Intención de Voto
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El 43,03% de participación el 1-O: como ver a Elvis salir de un hotel…
El día del referéndum se vieron imágenes de gente votando varias veces o votando en modo masivo en urnas depositadas en el suelo, sin ningún tipo de reconocimiento serio
Días después del 1 de octubre, fecha de la que nos preguntamos repetidamente cómo pasará a los libros de historia y en qué curso se estudiará, nos encontramos con un acontecimiento que nos genera cierto síndrome de abstinencia: algo ha pasado con unas papeletas pero no tenemos capacidad para cuantificarlo y, por tanto, tampoco para analizarlo.
Ya no vamos a hablar de si algún día veremos resultados por distritos, colegios o mesas; este viernes el Govern publicó el escrutinio definitivo sin explicar cómo validó el cómputo de papeletas. De acuerdo con esta autoproclamada "administración electoral de Cataluña", apoyaron la independencia 2.044.038 catalanes, el 90,18% de los ciudadanos que acudieron a las urnas. Pero la participación fue del 43,03% del censo. Pero hasta conocerse esos datos solo hubo unos números lanzados como dados sobre una mesa.
Pero esos números fueron la argumentación utilizada por el 'president' Puigdemont el pasado lunes 2 de octubre cuando afirmó que lo ocurrido el día anterior era válido, ya que la participación era cercana a la que se vio en 2005 en el referéndum sobre la ratificación de la Constitución Europea.
Supongamos que, para un referéndum en una cuestión nada trivial como la autodeterminación, se puedan establecer las reglas a posteriori y por comparación con otra consulta.
Obviemos, además, que aquel de la Constitución Europea no estaba circunscrito a una sola región de un país, sino a varios países dentro de la Unión Europea. Por tanto, esas reglas (puestas a priori) de participación mínima, garantías y umbrales de aceptación o rechazo, aplicaban a un espectro descomunal en comparación al que afectaba al 1 de octubre.
Supongamos, porque ya puestos a suponer, que los convocados el 1 de octubre fueron los mismos que a las elecciones de junio de 2016, porque, con el anuncio hecho una hora antes del inicio de la consulta ilegal, lo del censo acabó siendo como las redacciones del colegio: tema libre.
Pasemos todo esto por alto y veamos qué respuesta tuvieron los convocados desde el 2005 al pasado domingo en distintas elecciones.
De ser todo esto así (ya sabemos; es mucho suponer), consideremos como buenos los datos liberados por la Generalitat pasada la una de la madrugada del lunes 2 y obtendremos una participación del 42,6%. Menos de un punto de la del referéndum de 2005, sí, pero resulta que respecto a la del total de España, porque Cataluña fue entonces una de las comunidades autónomas con menos interés por el pacto de la nueva carta magna de la Unión Europea.
Cataluña marcó entonces 1,2 puntos menos que la media nacional, 2 puntos menos que lo que se ha participado en el referéndum ilegal del primero de octubre, el citado 42,6, pero aquel tuvo todas las garantías.
Es más; en las elecciones al Parlamento Europeo de 2014 (medio año antes de la consulta de urnas de cartón) la participación fue 5 puntos superior (47,6%) a la del pasado domingo.
En definitiva, un 43% de participación con un “censo universal” no verificable es como ver a Elvis salir de un hotel: imágenes de gente votando varias veces o votando en modo masivo en urnas depositadas en el suelo y sin ningún tipo de reconocimiento serio por parte de nadie, salvo el de los convocantes.
Así que ahora se requiere un mediador, y un mediador, al igual que los observadores, no dejan de ser elementos para conflictos terroristas y democracias incipientes. Creemos que esto es lo que busca Puigdemont con los mediadores: altavoz internacional para no perder comba fuera ni imagen de lucha heroica, enmarcar al Gobierno de España como un gobierno que no otorga garantías de equidad y, al tiempo, una salida justificada en caso que la declaración de independencia le salga rana.
Por abundar diremos que el referéndum sobre la Constitución en 1978 tuvo una participación del 68,4% en Cataluña. Conclusión; no ha sido la convocatoria que más en serio se hayan tomado los catalanes, no.
