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A Susana Díaz se le está poniendo cara de José Bono
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Gonzalo López Alba

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A Susana Díaz se le está poniendo cara de José Bono

Pedro Sánchez salva un nuevo 'match ball', pero su pulso con los barones lleva al PSOE de victoria en victoria por la senda de la derrota colectiva

Foto: La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, a su llegada a la sede socialista de Ferraz, este sábado. (EFE)
La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, a su llegada a la sede socialista de Ferraz, este sábado. (EFE)

“Hemos evitado otra vez la ruptura. No ha habido bronca en abierto y eso ya es un éxito. Si nos diera por hablar de los problemas de los españoles, sería la hostia”. Este lamento, que los partidarios del secretario general y sus detractores se intercambian como un venablo envenenado, resume el clima de mutua desconfianza y reproches cruzados en el que viven enredados -y encerrados- los socialistas.

La realidad del PSOE es que su cúpula dedicó la tarde del viernes, buena parte de esa noche y varias horas de la mañana del sábado a evitar que se produjera una votación, sobre la fecha de su próximo congreso, que de haberse producido trasladaría la imagen pública de un partido roto en dos. Si todavía no lo está es porque este horizonte aterroriza, porque ninguno de los sectores que pugnan por el poder orgánico goza de una mayoría clara ni sabe a ciencia cierta cómo manejar la situación postelectoral y porque algunos, como el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, y el primer secretario del PSC, Miquel Iceta, ejercieron de mediadores entre Pedro Sánchez y Susana Díaz.

Iceta, con el recordatorio de que el PSC apoyó su elección mayoritariamente, pidió a Sánchez que recupere el entendimiento con los secretarios generales, con los que se ha producido una quiebra de la que muchos echan la mayor parte de la culpa a “los usos y modos” -autoritarios e irrespetuosos- de su secretario de Organización, César Luena. A su vez, Page, que todavía puede hablar con Sánchez y con Díaz “de tú a tú”, apeló al sentido común.

Sánchez salvó el sábado un nuevo 'match ball', un punto que decide un partido, pero un partido que, a la postre, solo es decisivo -si es que lo es- para dilucidar su continuidad y la de un puñado de dirigentes. Y así lleva desde su elección en julio de 2014, con el PSOE sometido al estrés continuo de maniobras en la oscuridad que se sustancian por el procedimiento de muerte súbita, con todos al borde del precipicio y en el último momento. De victoria en victoria hasta el fracaso colectivo.

Emiliano García-Page y Miquel Iceta se erigen de mediadores entre el secretario general y los críticos para impedir la implosión del partido

El Comité Federal optó finalmente por la solución salomónica del ni para ti ni para mí: el congreso no será cuando quería Sánchez ni cuando pretendían los barones, sino en una fecha intermedia cuyo cumplimiento nadie puede garantizar porque todo dependerá del proceso institucional abierto tras las elecciones. Si Sánchez logra formar Gobierno dará lo mismo cuándo sea el congreso porque habrá sido ungido con el poder y, si se repiten las elecciones, será la fecha de estas la que determine el proceso interno en el PSOE, no al revés.

Sánchez solo ha logrado ganar un poco más de tiempo. Tan evidente resulta que está maniatado que, para disimular que su capacidad de iniciativa se limita a jugar los balones que le ponen en los pies los barones, se permitió lanzar un órdago para la galería, un golpe de efecto ante los dirigentes territoriales sorprendidos a contrapié. La consulta a los militantes de los pactos de gobierno que se pudieran lograr es poco más que un eslogan porque, para empezar, Sánchez ni siquiera ha recibido todavía el encargo de intentar formar Gobierno, y, para terminar, ninguna organización somete a sus bases un acuerdo que no vaya a prosperar. Pero envió un doble mensaje interno: tiene un margen de maniobra como secretario general y como candidato, y no va a tirar la toalla.

En esta guerra de nervios la que de momento está llevando las de perder es la presidenta de la Junta de Andalucía. A Susana Díaz se le está poniendo cara de José Bono, la cara del presidente autonómico imbatible en su territorio que, de tanto deshojar la margarita de cruzar o no cruzar el Tajo, cuando resolvió su dilema existencial descubrió que el partido había cambiado tanto que ya no le quería. Se le había pasado el arroz, como diría un castizo, y el rastro de su ambición había dejado la huella de tantos defectos como virtudes. A la reina del Sur la persigue el pecado original de amagar sin dar y de enrolar ejércitos para disputar batallas cuya arena no pisa. Hasta los cimientos de la Giralda se conmueven ya de la risa cuando asegura que ella no está en batallas orgánicas.

Evitar la votación sobre una fecha, que hubiera puesto negro sobre blanco la división del PSOE, consumió las energías de la cúpula socialista

Mientras Sánchez gana tiempo en el menguado trono socialista y Díaz repiensa su estrategia para derrocarlo, el PSOE y España lo pierden. ¿Un tiempo irrecuperable? Si el Comité Federal del 28 de diciembre dio un no rotundo a cualquier entendimiento con el PP, el del sábado elevó a “los independentistas” al mismo nivel de línea roja. Abundaron también los recelos y suspicacias hacia Podemos y las insinuaciones a Ciudadanos. Y, aquí sí, Susana Díaz quiso hablar sin intermediarios, alto y claro desde la fila cero del Comité Federal: “No podemos gobernar con Podemos. No lo veo”. Pero de todo se oyó, a favor y en contra de todas las alianzas posibles. Y, siendo tal la disparidad de posiciones dentro de la cúpula dirigente, como dijo un veterano: “Entonces, ¿qué queremos? ¿Repetir las elecciones? Para eso es para lo que están trabajando Mariano Rajoy y Pablo Iglesias desde la misma noche electoral”.

“Hemos evitado otra vez la ruptura. No ha habido bronca en abierto y eso ya es un éxito. Si nos diera por hablar de los problemas de los españoles, sería la hostia”. Este lamento, que los partidarios del secretario general y sus detractores se intercambian como un venablo envenenado, resume el clima de mutua desconfianza y reproches cruzados en el que viven enredados -y encerrados- los socialistas.

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