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¿Y si Felipe VI se la jugara en las urnas?
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Enrique Cocero | José Barros

Intención de Voto

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¿Y si Felipe VI se la jugara en las urnas?

Hacer política es ganar elecciones, y las elecciones se ganan localizando a tus adeptos y a todos aquellos que están dispuestos a escucharte. Partiendo de esta

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Hacer política es ganar elecciones, y las elecciones se ganan localizando a tus adeptos y a todos aquellos que están dispuestos a escucharte. Partiendo de esta premisa, podemos dividir al electorado en tres clases: los que sí te votarán, los que nunca lo harán –ni a ti ni a nadie– y los indecisos. Toda batalla electoral comienza con la identificación de estas tres clases de votantes.

Supongamos ahora un imposible: que el trono de España dependiera del resultado de unas elecciones. El Rey no ha sido elegido por ninguna urna pero, por otro lado, tampoco es infrecuente que alguien que no ha sido elegido democráticamente luego quiera presentarse a unas elecciones para continuar en el puesto al que llegó por designación. Uno de los héroes de Intención de Voto, Harry S. Truman –una curiosidad: ningún nombre se esconde tras la “S”–, ganó unas elecciones para presidente de los EEUU contra todo pronóstico; la primera vez que pisó el Despacho Oval lo hizo por ser el gris vicepresidente de Roosevelt. De hecho, Truman fue el tercer vicepresidente de Roosevelt en sus doce años de mandato. Y como el caso de Truman, tenemos el de Johnson o Ford. Más cerca en el espacio y en el tiempo están, por distintos motivos, los ejemplos de Olmert o Renzi. La lista no acaba aquí, y seguro que el atento lector puede ampliarla con más nombres.

En la planificación de esta hipotética campaña electoral del Rey, la primera pregunta a la que tendría que responder su jefe de campaña sería la siguiente: ¿qué tenemos que hacer para asegurar una victoria? Antes de contestar a esta pregunta, hay que interiorizar que unas elecciones, ya sea desde el Gobierno o desde la oposición, se ganan en los años no electorales. Durante este periodo de tiempo, la combinación de mensajes y actuaciones políticas formarán la base de aquello que va a promocionar al candidato en la campaña electoral.

La importancia de este periodo de tiempo no es uniforme. Si uno ejerce el poder, tiene que tener claro que los primeros meses en el cargo son de reducción de popularidad. La victoria se logra tras ser el que mejores expectativas ha logrado generar. Pero resulta que la realidad no suele avanzar tan rápido como para alcanzar a la ilusión; y si la realidad no mejora, la ilusión desciende rápido; tanto como para que muy pronto realidad e ilusión se encuentren en lo más hondo de la encuesta de turno.

Dicho esto, mientras tengamos claro cómo se mueve el periodo de tiempo en el que nos encontramos, podremos avanzar según el plan trazado. Si el primer año es para tomar las decisiones difíciles, durante el segundo se empiezan a ver resultados de estas decisiones. En realidad, este segundo año es el único con margen para trabajar en clave de puras decisiones políticas porque durante el tercer año ya se comienza a preparar la campaña electoral para la próxima legislatura. El cuarto año es de campaña electoral pura y dura.

Perfilado el funcionamiento del timing electoral, volvamos ahora a nuestra hipótesis para señalar en ella lo obvio: el Rey no es un político ni tampoco pertenece a ningún partido. Ahora bien, a Felipe VI no le faltan ni adeptos ni oposición, aunque su función y su objetivo como monarca son mucho más transversales y amplios que cualquier ideología. El Rey, en una moderna democracia constitucional, no legisla. Pero su posición le otorga un capital enorme: la influencia. Según el profesor Luis Manuel Calleja, del IESE, la influencia es el camino que deja atrás la mera responsabilidad funcional que nos ha sido asignada –la pura “tarea”– y trata de alcanzar el límite de todo aquello sobre lo que de alguna manera podemos actuar.

Un medidor de la posible influencia del Rey sobre los españoles lo podemos encontrar en la encuesta de Metroscopia elaborada para El País el pasado 22 de junio. Según dicha encuesta, el 58% de los ciudadanos consideran que el Rey transmite seguridad y un 75% cree que debería intervenir para buscar el entendimiento entre las distintas fuerzas políticas, logrando así que los acuerdos salgan adelante. Parece, pues, que a nuestro “candidato” la población ya le ha otorgado un mandato que, por tanto, viene acompañado de las consiguientes expectativas.

Con este mandato ya en la mano, el siguiente paso lógico será saber qué haremos con él. Para seleccionar los objetivos de nuestro mandato, puede sernos de ayuda la encuesta sobre la sucesión monárquica que a principios de julio publicó el Real Instituto Elcano tomando una muestra de 800 entrevistas; 400 de ellas fueron telefónicas –llamadas a fijos– y las otras 400, a través de internet. Con este muestreo, la encuesta de Elcano nos sirve de guía, pero no tanto como para convertirse en nuestra principal referencia.