Lo que busca Puigdemont pidiendo mediadores es altavoz internacional con el objetivo de no perder comba fuera ni imagen de lucha heroica
Vayamos pues con las que más en serio se toman y, para ello, echemos un poco la vista atrás, hasta el 2 de septiembre, cuando el diputado Gabriel Rufián utilizó la siguiente frase durante su intervención en la investidura de Mariano Rajoy como Presidente del Gobierno en el Congreso de los Diputados: “¿Por qué dan tantas lecciones de realidad catalana si ustedes son la última y penúltima fuerza política en Cataluña?”.
El político de Santa Coloma, que ya afirmó que el Congreso es un “teatro en el que hay que hacer tu función”, se ha lanzado desde entonces a repetir el argumento de la escena cada vez que el acto lo requería. Para meterles en la referencia de la frase, lo que busca es una asociación entre Ciudadanos y PP y relacionarlos como dos fuerzas completamente marginales en Cataluña.
¿Es cierta esta frase? Pues lo cierto es que la frase de Gabriel Rufián es cierta según se miren los intereses de los catalanes y, cuanto más interesados están, menos cierta es.
Fíjense cómo varía el comportamiento del elector catalán voto a voto en función del perímetro electoral. Rufián tiene razón en su afirmación siempre y cuando el universo sea el Congreso de los Diputados de la Carrera de San Jerónimo en Madrid (hay un dicho yiddish que habla de esto, pero lo omitimos porque podría ser malinterpretado).
En las Generales de 2016, Ciudadanos logró 378.400 votos, logrando 5 de sus actuales 32 diputados. Esas elecciones, como hemos visto arriba, contaron con una participación del 65,6% en Cataluña, pero las autonómicas del año anterior arrojaron una cifra del 75% y, en esas elecciones, Ciudadanos casi sacó el doble de votos, 736.300, siendo la segunda fuerza más votada.
Para hacer una comparativa más o menos ecuánime, dado que en 2015 ERC y la mutación convergente de aquel entonces se presentaron en coalición como Junts Pel Sí, hemos agregado en las generales a ambas formaciones. ERC aventajó el pasado año a los convergentes en más de 147.000 votos, pero vemos que, también juntos, se quedan por debajo en más de medio millón en votos de lo logrado en las autonómicas de 2015.
Es decir; en aquellas elecciones que llevaron a Gabriel Rufián al Congreso, los catalanes no solo mostraron menos interés por los comicios en sí, sino también por su opción política. Quien se salió en las generales fueron los Comunes, entonces En Comú Podem, que lograron ser los más votados de forma individual (por que recuerden que hemos agregado los votos de republicanos y convergentes).
Es más: en 2015, en el perímetro de Cataluña, la formación menos votada con representación parlamentaria no fue ya el PP o Ciudadanos, no; lo fue la CUP, que, consistentes con su ideología, no se presentaron al parlamento nacional, lo que hubiera complicado algo la frase de Gabriel Rufián supuesto que hubieran logrado algún diputado.
Vayamos un poco más allá. ¿Es un comportamiento normal en entornos similares? Nos referimos, por supuesto, a Euskadi.
Pues más o menos, con un acento más marcado por lo autóctono. Viendo el gráfico es cierto que cabe preguntarse: ¿dónde está la gente que vota al PP y al PSE en clave nacional cuando hay elecciones autonómicas? No parece verosímil que solo se preocupen de la representación en Madrid. ¿Votarán al PNV? Esta pregunta merece un artículo aparte.
En fin; que todo es argumentable y, cuando no, aislable para poder argumentar. Es cierto que sentimos cierta predilección por Gabriel Rufián; su forma lenta de hablar, su forma ascendente de animarse, parece un magnífico afín para tomarse unas cervezas y acude a referencias comunes por las que sentimos debilidad.
Pero al final la frase rápida es la que se impone. Vivimos en un escenario de causa-efecto y asociaciones inmediatas y hemos visto que tanto la Generalitat, como Gabriel Rufián las manejan bien y logran el impacto buscado, que es, principalmente, que se hable de ello y que esa insistencia dé apariencia de certeza. Ahora; no todo es exactamente como se nos presenta.
Días después del 1 de octubre, fecha de la que nos preguntamos repetidamente cómo pasará a los libros de historia y en qué curso se estudiará, nos encontramos con un acontecimiento que nos genera cierto síndrome de abstinencia: algo ha pasado con unas papeletas pero no tenemos capacidad para cuantificarlo y, por tanto, tampoco para analizarlo.