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Chaves y Griñán, juicio a una forma de hacer política
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Gonzalo López Alba

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Chaves y Griñán, juicio a una forma de hacer política

Los dos expresidentes de la Junta suman 23 años de gobierno en Andalucía bajo control de un partido que en la práctica ha operado como una red clientelar

Foto: Fotografías de archivo de los expresidentes de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán (i) y Manuel Chaves (d). (EFE)
Fotografías de archivo de los expresidentes de la Junta de Andalucía, José Antonio Griñán (i) y Manuel Chaves (d). (EFE)

Dicen las crónicas periodísticas que el fraude de los ERE en Andalucía ha terminado con las carreras políticas de Manuel Chaves y José Antonio Griñán. Pero la inculpación de los dos expresidentes de la Junta andaluza representa mucho más que el final de dos trayectorias personales: es el juicio a una forma de hacer política que ha marcado una época, casi un cuarto de siglo.

Sumados sus mandatos, Chaves y Griñán gobernaron la comunidad autónoma más poblada de España durante 23 años –diecinueve el primero– y ostentaron durante catorce años –doce el primero- la máxima representación institucional del PSOE como presidentes del partido, un puesto que tenía una fuerte connotación ética desde que lo ocupó Ramón Rubial, quien dejó el listón muy alto para los que le siguieron al no haber querido ser otra cosa en su vida que “la voz de la conciencia” de los valores socialistas.

El Tribunal Supremo no ha observado indicios de malversación de fondos ni, por tanto, de enriquecimiento personal en Chaves ni en Griñán, pero la imputación que sobre ellos recae de haber permitido durante décadas que se concedieran ayudas a través de un sistema “claramente ilegal” y arbitrario es muy grave porque entraña una concepción del poder muy próxima a la creencia en la impunidad. Si algo es la democracia, además de “un hombre, un voto”, es el respeto a las reglas y a los procedimientos.

Votantes capturados

Desde que Chaves aterrizó en Andalucía como candidato a la fuerza en 1990, para sustituir al defenestrado José Rodríguez de la Borbolla –enfrentado al entonces todo poderoso Alfonso Guerra–, el partido se impuso al Gobierno consolidándose como una red clientelar a medida que se repetían sus victorias electorales –Andalucía es el único territorio que no ha cambiado el color de sus gobiernos desde el comienzo de la democracia– y copiando de los nacionalistas la identificación cuasi excluyente con su territorio de influencia, hasta convertir al PSOE en una suerte de 'Partido Nacionalista de Andalucía' de forma que criticar al PSOE andaluz se convirtió en sinónimo de atacar a Andalucía.

Reducir el asunto a un problema de personas individuales supondría obviar la exigencia de una regeneración política integral

Desde la llegada de Chaves al Palacio de San Telmo se diseñó un sistema de cortafuegos para preservar la figura del presidente, en el que Gaspar Zarrías ejercía de cerrojo. “Es el cancerbero de todos los armarios”, se decía de él en voz baja por los circuitos socialistas. Como se decía, a modo de confesión eufemística, que “hubo una época en que el paro era muy grande y se agilizaron trámites para la concesión de ayudas”.

En ningún otro territorio como Andalucía se ha abusado más de las ayudas directas, las que más favorecen el clientelismo, porque cuando se construye una guardería se crea un servicio social, pero cuando se reparten cheques individuales para contribuir al pago de ese servicio se captura un votante. Y la forma en que los intereses del partido permearon todo tuvo su más gráfica expresión en la advertencia lanzada en 2012 por la entonces delegada de empleo en Jaén a trabajadores de la Junta para conminarles a hacer campaña “puerta a puerta”: “Si no ganamos las elecciones, vosotros no vais a seguir trabajando”.

La responsabilidad de unos no exime a otros

Chaves hubiera seguido siendo el referente del socialismo andaluz de no haber sido porque los sondeos que manejaban José Luis Rodríguez Zapatero, con el que llegó a ser vicepresidente del Gobierno, y José Blanco, alertaban de un serio peligro de pérdida del poder si no mediaba un cambio. El que intentó hacer Griñán chocó con un partido con el que nunca acabó de entenderse y está por ver si Susana Díaz ha interiorizado la enmienda judicial.

Como escribió el historiador Marc Bloch: “Un jefe es responsable de cuanto se hace bajo sus órdenes. No importa que no haya tenido la iniciativa de todas y cada una de las decisiones adoptadas, que no haya estado al corriente de todas las operaciones porque es el jefe y ha aceptado serlo, le corresponde atribuirse, para bien y para mal, los resultados” (La extraña derrota, Crítica).

Pero sería dramático para el PSOE reducirlo todo a una responsabilidad individual de los inculpados y creer que, con la sanción que reciban, se puede pasar sin más esa página porque hace mucho tiempo que entre los socialistas se venía diciendo que en la atmósfera de Andalucía hay una boina de contaminación política que exige una reflexión de fondo y un cambio en la forma de hacer política.

Dicen las crónicas periodísticas que el fraude de los ERE en Andalucía ha terminado con las carreras políticas de Manuel Chaves y José Antonio Griñán. Pero la inculpación de los dos expresidentes de la Junta andaluza representa mucho más que el final de dos trayectorias personales: es el juicio a una forma de hacer política que ha marcado una época, casi un cuarto de siglo.

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