En todo caso, según Elcano, ratios de población comprendidos entre el 55% y el 60% esperan que la nueva monarquía sea más transparente, cercana a la sociedad, austera y sencilla. Los encuestados reconocen como principal capacidad de la Corona la mejora de la imagen de España en el extranjero (54,7%). El reciente viaje de Felipe VI y la reina Letizia a Marruecos es la viva demostración de cómo la proyección exterior del Rey genera tanto buena imagen como beneficios concretos para España; recordemos que gracias a la reunión del monarca español con Mohamed VI, 90 barcos españoles volverán a faenar en los caladeros marroquíes. Los encuestados por Elcano también son conscientes de la limitación constitucional que ciñe al Rey a la hora de abordar de manera directa aspectos políticos o económicos y, por tanto, no lo ubican en la lucha contra la corrupción, el movimiento nacionalista en Cataluña o la mejora de la economía. No obstante, esperan que la Corona influya en la solución de cualquiera de estas cuestiones –recordemos ahora la cita del prof. Calleja–. Pero no todo son laureles. Cabe señalar que sólo un 26,6% de los encuestados por Elcano vivieron el proceso de sucesión real con “ilusión”; un 36% lo vivió con “indiferencia”; un 10,8% lo vivió con “preocupación”; y un 24%, con “rechazo”.

Tras seleccionar los objetivos, el siguiente movimiento consiste en sopesar nuestras fuerzas, que en el ejercicio que nos ocupa son los apoyos sociales a la monarquía. Para ello, contamos con los datos adelantados en el reciente barómetro del CIS de junio. El Centro de Investigaciones Sociológicas, tal y como ya vimos en nuestro anterior post, puntúa la ideología de los españoles dentro de una escala que va del uno al diez, siendo el uno el posicionamiento más a la izquierda y el diez, el más a la derecha.

El centro-izquierda, como ya vimos hace quince días, es el posicionamiento claramente mayoritario, pero de igual modo advertimos un segmento de población importante que opta por posicionarse.

Otras de las preguntas del CIS giran en torno a los principales problemas de los españoles. Aquí no es ninguna sorpresa ver que el paro, con un 77%, se encuentra entre las tres primeras inquietudes de los ciudadanos junto a la corrupción, la clase política y las demás dificultades de corte económico. Ninguno de estos problemas baja de un índice de preocupación de 28%.

Si nos fijamos en este último gráfico, que analiza la percepción de la monarquía como “problema” en función de los distintos segmentos ideológicos, cabe reseñar que sólo en tres ocasiones la Corona aparece catalogada como el problema número uno. Una de estas ocasiones es dentro del marco de los votantes de izquierda centrada, pero también entre aquellos que en la encuesta han decidido no posicionarse ideológicamente.

Abordemos estos datos con un nuevo enfoque para detectar cómo el conjunto de la población ve a la monarquía como problema. Tendremos el siguiente gráfico:

El gráfico nos transmite una impresión favorable a nuestro “candidato”. Sus partidarios son fáciles de localizar –están en el centro-derecha y en el centro, pero también dentro de la izquierda moderada, es decir; el mensaje y las actuación del Rey llegan positivamente a un amplio abanico de gente–, y el descontento con la monarquía no es mayoritario; sólo dentro de los cuatro primeros grupos situados más a la izquierda ideológica el descontento supera al 1%. Nos encontramos, por tanto, ante un hecho demoscópico muy destacable, ya que cualquier candidato a una elección estaría encantado de salir a campaña con una ventaja –o al menos una no-oposición– superior al 50%.

En lo que se refiere a la oferta alternativa a la monarquía –la oposición–, vemos que se habla de “república” como alternativa a la actual Jefatura del Estado, pero todavía no se ha definido qué clase de república se propone –¿presidencialista americana?, ¿modelo italiano?, ¿modelo francés?–. Hoy por hoy, la posición republicana es más una actitud reivindicativa que una propuesta viable y concreta de un modelo alternativo a la presente forma del Estado.

Hasta aquí hemos tratado de analizar el mandato, las expectativas y los apoyos del nuevo Rey. Sin embargo, quedaría por concretar su programa de gobierno, su política de comunicación o el timing disponible para lograr resultados concretos. Este post no ha sido más que un ejercicio de simulación en torno a una hipótesis imposible. En cualquier caso, no es menos cierto que el camino para una “reelección” acaba de comenzar.

* José Barros @barrospress, periodista y consultor de comunicación, y Enrique Cocero @EnriqueCocero, fundador de la consultora de análisis 7.50 y miembro del consejo asesor de Government Consulting Group.

Hacer política es ganar elecciones, y las elecciones se ganan localizando a tus adeptos y a todos aquellos que están dispuestos a escucharte. Partiendo de esta premisa, podemos dividir al electorado en tres clases: los que sí te votarán, los que nunca lo harán –ni a ti ni a nadie– y los indecisos. Toda batalla electoral comienza con la identificación de estas tres clases de votantes.

Rey Felipe VI