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El PSOE entra en la cuarta fase
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Gonzalo López Alba

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El PSOE entra en la cuarta fase

 El PSOE emprendió el sábado el viaje hacia la cuarta fase del socialismo. Las tres que ya ha recorrido la socialdemocracia, según las etiquetas acuñadas por José

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El PSOE emprendió el sábado el viaje hacia la cuarta fase del socialismo. Las tres que ya ha recorrido la socialdemocracia, según las etiquetas acuñadas por José María Maravall y Adam Przeworski, son: reformismo, remedialismo y resignación, como recoge Ignacio Urquizu en La crisis de la socialdemocracia, ¿qué crisis? (Catarata). Falta por bautizar la cuarta, que podría ser la de la reconstrucción o, por mejor decir, de la reconciliación.

Según explica Urquizu, profesor de Sociología y colaborador de la Fundación Alternativas, la primera etapa estuvo marcada por el “choque con la realidad” de la gestión económica, que obligó a los socialistas a renunciar a su programa máximo; la segunda, que siguió a la II Guerra Mundial, se caracterizó por la plena aceptación de la democracia representativa y la prioridad en la redistribución y el empleo; y la tercera se vio impregnada por la Tercera Vía de Tony Blair y Bill Clinton, que se fundamentaba en “la responsabilidad individual y la igualdad de oportunidades”, con planteamientos tan vagos que acabaron confundiéndose con los de la derecha. 

La hoja de ruta de Rubalcaba acierta en el diagnóstico de los retos, pero están por ver las soluciones que ofrece

Urquizu observa que “entre 1944 y 1977, cuando la izquierda se situó en posiciones más progresistas ideológicamente y pudo llevar a cabo su programa económico redistributivo, los éxitos electorales la acompañaron”. Por el contrario, “una vez que la izquierda emprende el camino de la moderación, la socialdemocracia obtiene niveles de apoyo inferiores a etapas anteriores”. Ahora, con los trabajadores y las clases medias como claros perdedores de la globalización, el giro a la izquierda se antoja inevitable.

La alternativa económica

En la nueva hoja de ruta aprobada por el Comité Federal del PSOE a propuesta de Alfredo Pérez Rubalcaba, destaca -aunque ha pasado casi desapercibido- el diseño de una alternativa económica que empiece por alterar las prioridades vigentes: “La derecha habla de déficit y luego de empleo. Y nosotros debemos hablar de empleo y luego de déficit. De crecimiento y empleo, y luego de déficit. Y, a continuación, de los servicios sociales”.

El planteamiento, siendo ideológicamente irreprochable y obligado para conseguir la reconciliación del socialismo con su electorado, choca con una realidad, demostrada empíricamente, que subraya Urquizu: “Cuando los partidos socialistas acceden al poder en la Eurozona, ya no pueden desarrollar la política económica ni manejar las cuentas públicas como ellos podrían desear”. Y, además, afronta un escollo: ante la Gran Depresión de 1929, la socialdemocracia fue capaz de ofrecer una salida de la crisis alternativa a las políticas ortodoxas del momento, basada en el keynesianismo (utilizar el gasto público para relanzar la demanda frente a la política monetaria restrictiva y la austeridad en el gasto público). Pero, ante la crisis de 2007, lo único que ha sido capaz de ofrecer la izquierda europea es el ensayo francés de François Hollande, cuyo resultado sería prematuro juzgar.

Entre ambas crisis se ha producido un cambio sustancial: si a comienzos del siglo XX los Gobiernos se convirtieron en parte fundamental de la economía de mercado (con políticas más intervencionistas), ahora es el mercado el que se ha convertido en parte fundamental de los Gobiernos, un estado de cosas en el que tiene gran parte de responsabilidad la Tercera Vía porque, como señala Urquizu, “su apuesta ideológica por la responsabilidad individual abrió el terreno a la desregularización de los mercados”.

El rescate de la política

La hoja de ruta aprobada por el PSOE coincide sustancialmente con la pergeñada por Urquizu, quien identifica tres retos principales: la política, la economía y el bienestar. El sociólogo pone la política en el frontispicio, con el argumento incontestable de la supervivencia: “Si (la socialdemocracia) no es capaz de aportar soluciones al creciente vaciamiento de poder de las instituciones representativas, tendrá serias dificultades para desarrollar su proyecto político”. También Rubalcaba ha puesto en el frontis de su plan “la crisis del sistema político”, que es sinónimo de la crisis entre los representantes y los representados.

Falta en esas hojas de ruta, la de Urquizu y la de Rubalcaba, el análisis en profundidad de las causas y consecuencias de la contaminación nacionalista que padece el PSOE en algunos territorios y que ha desdibujado su imagen de proyecto nacional. ¡Cómo será el batiburrillo interno que en todas las federaciones, salvo Asturias, se ha creado un grupo de trabajo sobre la articulación territorial de España!

El planteamiento de alterar las prioridades de la política económica choca con la pertenencia a la Eurozona

No sólo se trata de Cataluña y el PSC. Desalojados del poder, los socialistas vascos dan síntomas de sufrir el contagio del mal de sus correligionarios catalanes con su viraje hacia los pactos con Bildu, cuando la discusión sobre los límites a la hora de pactar “no es tanto ideológica como política”, como advertía Patxo Unzueta en E"uskadi 2013" (El País, 10/1/2013): “La experiencia del tripartito catalán muestra los riesgos de los pactos, más allá del ámbito municipal, con partidos independentistas. La idea de asociar a ERC a responsabilidades de gobierno para favorecer su definitiva integración en la normalidad institucional se tradujo en la práctica en la adaptación de los socialistas a los planteamientos radicales de su socio para evitar la ruptura de la coalición, lo que a su vez provocó la radicalización de CiU en la oposición. Sus efectos para los socialistas catalanes están hoy a la vista”. También para el PSOE y para España.

El peligro de la autocomplencencia

Además, el discurso de Rubalcaba ante el Comité Federal pecó de un exceso de autocomplacencia al sostener que el Gobierno de Rajoy “está irreversiblemente desgastado”, mientras que el PSOE “está mejor que hace un año”. La proclama se justifica internamente por la necesidad de insuflar moral de combate, pero no sólo es discutible la segunda parte de la afirmación sino que, sobre todo, entraña el peligro mayor de no querer enterarse de que estamos viviendo un cambio de era en el que la alternancia entre los dos partidos mayoritarios ha perdido el principio del automatismo.

Con todas las salvedades, Rubalcaba acierta en el diagnóstico de los problemas, incluida la toma de conciencia de que la corrupción “nos llevará por delante” si no se acaba con ella de forma radical. Otra cosa, que en su momento habrá que juzgar, son las soluciones concretas que se ofrecen a los retos que se han identificado acertadamente y, llegado el caso, si un buen programa puede vestir a un mal candidato. No hay reconciliación posible sin confianza, ni confianza sin credibilidad.

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El PSOE emprendió el sábado el viaje hacia la cuarta fase del socialismo. Las tres que ya ha recorrido la socialdemocracia, según las etiquetas acuñadas por José María Maravall y Adam Przeworski, son: reformismo, remedialismo y resignación, como recoge Ignacio Urquizu en La crisis de la socialdemocracia, ¿qué crisis? (Catarata). Falta por bautizar la cuarta, que podría ser la de la reconstrucción o, por mejor decir, de la reconciliación.