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De la 'casa común de la izquierda' a la pugna por un habitáculo en el centro
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Gonzalo López Alba

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De la 'casa común de la izquierda' a la pugna por un habitáculo en el centro

Podemos le ha cogido la posición al PSOE, que ha pasado de ser "la casa grande" a estar en peligro de convertirse en "un chiringuito pequeño"

Foto: El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, durante su visita al Mercat Nou, en Ibiza. (EFE)
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, durante su visita al Mercat Nou, en Ibiza. (EFE)

Arrancaba la década de los noventa del siglo pasado, y comenzaba el ocaso de Felipe González, cuando Alfonso Guerra y José María Benegas, que gobernaban el partido, acuñaron la idea del PSOE como “la casa común de la izquierda”. Por aquellas fechas, en 1991, el líder histórico del PCE, Santiago Carrillo, promovía la incorporación al PSOE de los escindidos con él en el Partido de los Trabajadores de España (PTE) y, aunque él no se integró, proclamaba que era “preferible entrar en la ‘casa común’ grande que quedar aislados en un chiringuito pequeño”, en alusión a la Izquierda Unida que pilotaba un Julio Anguita empeñado en hacer a los socialistas una pinza con el PP de José María Aznar. Unos años antes, en 1988, Enrique Curiel, que había llegado a ser vicesecretario general, renunciaba a su carné del PCE y poco después se convertía en parlamentario electo del PSOE. Algo después, en 2001, ya con José Luis Rodríguez Zapatero de secretario general, se integraba en el PSOE el Partido Democrático de la Nueva Izquierda fundado por Diego López Garrido como corriente interna de IU y arrastraba hacia las filas socialistas a un buen número de militantes de CCOO y de significados artistas que luego protagonizarían el movimiento de 'la ceja' en apoyo a la candidatura presidencial de Zapatero.

Un cuarto de siglo después, Anguita es el referente reconocido de Pablo Iglesias y Podemos se ha convertido en la casa común de las izquierdas, pactando alianzas con aquellas otras corrientes que no están en el PSOE ni han querido fundirse orgánicamente con los podemitas. Mientras que los socialistas vivían absortos en sus luchas palaciegas por el trono que dejaba vacante Zapatero, desbordados por la crisis, esquizofrénicos por la imposibilidad de compatibilizar su ideario con las imposiciones de Bruselas y 'ciegos de mente' para pensar de forma dinámica y entender el cambio que se estaba produciendo hacia una era de la incertidumbre, los fundadores de Podemos acertaban a canalizar políticamente la indignación ciudadana que se plasmó en el movimiento del 15-M como síntesis de un rechazo mayoritario a la creciente desigualdad provocada por la crisis y la forma en que se buscó salir de ella (la promoción de la igualdad ha sido históricamente la principal seña de identidad de la izquierda). Como se dice en baloncesto, el deporte que en su juventud practicó Pedro Sánchez, al PSOE le habían cogido la posición.

Luego vino el pacto con Ciudadanos, defendido como la vía posible para que un socialista volviera a gobernar España, algo que de haber sido cierto habría permitido justificar renuncias a propuestas tan sensibles para su electorado como la derogación total de la reforma laboral, la ley mordaza y la LOMCE. Pero el fracaso de la investidura de Sánchez las convirtió en renuncias gratuitas que desplazaron al PSOE hacia la derecha, o hacia el centro, si se prefiere decir de este modo.

Y así, el PSOE se vio, por primera vez en su historia moderna, jugando en un espacio achicado por su izquierda, con Podemos, y por su derecha, con Ciudadanos, una formación inspirada en el CDS que Adolfo Suárez -ahora también invocado por Sánchez como referente- fundó tras el suicidio de UCD, pero que -a tenor de la composición de sus listas electorales- parece un partido de guapos, guapas, famosetes y expertos, esos que parecen saberlo todo menos “qué es lo que no saben”, como los define Nassim Nicholas Taleb (‘El cisne negro’, Paidós-Booket).

