Ideas ligeras
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Cáncer: calma y cuchillo
El cáncer, los cánceres, son una sucesión de primeras veces. El primer escáner, la primera quimio, los primeros rodeos en la consulta del médico para darte el diagnóstico...
Pareciera que lo que no se nombra no existe. A lo mejor por eso mi madre cuando hablaba tapaba las palabras que no quería pronunciar. “El médico le ha dicho que tiene algo malo ahí abajo”, contaba un día durante la comida. Y tú tardabas poco en deducir que le habían detectado a la vecina un tumor en el útero. Si era “ahí arriba”, ya sabías que estaba en el pecho. Cuando te anunciaba una muerte, enseguida alguno preguntaba: “¿De qué?”. Y ella finiquitaba el asunto diciendo: “De lo de todos”. Luego, un suspiro.
Esa manía de taparlo todo choca con los datos. Como ese que dice que uno de cada tres españoles tendrá cáncer a lo largo de su vida. Cánceres, que diría el profesor Mariano Barbacid. Porque hay decenas y de esas decenas salen variantes, estadíos y muchas palabras más que aprendes sobre la marcha, cuando te toca. A veces los carcinomas tienen apellido, como el que mató a mi padre, que a mí me sonó a compositor polaco y que nunca me molesté en saber cómo se pronuncia. Con el de mi madre aprendí la palabra quimioembolización.
El cáncer, los cánceres, son una sucesión de primeras veces. El primer escáner, la primera quimio, los primeros rodeos en la consulta del médico para darte el diagnóstico. Los primeros agarrones de mano con fuerza, el primer cruce de miradas con los que llevan bata blanca para comprobar si el tono monocorde de su diagnóstico coincide con los ojos. Si hay calma o cuchillo. El primer ingreso y la primera salida del hospital. El primero que te conforta, la primera decepción.
También están las promesas incumplidas. Como cuando dices que irás a revisión cuanto antes, que de este mes no pasas, que ya tienes una edad. Y te enfrentas a una realidad aplastante para la que a veces no basta más que interpretar otro dato. El que te dice que la estadística no está de tu parte. Y en el fondo tienes miedo de responder en la consulta porque te gustaría hablar como tu madre, esa que ante la pregunta: “¿Algún antecedente familiar?”, diría: “Pues lo de todos”.
Este jueves 3 de febrero fue San Blas y la parroquia madrileña de San Ginés, cercana a la Puerta del Sol, estaba llena de gente. A las puertas, parroquianos de los de verdad vendían bandejas de rosquillas del santo a tres euros y medallas a cinco. Enfrente, el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas decidió montar una administración de lotería efímera para decir a los viandantes que el billete del cáncer es el que más toca.
Los curiosos se acercaban al sol que más calienta, que es la posibilidad de que den algo gratis, desde el sorteo de un iPhone13 a un abridor de botellas. Enseguida huían despavoridos. “Quita, quita”, mascullaba una señora que entró con el marido por si caía algo. “No tenía ni idea. Es que es muy fuerte”, decía otra, bastante más joven, que sí esperó a que la mujer que informaba dentro del local acabara su discurso y le entregara un folleto informativo.
Eso mismo hice yo y volví a escuchar que uno de cada tres españoles tendrá cáncer a lo largo de su vida. También escuché que toda ayuda para investigación es poca y que gracias a las donaciones 18 investigadores se han incorporado al CNIO en dos años y siete más se incorporarán durante 2022.
Rasqué la casilla del juego incluido en el folleto como si no fuera a pasar nada, pero mi premio tenía tres palabras: cáncer de próstata. Me acordé del apellido del compositor polaco y me puse a llorar. Luego llamé al médico.
Pareciera que lo que no se nombra no existe. A lo mejor por eso mi madre cuando hablaba tapaba las palabras que no quería pronunciar. “El médico le ha dicho que tiene algo malo ahí abajo”, contaba un día durante la comida. Y tú tardabas poco en deducir que le habían detectado a la vecina un tumor en el útero. Si era “ahí arriba”, ya sabías que estaba en el pecho. Cuando te anunciaba una muerte, enseguida alguno preguntaba: “¿De qué?”. Y ella finiquitaba el asunto diciendo: “De lo de todos”. Luego, un suspiro.
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