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Migrantes en Canarias: no es el efecto llamada, es el efecto salida
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Ángeles Caballero

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Migrantes en Canarias: no es el efecto llamada, es el efecto salida

No vienen por gusto, porque nadie sale de su casa si no es por una mezcla de desesperación y desesperanza. Vienen porque huyen de la pobreza, de la guerra

Foto: Foto: EFE.
Foto: EFE.

Enciendes la tele y contemplas dos imágenes. En la primera, decenas de vecinos de las Palmas de Gran Canaria aplauden, vestidos de eterna primavera. En la segunda, reparten bocadillos, prestan sus teléfonos móviles para que los aplaudidos llamen a sus familiares como fe de vida. Los supervivientes dicen “gracias” y saludan a las cámaras. Y bastan ese par de escenas para creer en la bondad del ser humano. Te dan ganas de cantar ‘We are the world’, salir al balcón otra vez a saludar a los vecinos y gritar vivas a los sanitarios aunque no sean las ocho de la tarde. Otro mundo es posible. Y qué si nos llaman buenistas. Claro que sí.

Pero no.

Porque enciendes la radio y oyes hablar del mismo asunto con palabras más gruesas. “A ver qué dicen nuestros oyentes sobre la suelta de inmigrantes”. La suelta, como si habláramos del toro embolao o los perros en busca de presa.

La crisis humanitaria en Canarias se une a una crisis política interna

Luego escuchas a los oyentes. Una en concreto recrimina que se los haya alojado en hoteles de cuatro estrellas. Pudiéndolos haber devuelto por donde han venido con un bocata y un zumo, como cuando donas sangre. Hoteles de cuatro estrellas que, sin duda alguna, quedarán marcados para siempre por semejantes huéspedes. “¿Qué turistas van a querer venir?”, dice la empática señora. Tiene razón. Mucho mejor que duerman al aire libre. Total, si estarán acostumbrados, viniendo como vienen.

Y en medio de estos dos extremos, la foto real. El espejo que nos retrata. Con un Gobierno español que se llena de boca de progresismo, pero que elude responsabilidades. Con un asunto, el polvorín de Canarias, sobre el que se venía avisando desde hace tiempo. Con un problema en el que están implicados al menos cuatro ministerios: Interior, Inclusión, Fomento y Defensa, empeñados en demostrar ineficacia y descoordinación. Una responsabilidad diluida en cuatro cabezas, cinco con la del presidente del Gobierno. Una política cortoplacista del mismo que recibió al Aquarius, el de “no vamos a dejar que nadie se quede atrás”.

Foto: El Open Arms se acerca a Lampedusa. (Reuters)

Con una actuación política, por decirlo de alguna manera, en la que cientos de personas se encuentran sin comida y sin cobertura legal. Algunos hacinados en el campamento de Arguineguín, otros dando tumbos por la isla. Mientras, Amnistía Internacional avisa de que están llegando barcos a Baleares y de que 1.600 personas continúan hacinadas en el CETI de Melilla, a pesar de que una sentencia del Tribunal Supremo dictaminó que no deben continuar ahí.

Y en este ambiente de miseria, la humana y la literal, los de siempre aprovechan para volver a advertir del efecto llamada. En vez de preocuparnos por el efecto salida, que no tiene que ver con deshacernos de ellos cuanto antes, sino intentar ordenar la inmigración desde el lugar de origen, y de paso explicar de una vez por todas en qué consisten los acuerdos a los que se llega con otros países. Para evitar que los que huyen no tengan más remedio que pagar a las redes que trafican con sus vidas.

Foto: Foto: Reuters. Opinión
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Mientras, la Unión Europea continúa con su política de externalización de funciones. Mientras, las fronteras se abren y se cierran a costa de la vida de las personas. El Mediterráneo convertido en fosa común, el caos concentrado en Lesbos y Lampedusa. Ahora en Canarias. Mientras, la frontera que une España y Marruecos tiene una de las mayores diferencias de renta per cápita del mundo. Y aún nos preguntamos por qué vienen.

No vienen por gusto, porque nadie sale de su casa si no es por una mezcla de desesperación y desesperanza. Vienen porque huyen de la pobreza, de la guerra. De Etiopía, de Mauritania y Senegal. De lugares que nunca estarán en nuestra lista de destinos cuando podamos volver a viajar con nuestras occidentales y acomodadas maletas a hoteles de cuatro estrellas.

Enciendes la tele y contemplas dos imágenes. En la primera, decenas de vecinos de las Palmas de Gran Canaria aplauden, vestidos de eterna primavera. En la segunda, reparten bocadillos, prestan sus teléfonos móviles para que los aplaudidos llamen a sus familiares como fe de vida. Los supervivientes dicen “gracias” y saludan a las cámaras. Y bastan ese par de escenas para creer en la bondad del ser humano. Te dan ganas de cantar ‘We are the world’, salir al balcón otra vez a saludar a los vecinos y gritar vivas a los sanitarios aunque no sean las ocho de la tarde. Otro mundo es posible. Y qué si nos llaman buenistas. Claro que sí.

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