Sánchez ha llevado al PSOE a jugar en un territorio achicado por su izquierda y por su derecha

Ellos solitos, los socialistas, se han puesto a jugar en una baldosa, algo que solo está al alcance de figuras irrepetibles como Messi o Iniesta, los “estadistas” del fútbol actual. Y, para mayor desconcierto de los propios, el mismo entrenador que propuso la desaparición del Ministerio de Defensa ahora plantea incrementar hasta un 2 por ciento del PIB el gasto militar, que es como pasar de la estrategia de ataque a la del cerrojazo.

Por si fuera poco, como ha advertido en este diario Ignacio Varela (‘Preguntas pertinentes: ¿Será Iglesias presidente gracias al PSOE?’), el candidato socialista se acaba de pegar otro tiro en el pie con la estrategia victimista de buscar el voto útil de la izquierda enfatizando que nunca llegará a ser presidente si depende del apoyo de Podemos. Entonces, como apunta el que durante muchos años fue sociólogo de cabecera del PSOE, “¿qué sentido tiene votar al PSOE?” y, sobre todo, “¿qué hará el PSOE si de él depende que Iglesias sea presidente?”.

Los socialistas han perdido la hegemonía cultural y no la recuperarán si no son capaces de liderar "la refundación de la idea de igualdad"

El principal problema del PSOE es que ha perdido la hegemonía cultural, no ya en la sociedad española, sino entre la izquierda patria. La pugna por conseguir un habitáculo en el centro es para el PSOE como las batallas de Don Quijote contra los molinos de viento porque “el centro” no existe ideológicamente, aunque seis de cada diez votantes se autoubiquen en el espacio del centro y centro-izquierda. Como señalan los autores de ‘Aragón es nuestro Ohio. Así votan los españoles’ (El hombre del TR3S), aunque el porcentaje de votantes que se define de centro era del 21,08% en el barómetro del CIS de enero de 2015, y sumados a los “votantes sin ideología” representen alrededor del 40% del electorado en España, “los partidos que ganan también ganan en el centro, pero no ganan porque ganen en el centro”.

Como sostiene el catedrático de Historia Política Pierre Rosanvallon, lo más urgente para la socialdemocracia que representa el PSOE, si quiere sobrevivir como algo más que una fuerza marginal, es “refundar la idea de igualdad”, cuya promoción “ha constituido históricamente su fuerza y fundado su legitimidad”, pero hoy “tan solo suena como una concha vacía” (‘La sociedad de los iguales’, RBA).

Arrancaba la década de los noventa del siglo pasado, y comenzaba el ocaso de Felipe González, cuando Alfonso Guerra y José María Benegas, que gobernaban el partido, acuñaron la idea del PSOE como “la casa común de la izquierda”. Por aquellas fechas, en 1991, el líder histórico del PCE, Santiago Carrillo, promovía la incorporación al PSOE de los escindidos con él en el Partido de los Trabajadores de España (PTE) y, aunque él no se integró, proclamaba que era “preferible entrar en la ‘casa común’ grande que quedar aislados en un chiringuito pequeño”, en alusión a la Izquierda Unida que pilotaba un Julio Anguita empeñado en hacer a los socialistas una pinza con el PP de José María Aznar. Unos años antes, en 1988, Enrique Curiel, que había llegado a ser vicesecretario general, renunciaba a su carné del PCE y poco después se convertía en parlamentario electo del PSOE. Algo después, en 2001, ya con José Luis Rodríguez Zapatero de secretario general, se integraba en el PSOE el Partido Democrático de la Nueva Izquierda fundado por Diego López Garrido como corriente interna de IU y arrastraba hacia las filas socialistas a un buen número de militantes de CCOO y de significados artistas que luego protagonizarían el movimiento de 'la ceja' en apoyo a la candidatura presidencial de Zapatero.

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