente de 13 años vegetará en el sofá once días más hasta volver al instituto. Un instituto que no nos ha convocado a reuniones ni nos ha bombardeado el correo con explicaciones y procedimientos. Más bien todo se resume en un “que Dios reparta suerte”, un “tengan ustedes dos dedos de frente en sus casas”, un “con los recursos que tenemos, algo haremos” que, lejos de criticar, comprendo. A cambio, tenemos tres bolsas repletas de libros de texto, apiladas en un rincón del cuarto, valoradas en la nada despreciable cantidad de 400 euros. Pagados de una vez, sin anestesia, sin que duela.

Soy una madre que se queja, soy una madre que flojea siempre que la dejan. Soy una madre harta de compartir ordenador y auriculares que odia el teletrabajo en familia. Soy una madre temerosa de quejarse y de que vengan los policías de la justicia social a decirme que hay gente que lo pasa mucho peor. Que ya lo sé, pero que hoy quiero quejarme, aunque sea con la boca pequeña.

placeholder Aula vacía de un colegio público de Palas de Rei, en Lugo. (EFE)
Aula vacía de un colegio público de Palas de Rei, en Lugo. (EFE)

Soy de clase media un punto más, como el filete. Pago porque quiero y sobre todo porque puedo. Soy a ratos miembro del selecto club de la dictadura progre, y a ratos de una derecha aseadita y cobardona que desearía vivir de las rentas. Tengo hijos y no tengo hipoteca.

Y que venga el lunes ya. Que no podemos más.

Escribo estas líneas mientras escucho a George Gershwin, porque las memorias de Woody Allen han vuelto a colocarlo en mi lista de reproducción de Spotify Prémium. Ayer se me pasó por la cabeza darme de baja en Netflix porque no tengo ganas ni horas para devorar series (un saludo, Pablo Iglesias), pero bah, total son diez euros al mes. De la cocina emerge el olor a estofado de carrilleras de cerdo. Ibérico, eso sí.

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