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¿Y si el que se abstiene es Pedro Sánchez y luego se va a su casa?
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Gonzalo López Alba

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¿Y si el que se abstiene es Pedro Sánchez y luego se va a su casa?

La mayoría de los barones, aunque no lo reconozca públicamente, asume la abstención mínima y condicionada, en el límite del tiempo y al precio más alto posible

Foto: El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez antes del 26-J.(Reuters)
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez antes del 26-J.(Reuters)

No ocurrirá, pero la “abstención mínima” que predica Guillermo Fernández Vara como fórmula para, en la última votación del próximo debate de investidura, posibilitar la investidura de un presidente del Gobierno sin comprometer la posición de conjunto del PSOE tiene el nombre propio de un diputado electo: Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Si el secretario general del PSOE, además de ambición personal, tuviera altura de miras y sentido de Estado, tendría que dar ese paso asumiendo una responsabilidad personal y, acto seguido, marcharse a su casa. Algo así como: “Traiciono a mi partido para no traicionar a España ni que mi partido tenga que traicionarse a sí mismo”. Sería el equivalente del “me cueste lo que me cueste” con el que José Luis Rodríguez Zapatero afrontó los primeros embates de la crisis, pero liberando al partido de toda responsabilidad.

Los socialistas han enunciado hasta ahora tres parámetros de actuación que son de incompatible realización simultánea. A saber: que, ni por activa ni por pasiva -ni votando a favor ni absteniéndose- darán su apoyo a la investidura de Mariano Rajoy; que no se puede ir a unas terceras elecciones y corresponde al PP intentar formar Gobierno,y que el PSOE siempre actúa y actuará con responsabilidad de Estado. Las das últimas premisas chocan de bruces con la primera.

Desde la misma noche del 26-J, los dirigentes socialistas que fueron capaces de sobreponerse a los impactos del momento advirtieron de que “la clave es el 176”, el voto que le faltó al PP para poder sumar mayoría absoluta con Ciudadanos, PNV y Coalición Canaria; o la abstención de un diputado de cualquier otro grupo que precisaría ese acuerdo de investidura para que saliera por mayoría simple -todo eso dando por sentado que, por afinidad ideológica en materia socioeconómica, se producirá el entendimiento entre las fuerzas de centro derecha-.

Sánchez se reúne con sus barones para analizar los resultados del 26-J

Las primeras miradas se volvieron hacia Pedro Quevedo, el diputado de Nueva Canarias coaligado en el PSOE. Pero, como era de esperar, Quevedo respondió que no mancillará su palabra para salvar la de los socialistas. A partir de ahí, salvo que Rajoy lograra el apoyo o la abstención de la antigua Convergència de Cataluña, no hay investidura posible sin el concurso activo o pasivo del PSOE.

A medida que transcurren los días, los socialistas van tomando conciencia de la dimensión de su derrota, que no solo es numérica (en número de votos o de escaños), sino también de capacidad de maniobra, ya que las opciones que tras los comicios de diciembre tuvo Pedro Sánchez de ser investido se han esfumado. Y la primera derivada de esa toma de conciencia es la conclusión de que “si seguimos haciendo las mismas cosas y de la misma forma, lo más probable es que obtengamos los mismos resultados”.

Solo la gran coalición está descartada

En consonancia con esta conclusión, lentamente va calando la impresión de que, aunque solo en el último momento y como solución ‘in extremis’, acabará imponiéndose la abstención socialista a la investidura de Rajoy porque, en paralelo, se va interiorizando que la prioridad de prioridades para el PSOE es reunificar el partido y reconstruir el proyecto, lo que, entre otras cosas, pasa por no hacer lo mismo que Unidos Podemos, que con seguridad votará en contra de la investidura del candidato del PP. Lo único que realmente está descartado por completo es que el PSOE forme coalición de gobierno con el PP. El rechazo de entrada a la abstención entra dentro de la lógica política, porque siendo la única baza de la que dispone el PSOE, sería absurdo que la entregara sin antes haber negociado contrapartidas.

Salvo que Rajoy lograra el apoyo o la abstención de la antigua Convergència de Cataluña, no hay investidura posible sin el concurso activo o pasivo del PSOE

Aunque los más reacios a la abstención -que notables del partido vienen defendiendo desde las elecciones de diciembre- argumentan que en ese caso la militancia se sentiría traicionada por sus dirigentes, cada vez sonmás los que creen que no sería así si Sánchez es capaz de articular un discurso de responsabilidad de Estado, dejando claro que su abstención en nada compromete al PSOE con la gestión de gobierno ni condiciona su ejercicio de la oposición, y es capaz de arrancar algunas concesiones del PP, en materias tan sensibles como educación, reforma laboral, pensiones, financiación autonómica, ley electoral y/o reforma constitucional, aspectos en los que hasta ahora Rajoy ha estado enrocado en sus posiciones.

Una abstención mínima y condicionada, al límite del tiempo y al precio más alto posible, ahormada con ese discurso y haciendo ver que “no todos somos iguales” -que el PSOE rechaza las coaliciones negativas como las que impidieron la investidura de su candidato, porque su prioridad son los ciudadanos y no asaltar el poder-, podría ser un buen primer paso para que el socialismo español emprenda una nueva andadura. Es, de hecho, lo que piensan la mayoría de los barones socialistas, aunque de momento solo lo reconozcan en privado.

Otras fórmulas 'vergonzosas'

Hay otras fórmulas para que se produzca esa abstención mínima, aunque hasta ahora solo el presidente de Extremadura -que pudo aprobar los presupuestos regionales gracias al PP- y Josep Borrellse han atrevido a enunciarlas públicamente. Pero son todas vergonzosas: un diputado ausente, un voto 'por error', una enfermedad sobrevenida...

Se va interiorizando que la prioridad para el PSOE es reunificar el partido y reconstruir el proyecto, lo que pasa por no hacer lo mismo que Unidos Podemos

Por todo ello, la mejor forma de que el PSOE siga aumentando su hoja de servicios a España sin traicionarse a sí mismo es la enunciada al principio: que se abstenga Pedro Sánchez y, acto seguido, se vaya a su casa. Sería reconocer su fracaso como dirigente político, pero aumentaría su talla como ciudadano comprometido con su país y dejaría a su partido libre de cargas. Y si fueran precisas más abstenciones socialistas, porque el PP no logre atraer al PNV u otros votos necesarios, tendrían que ser, por orden de jerarquía -y siguiendo los pasos de retirada del secretario general-, las de los demás miembros de la Ejecutiva que han metido al PSOE en un pozo laberíntico.

No ocurrirá, pero la “abstención mínima” que predica Guillermo Fernández Vara como fórmula para, en la última votación del próximo debate de investidura, posibilitar la investidura de un presidente del Gobierno sin comprometer la posición de conjunto del PSOE tiene el nombre propio de un diputado electo: Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Si el secretario general del PSOE, además de ambición personal, tuviera altura de miras y sentido de Estado, tendría que dar ese paso asumiendo una responsabilidad personal y, acto seguido, marcharse a su casa. Algo así como: “Traiciono a mi partido para no traicionar a España ni que mi partido tenga que traicionarse a sí mismo”. Sería el equivalente del “me cueste lo que me cueste” con el que José Luis Rodríguez Zapatero afrontó los primeros embates de la crisis, pero liberando al partido de toda responsabilidad.

Pedro Sánchez Mariano Rajoy
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