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El temor a un liderazgo débil inquieta al PSOE
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Gonzalo López Alba

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El temor a un liderazgo débil inquieta al PSOE

“Si no salimos unidos y el próximo secretario general no ejerce su liderazgo con autoridad, apaga y vámonos. Es la última oportunidad”

Foto: Recuento de los avales (EFE)
Recuento de los avales (EFE)

“Si no salimos unidos y el próximo secretario general no ejerce su liderazgo con autoridad, apaga y vámonos. Estamos ante la última oportunidad”. Con el telón de fondo de esta doble inquietud, que se ha convertido en denominador común de las charlas entre socialistas, arrancó el sábado la carrera definitiva para elegir al sucesor de Alfredo Pérez Rubalcaba, que finalmente se dilucidará entre tres candidatos.

Tras el fracaso de Rubalcaba, entre los socialistas hay práctica unanimidad en señalar como requisito imprescindible para su recuperación el desempeño de la secretaría general “con autoridad”. Pero, de forma llamativa y contradictoria, la mayoría de los barones territoriales, que formalmente comparten este criterio, intentan preservar a toda costa “esa suerte de gobierno confederado de secretarios generales y ejecutiva con el que el PSOE se hunde desde hace tiempo”, según la atinada descripción que en su blog ha hecho Pepe Nevado, que durante muchos años fue el portavoz y hombre de confianza de Manuel Chaves. Algunos dirigentes territoriales advierten, en este sentido, de que “nosotros también hemos sido elegidos y pretender ignorar a los territorios en un partido federal como el nuestro es un error”.

Llegados a ese punto, algunos dirigentes añaden otra inquietud: la posibilidad de que Susana Díaz deje de ser el ancla del PSOE para convertirse en un nuevo factor de inestabilidad: si gana Eduardo Madina, tendrán que superar su enemistad política, porque el diputado vasco torpedeó la coronación que pretendía la califa andaluza con su exigencia de una elección directa por los militantes; y si gana Pedro Sánchez, se verá impelido a demostrar su autonomía como secretario general si no quiere ver reducida su tarea a la de un mero coordinador y portavoz.

De momento, en el trámite de recogida de avales los aparatos han exhibido a las claras su inclinación hacia Sánchez, que ha demostrado disponer de más musculatura territorial que Madina. Esta clara decantación hará que el día 13, cuando los militantes emitan su voto, no sólo estarán eligiendo al nuevo secretario general, sino también sometiendo a examen el predicamento de los barones, cuya mayor preocupación en estos momentos es llegar a las elecciones municipales y autonómicas de mayo con el menor daño para sus propias expectativas.

Los avales no son votos

Si los avales se tradujeran en votos, el diputado madrileño (41.338) se impondría con rotundidad a los otros dos candidatos: Madina (25.238) y José Antonio Pérez Tapias (9.912). La suma de todos los avales equivale sólo al 38, 73% de los militantes (197.468), pero si ese fuera el censo de electores, supondría que Sánchez ganaría con el 54% de los votos, frente al 33% para Madina y el 13% para el portavoz de Izquierda Socialista (pasó el corte por sólo 38 firmas). Si estos datos se ponen en relación con la participación en las primarias que enfrentaron a Joaquín Almunia y José Borrell, que fue del 54,18%, el número de votantes sería 106.988 y no cambiaría el signo de victoria, pero la diferencia entre los dos principales candidatos se recortaría, con un 38,63% para Sánchez y el 23,58% para Madina.

La participación es una de las grandes incógnitas de este proceso, porque las primarias abiertas celebradas en Valencia pusieron de manifiesto que el deseo de participación directa es mucho más alto entre los simpatizantes que entre los afiliados, cuya militancia activa está muy por debajo de los números censales. Cuanto más baja es la participación, más fácil es la influencia de los aparatos en el voto de los militantes y, de momento, en las agrupaciones no se detecta el mismo entusiasmo participativo que se manifiesta en las redes sociales.

La única experiencia que pude utilizarse como referente –las citadas primarias de 1998 entre Almunia y Borrell– advierte de que los avales no son votos y el criterio de los militantes es un arcano para sus dirigentes. Almunia apabulló en este trámite con el aval de 50.107 militantes frente al de 65 miembros del Comité Federal que presentó Borrell, pero en el recuento de los votos el entonces secretario general se quedó en 92.806, mientras que el exministro se disparó hasta los 114.254, según los resultados oficiales.

La mayoría de los avales a Almunia –como ahora a Sánchez– procedía de Andalucía, pero su victoria en esta federación, donde –con un 56,10%– se impuso también en la votación, al igual que en Castilla-La Mancha, País Vasco y las federaciones del exterior, no bastó para compensar la ventaja de Borrell en el resto de los territorios. Si ahora se produjera algo similar, entonces se dijo que con Almunia también habían perdido Manuel Chaves y José Bono, que se volcaron a su favor, podría decirse lo mismo de Susana Díaz, Ximo Puig o Tomás Gómez.

Dos claves: confianza y representatividad

Así pues, la auténtica competición comienza ahora. La exhibición de fuerza que representa la recogida de avales ha hecho que el cartel de favorito se desplace de Madina a Sánchez, que ahora intentará convertir a sus avalistas en apóstoles de su candidatura. Pero los avales vienen a ser como los cañoneos en una guerra en la que la victoria se dilucidará en el cuerpo a cuerpo, y las escaramuzas están a la orden del día.

Los ‘sanchistas’ acusan a los ‘madinistas’, que lo niegan, de haber intentado por todos los medios que el portavoz de Izquierda Socialista no lograra los avales necesarios, bajo la presunción de que su candidatura restará apoyos al diputado vasco, y acentúan su campaña para presentar al diputado madrileño con un relato de “candidato de las bases”.

Pero, en la fase en la que se ha entrado, la hemeroteca empieza a jugar malas pasadas y ya ha empezado a circular una entrevista a Sánchez publicada en El País en enero de 2011, tras su designación por la Asociación de Periodistas Parlamentarios como “diputado revelación” de 2010. En ella, el diputado madrileño declaraba que “no me considero aparato”, pero al mismo tiempo afirmaba que “a mí me gusta ser fontanero, que es la quintaesencia de los aparatos. Y, aunque niega que José Blanco haya sido el muñidor de su candidatura, a la pregunta sobre qué miembro del Gobierno “admira” más, respondía que al entonces ministro de Fomento y vicesecretario general del PSOE.

Como subraya Michael Ignatieff al explicar la experiencia que le llevó a convertirse en líder del Partido Liberal de Canadá entre 2008 y 2011 (Fuego y cenizas. Éxito y fracaso en la política), “el descenso en el número de personas que se identifican como miembros del partido subraya un cambio general hacia un electorado más individualizado y volátil”, que decide en función de la confianza que toda persona tiene “en su capacidad para decidir si confiar en otro ser humano (…) y si esa persona es representativa de él mismo”. La respuesta, el día 13.

“Si no salimos unidos y el próximo secretario general no ejerce su liderazgo con autoridad, apaga y vámonos. Estamos ante la última oportunidad”. Con el telón de fondo de esta doble inquietud, que se ha convertido en denominador común de las charlas entre socialistas, arrancó el sábado la carrera definitiva para elegir al sucesor de Alfredo Pérez Rubalcaba, que finalmente se dilucidará entre tres candidatos.

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