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Ángeles Caballero

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Corresponsales en Ohio

Es necesario confesar que todo lo que conocemos de Estados Unidos es lo de siempre: Nueva York, Washington, Miami, San Francisco y Los Ángeles

Foto: Un bar de Ohio muestra en sus pantallas las elecciones de EEUU. (Reuters)
Un bar de Ohio muestra en sus pantallas las elecciones de EEUU. (Reuters)
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En la Semana Santa de 1990, entré con mi padre en un bar de Columbus, Ohio. Las puertas batientes eran exactas a las de cualquier película del Oeste. Estaba oscuro, la música no estaba demasiado alta y nosotros éramos los más bajos del local.

Mi padre, un señor nacido en Cabeza del Buey (Badajoz), se resistía a tomarse la cerveza sin aperitivo, pero solo pudo aspirar a un puñado de cacahuetes. Mientras bebía una Budweisser, no paraba de mirar fascinado a los parroquianos, con sus gorras, con su piel rosada, como si estuviera viviendo en un wéstern contemporáneo al que nosotros acudíamos como invitados.

Foto: Protestas en Filadelfia contra Donald Trump. (Reuters)

Desde ese día, lo llamaba 'el bar de los tiros' y se partía de risa cuando lo recordaba. Desde ese día, supe que nadie va a Ohio de vacaciones y que ningún medio español tendría nunca un corresponsal en Columbus. Desde ese día, él ganó un yerno nacido en Cincinatti y yo un cuñado que no ha votado en las últimas elecciones.

"Nadie entiende que no haya arrasado Biden", escucho en la radio. Las encuestas, insisten, han vuelto a equivocarse. Y Trump, ese señor maquillado con pelo fino como pergamino, es un ser ridículo. Quién nos lo iba a decir. Millones de lerdos votando por él.

Mientras, la brocha gorda nos permite hablar del asunto y construir sujetos y predicados. Es el fin de la democracia representativa, es el fin del respeto por las instituciones, es el principio de un Occidente repleto de réplicas, es una cosa gravísima que no entra en la cabeza de cualquiera que haya tenido alguna vez un libro en sus manos y se lo haya leído. Especialmente, los ensayos escritos por cualquier profesor de la Ivy League.

Todo esto como análisis está muy bien, desde nuestros salones europeos, con calefacción, la estantería llena de libros, el teletrabajo como modo de vida. Todo esto lo suscribo si previamente confesamos que lo que conocemos de Estados Unidos es lo de siempre: Nueva York, Washington, Miami, San Francisco y Los Ángeles.

Todo tiene mucha parte de verdad si reconocemos que lo que nos llega de Estados Unidos tiene de fondo un montón de rascacielos o la Casa Blanca

También están los que hicieron la ruta 66, los que se casaron en Las Vegas. Los pocos, como mucho, pasaron un verano en Pensilvania. Pero solo los locos, o los que van a trabajar, plantan sus huesos en Ohio la primera vez que van a Estados Unidos.

Todo esto tiene mucha parte de verdad si reconocemos que lo que nos llega de allí, también de nuestros colegas españoles, tiene de fondo un montón de rascacielos o la Casa Blanca. Y las crónicas, una vez al año si acaso, para la anécdota, los disturbios, los huracanes, la Super Bowl. Pero quién va a querer vivir en Milwaukee pudiendo escribir desde el Upper East Side como Woody Allen. El cinturón de la Biblia, la América de tez rosada que vimos en el bar de los tiros, solo como castigo.

Ayer, mientras veía a un tipo en la CNN pegado a un mapa de Estados Unidos que trabajó incluso más horas que Ferreras (y encima de pie), me acordaba de las elecciones andaluzas. De la sorpresa de Vox, de cómo arrasó en El Ejido, de cómo nos llevamos las manos a la cabeza. También me acordé de otras cosas que nos pillaron desprevenidos, como las elecciones americanas de hace cuatro años y la primera ola de la pandemia. "Nadie entiende cómo no ha arrasado Biden", dicen en la radio. Ya.

Como si no supiéramos de la empatía que acaba provocando aquel que es ridiculizado. De cómo acaban votando al bufón haciéndolo un superhéroe

Como si no supiéramos de la empatía que acaba provocando aquel que es eternamente ridiculizado. De cómo los votantes, ya sea en Iowa o en Boadilla del Monte, acaban sintiéndose agredidos. De cómo acaban votando al bufón convirtiéndolo en superhéroe. Y mientras, 'The New York Times' regalando a sus lectores un espacio en su web para que los lectores infartados por una posible victoria republicana escuchen el trinar de los pájaros y vean paisajes de flores como los fondos de pantalla de Windows.

Es una mala noticia para la democracia. Es una mala noticia para el periodismo, mientras no haya corresponsales en Ohio.

En la Semana Santa de 1990, entré con mi padre en un bar de Columbus, Ohio. Las puertas batientes eran exactas a las de cualquier película del Oeste. Estaba oscuro, la música no estaba demasiado alta y nosotros éramos los más bajos del local.

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