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¡Hable, señor Rajoy!, por ecología democrática
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Gonzalo López Alba

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¡Hable, señor Rajoy!, por ecología democrática

 A Alfredo Pérez Rubalcaba no le quedaba otra que anunciar una moción de censura, por razones de política nacional y también domésticas. El enrocamiento autista de

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A Alfredo Pérez Rubalcaba no le quedaba otra que anunciar una moción de censura, por razones de política nacional y también domésticas. El enrocamiento autista de Mariano Rajoy en su pertinaz negativa a acudir al Parlamento para proporcionar un relato alternativo al de Luis Bárcenas choca de frente con la esencia de una democracia parlamentaria porque, como señala el catedrático José Varela Ortega, “la aritmética es la política de los dictadores (…). Pero la democracia es ecología: un sistema en el cual, aunque se pueda, no siempre se debe” (Los señores del poder, Galaxia Gutemberg). Así, la comparecencia del presidente en la sede de la soberanía popular se ha convertido en una cuestión de Estado, porque aunque Rajoy puede refugiarse en la mayoría absoluta de su grupo parlamentario, no debe (por ecología democrática).

Pero la moción de censura es un arma de doble filo para quien la presenta. Como ocurrió en la que en 1987 protagonizó Antonio Hernández Mancha, por aquel entonces presidente de Alianza Popular (la marca anterior del Partido Popular), es un instrumento que puede volverse en contra de quien lo esgrime. Le salió bien a Felipe González contra Adolfo Suárez en 1980, pero fue la puntilla para el endeble liderazgo del abogado de origen extremeño, vapuleado en la primera jornada del debate por Alfonso Guerra, en calidad de vicepresidente del Gobierno y funciones de mozo de espadas de Felipe González, quien sólo subió a la tribuna en la segunda jornada para dar el estoque. El examen y el juicio final se centraron en la alternativa y Hernández Mancha tuvo que hacer mutis por el foro.

El presidente del Gobierno podría presentar una moción de confianza como alternativa a la censura

Un riesgo similar, si la moción de censura llega a debatirse, corre Rubalcaba. El líder del PSOE está teniendo buen cuidado de evitarlo, intentando involucrar al resto de los grupos de la oposición y ahormar con ellos una posición común de mínimos, pero, en función de cómo se desarrolle el debate, podría encontrarse con un juicio global al denostado bipartidismo. Según la encuesta que en enero realizó para la cadena Ser el Observatorio MyWord, que dirige la socióloga Belén Barreiro, el 68% de los españoles creen que la corrupción está igual de extendida en el PP y en el PSOE. Y el PP no dudará en poner el ventilador con los ERE de Andalucía y otros casos que afectan a los socialistas.

¡Váyase, señor Rajoy!

Pero Rubalcaba no tiene más remedio que correr ese riesgo, aunque su iniciativa es también reflejo de su debilidad interna. Otro líder, con más tiempo para consolidarse y una estrategia más elaborada, menos condicionada por las portadas de los medios y la presión social, quizás tendría margen para apurar esa bala. Pero él, no. Si pidió la renuncia de Rajoy en febrero, cuando sólo se habían publicado en El País las fotocopias de los cuadernos de Bárcenas, después de la divulgación por El Mundo del cruce de SMS entre el excontable y el presidente del Gobierno, no podía hacer menos. Ya en el Comité Federal, celebrado la víspera de que se difundieran esos mensajes, había quedado claro que los suyos no quieren más pactos con el Gobierno. Lo malo es que, una vez gastada la bala de plata, al líder del PSOE le quedarían para el resto de la legislatura pocas opciones más que reproducir el mantra de José María Aznar con Felipe González: “¡Váyase, señor Rajoy!”.

Quien sí puede hacer otras cosas es Mariano Rajoy. El presidente del Gobierno podría tomar la iniciativa y neutralizar la anunciada moción de censura de la oposición presentando una moción de confianza. Este mecanismo parlamentario permite al Ejecutivo elegir el terreno de juego y, en gran medida, las reglas. La moción de censura que impulsa el PSOE tiene por único objeto que Rajoy explique en sede parlamentaria el caso Bárcenas, ahora ya caso PP. La moción de confianza permitiría a Rajoy un debate más general, en el que el asunto Bárcenas quedaría diluido y el PSOE obligado a, cuando menos, esbozar una alternativa económica a la política que el presidente sometería a votación. Equivaldría a una segunda investidura para Rajoy.

Rubalcaba corre el riesgo de que la censura derive en un juicio al bipartidismo

La moción de confianza sólo se ha utilizado, al igual que la de censura, en dos ocasiones. La primera la presentó Adolfo Suárez el 16 de septiembre de 1980 para poner en marcha un programa de austeridad económica y desarrollar el Estado de las autonomías. La segunda la planteó Felipe González, el 5 de abril de 1990, para pedir una “especial política de diálogo” que permitiera al Gobierno abordar reformas para una economía competitiva en el marco de la Unión Europea. En los dos casos ganó el Gobierno.

Claro que en Portugal llevan cinco mociones de censura contra el primer ministro y ahí sigue Pedro Passos Coelho. Pero no hay mejores desinfectantes que el aire y la luz del sol. ¡Hable, señor Rajoy, hable! La democracia es algo más que contar votos.

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A Alfredo Pérez Rubalcaba no le quedaba otra que anunciar una moción de censura, por razones de política nacional y también domésticas. El enrocamiento autista de Mariano Rajoy en su pertinaz negativa a acudir al Parlamento para proporcionar un relato alternativo al de Luis Bárcenas choca de frente con la esencia de una democracia parlamentaria porque, como señala el catedrático José Varela Ortega, “la aritmética es la política de los dictadores (…). Pero la democracia es ecología: un sistema en el cual, aunque se pueda, no siempre se debe” (Los señores del poder, Galaxia Gutemberg). Así, la comparecencia del presidente en la sede de la soberanía popular se ha convertido en una cuestión de Estado, porque aunque Rajoy puede refugiarse en la mayoría absoluta de su grupo parlamentario, no debe (por ecología democrática).

Mariano Rajoy