Es noticia
Europa, el antídoto contra el ébola separatista
  1. España
  2. Interiores
Gonzalo López Alba

Interiores

Por

Europa, el antídoto contra el ébola separatista

Europa es el antídoto contra el nacionalismo secesionista, un virus que, al igual que ha ocurrido con el ébola, se ve como extraño hasta que entra en casa

Foto: Conferencia de Artur Mas en Bruselas, en 2012, sobre "El futuro de Cataluña en la Unión Europea". (EFE)
Conferencia de Artur Mas en Bruselas, en 2012, sobre "El futuro de Cataluña en la Unión Europea". (EFE)

Europa es el antídoto contra el nacionalismo secesionista, un virus que, al igual que ha ocurrido con el ébola, se observa como un fenómeno extraño y lejano hasta que entra en casa y entonces se descubre que cualquiera puede verse afectado porque viaja con las personas. La vacuna, tanto contra el virus africano como contra el patriota, se ha experimentado en los Estados Unidos de Norteamérica y funciona: más unión con respeto a la diversidad.

Las tensiones de índole territorial distan mucho de ser un fenómeno español, aunque durante muchos años hayan tenido especial repercusión las relacionadas con el País Vasco y Cataluña. Y, ahora que la crisis económica ha dejado al desnudo la flacidez de los viejos estados-nación, los nacionalismos rebrotan como los virus cuando detectan que flaquean los agentes inmunológicos, porque los nacionalismos no pasan de ser una infección de los patriotismos, la epidemia política más mortífera después de las guerras de religión.

Basta con mirar a lo que acaba de ocurrir con Escocia en el Reino Unido para ver que no hay un virus catalán específico. El ejemplo y modelo al que apelan los secesionistas catalanes es, de forma paradójica, la mejor prueba de las falsificaciones sobre las que se construyen los mitos nacionalistas, incluso cuando buscan paralelismos o referentes. Nunca existió una reina de Cataluña que se casara con un descendiente de reyes de España, tuvieran ambos un hijo y este vástago heredara primero un trono y después el otro, dando origen de este modo a la unión de ambos reinos independientes [así fue como ocurrió con Jacobo, hijo de la reina María Estuardo y Henry Darnley, bisnieto de Enrique VII].

En el Reino Unido no existía ningún impedimento para la celebración del referéndum escocés por la simple razón de que no hay una Constitución escrita que lo prohíba. Y si se aplicara el patrón de las competencias que reclaman los separatistas escoceses ante Inglaterra, Cataluña vería reducido su autogobierno al que tuvieron las primeras autonomías que en su día se llamaron de vía lenta (las no históricas). Siendo así, el “modélico” camino que ahora se emprende en el Reino Unido es el del ‘café para todos’ del tan denostado Estado de las autonomías español.

A la vista de las experiencias pasadas y presentes, no cabe sino concluir que el nacionalismo es insaciable. En Cataluña lo es, entre otras razones, porque la derecha española encarnada en el PP cometió el error estratégico, que puede convertirse en histórico, de renunciar a tener una presencia fuerte en Cataluña, de la misma forma que la izquierda, representada por el PSOE-PSC, cometió el error estratégico, que puede convertirse en histórico, de anteponer la “C” de Cataluña a la “S” de socialista.

Por todo eso tienen razón los que argumentan que la mejor terapia, aunque no exclusiva ni excluyente, es el afecto, la única dote capaz de actuar como contrapeso a las aportaciones tangibles. Lo malo es que en este terreno se ha producido un gran desgaste, de modo que el paraguas de Europa constituye el mejor techo para evitar la inundación de la casa común y preservar la unión de los catalanes con el resto de los españoles.

“¡Europa, Europa!”

“¡Europa, Europa!” era el grito de socorro que ya a comienzos del siglo XIX lanzaban las naciones sometidas al yugo del imperio de los Habsburgo o sojuzgadas por la bota de los zares rusos. Y la historia de la civilización occidental se resume en un rosario de guerras entre naciones, hasta que en 1951, tras la segunda contienda mundial, se formó un embrión llamado CECA (Comunidad Europea del Carbón y el Acero), que seis años después se convirtió en el feto de la Comunidad Económica Europea, para acabar alumbrando lo que en 1992 fue bautizado como Unión Europea.

En términos históricos, podría decirse que la UE está en su adolescencia y viviendo una crisis de crecimiento propia de la edad, pero, a pesar de los granos en la cara y las tensiones entre hermanos, durante los últimos 69 años ha hecho posible que estos arreglen sus diferencias sin violencia y ni tan mala ni tan fea ha de ser cuando, habiendo creado una familia de 28 miembros, tiene diez pretendientes en espera (siete oficiales más tres potenciales).

Pero en esa edad tan difícil que es la adolescencia, en lugar de multiplicar los cuidados y coadyuvar a la resolución de sus conflictos, sus tutores políticos han preferido sacudirse su propia responsabilidad para endosarle la culpa de todo lo malo, mientras que ellos se atribuyen todo lo bueno: los recortes son culpa de Europa, pero el crecimiento es mérito de los gobiernos nacionales. Y, así, cuando más necesaria resulta la Unión, más se refuerza a ojos de los ciudadanos su perfil de pérfida institutriz.

Los españoles –y otros europeos de muchos países– la amamos cuando hizo posible que cruzáramos las fronteras por la cola rápida y era un surtidor de dinero, pero el amor se ha enfriado ahora que nos hemos acostumbrado a lo primero y ella nos pide que le devolvamos algo de lo mucho que nos dio. Mientras, los burócratas de Bruselas, que enseguida inventaron una bandera y un himno, exhiben una absoluta falta de cintura para favorecer la recuperación del deseo perdido con otras iniciativas que constituyan símbolos más cercanos al pueblo y calen más rápido. No hace falta un derroche de imaginación. ¿Por qué no hay una selección europea de fútbol?

Eso no solucionaría nada, pero ayudaría a generar un sentimiento de comunidad europea que abriera fronteras en lugar de crear otras nuevas, del mismo modo que unas instituciones comunitarias fuertes y adecuadas limitarían el alcance del dictak alemán, y un auténtico Partido Socialista Europeo podría ser capaz de generar una alternativa a las políticas neoliberales en lugar de estar también sometido a la primacía de sus adúlteros hermanos alemanes. Todo esto se sabe, pero no se hace. Y la pregunta es: ¿por qué?

[El jueves por la tarde se presenta en el Círculo de Bellas Artes de Madrid la declaración Una España federal en una Europa federal, promovida por, entre otros, Nicolás Sartorius, Ángel Gabilondo y José Antonio Zarzalejos].

Europa es el antídoto contra el nacionalismo secesionista, un virus que, al igual que ha ocurrido con el ébola, se observa como un fenómeno extraño y lejano hasta que entra en casa y entonces se descubre que cualquiera puede verse afectado porque viaja con las personas. La vacuna, tanto contra el virus africano como contra el patriota, se ha experimentado en los Estados Unidos de Norteamérica y funciona: más unión con respeto a la diversidad.

PSC Reino Unido Nacionalismo Unión Europea