Ideas ligeras
Por
Los chicos buenos van al cielo, no a Moncloa
Casado ignoró al elefante en el salón mientras ascendía. Tapó, o miró para otro lado, quizá también relativizó los daños, y lo que es peor: olvidó que los favores siempre se pagan
Pablo Casado es una buena persona. Es educado, amable, un caballero de los de antes y de los de siempre. Proyecta amabilidad no impostada y una capacidad de trabajo superior a la media, perfectamente compatible con el beso de buenas noches a los suyos. Es de esos que parecen seguir llevando mal las traiciones en política, hormiguita con sus cosas, poco amante de los cotilleos de pasillo y de despacho.
Es de los que se carcajean poco y conquistan a base de medias sonrisas. Casado es ese señor que venera y respeta siempre a los mayores, en su familia y en el trabajo. Sean como sean, haga lo que hagan. Casado es, como sabemos, un diputado por Ávila.
Pero para ascender en la vida y ganarse el bonus, a las buenas personas no les queda más remedio que pecar. Casado era un chico de la masía del PP, listo y cumplidor, que a base de escuchar a sus superiores, destacar frente a los mediocres y recurrir a alguna que otra mentirijilla como la de Harvard, llegó de manera aseada a presidir un PP con el ánimo tan erosionado como la sede.
Fue poco a poco, sin prisa, con su aspecto de pelo siempre recién cortado y con un cutis con olor a 'aftershave'. Fue, como diría mi madre, subiendo a base de “ver, oír y callar”.
Pero los chicos buenos van al cielo, no a Moncloa. Y el hijo adoptivo de Aznar, el delfín por sorpresa de Mariano ‘el asturiano’, el líder de la oposición con la actitud más cambiante que se recuerda, el que carga con la cruz de Cayetana Álvarez de Toledo a cuestas, optó por hacerle caso a la mujer que me trajo al mundo.
Ignoró al elefante en el salón mientras ascendía. Tapó, o miró para otro lado, quizá también relativizó los daños, y lo que es peor: olvidó que los favores (como el apoyo de María Dolores de Cospedal a su candidatura) siempre se pagan.
Si Casado echa hoy un vistazo a su espectro ideológico más próximo, a un lado ve a Ciudadanos, un partido que sigue despreciando a Sánchez pero que ha optado por el pragmatismo. Y al otro, a Vox, empuñando la mano dura con guante de acero en forma de moción de censura. Y en medio, desdibujado, a ratos fiero y a ratos tierno, está él.
La operación Kitchen, tan grave como surrealista, tan poco democrática y patriótica, con cerebros a los que les sobra mafia y les falta brillantez con los motes, le salpica. Le guste o no. Quiera o no.
La trama de espionaje, la indecencia de ordenar a un buen puñado de policías que dejaran lo que estaban haciendo para el beneficio de unos pocos, la desvergüenza de llevarse a la boca la patria y a los españoles mientras todo eso sucede, no seré yo quien se lo achaque a un diputado por Ávila que también era presidente de Nuevas Generaciones de Madrid.
Ese lodazal, como tantos otros, no será responsabilidad directa de Casado. Sí son lastres que le pesan como la piedra a Sísifo que se olvidó de soltar, o más bien no pudo, cuando llegó a su nuevo despacho de Génova 13 y colocó las dos fotos de todo líder del centro derecha: mujer e hijos, y su majestad el Rey.
Ahora se trata de tomar decisiones. Y seguir oliendo a 'aftershave'.
Pablo Casado es una buena persona. Es educado, amable, un caballero de los de antes y de los de siempre. Proyecta amabilidad no impostada y una capacidad de trabajo superior a la media, perfectamente compatible con el beso de buenas noches a los suyos. Es de esos que parecen seguir llevando mal las traiciones en política, hormiguita con sus cosas, poco amante de los cotilleos de pasillo y de despacho.