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El PSOE queda herido de muerte
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Gonzalo López Alba

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El PSOE queda herido de muerte

Los críticos tumban a Sánchez en el comité federal, pero se ha cavado una fractura tan profunda que el sábado los socialistas derrotaron a su partido para muchos años

Foto: Pedro Sánchez durante la rueda de prensa en la que anunció su dimisión, este 1 de octubre. (EFE)
Pedro Sánchez durante la rueda de prensa en la que anunció su dimisión, este 1 de octubre. (EFE)

Esto se va a la mierda”. Hasta los socialistas más templados entonaban este lamento desde media tarde del sábado. A partir de esa hora ya fue imposible que las dos facciones enfrentadas en un choque de legitimidades mantuvieran la compostura y en la sala Ramón Rubial de la sede del PSOE —cuya entrada fue bloqueada de forma inédita a cal y canto para los periodistas— estalló un pandemónium de gritos, lágrimas y conatos de enfrentamiento físico en medio de un intercambio de acusaciones en el que proliferaron las expresiones de más grueso calibre entre quienes se presumen compañeros de un partido democrático: “pucherazo”, “sinvergüenzas”, “cobardes”…

Foto: Un póster del exsecretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (Reuters)
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El que perdió el comité federal, Pedro Sánchez, ha perdido; la que ganó, Susana Díaz, que se puso abiertamente al frente de los críticos, también ha perdido porque no sale indemne de una guerra en la que tuvo que remangarse para acabar combatiendo en primera línea; y, al final, hay un gran derrotado, que es el PSOE, roto en dos pedazos (132 votos frente a 107 en la votación definitiva). Los vecinos de la calle de Ferraz, donde se celebró la cumbre que dio la puntilla al peor secretario general del partido, se despertaron este sábado con un escrache de socialistas contra socialistas y se fueron a la cama con el edificio del número 70 convertido en un tanatorio después de una jornada delirante y esperpéntica en la que la primera casa del pueblo de toda España fue la casa alucinada.

A media tarde, después de horas enredados en un tira y afloja de cuestiones procedimentales que comenzó a las nueve de la mañana, los miembros del tercer sector, “los estupefactos”, empezaron un goteo de abandonos de la cumbre socialista. El estallido se produjo cuando los sanchistas, tras conseguir que se votara su propuesta de primarias en octubre y congreso extraordinario en noviembre, escondieron la urna detrás de un panel sin nadie que controlara el censo de votantes ni el número de papeletas que cada uno introducía. Para entonces hacía horas que ya habían fracasado los intentos de algunos dirigentes alineados con Sánchez, como Patxi López o Meritxell Batet, de propiciar una solución de entendimiento.

El dirigente que se estrenó proclamando que sería “el secretario general de la unidad” desató, con su actitud de okupa, una guerra intestina que tendrá secuelas

Tras el episodio de la urna escondida, uno de los primeros en abandonar la reunión sin conocer su desenlace fue José Antonio Pérez Tapias, que en 2014 disputó la secretaría general a Pedro Sánchez y Eduardo Madina. “El partido está roto y no veo ninguna solución”, sentenció sin ocultar su desolación. No fue el único. Militantes con muchos trienios no pudieron contener las lágrimas, última válvula de desahogo para un profundo dolor. En el empeño de querer doblar el brazo del otro en un pulso de fuerza, las dos facciones enfrentadas se acabaron fracturando los brazos y dejando astillada y patas arriba la mesa compartida.

El día 1 de octubre de 2016 quedará registrado en los anales del socialismo español como la fecha en la que dos facciones se enfrentaron por el control del partido y la factura la pagó el PSOE (y sus votantes), condenado a renacer de sus cenizas en el mejor de los casos. Cada uno elige cómo quiere morir y los socialistas, arrastrados por un Sánchez decidido a “morir matando” sin importar las ruinas que deja detrás, se inclinaron por el suicidio colectivo. El partido que gobernó durante 21 de los 39 años de democracia, ha quedado herido de muerte para muchos años porque fracturas como las que se consumaron el sábado no se curan rápido ni fácil.

placeholder Simpatizantes de Pedro Sánchez hacen guardia en la puerta de la sede socialista. (Reuters)
Simpatizantes de Pedro Sánchez hacen guardia en la puerta de la sede socialista. (Reuters)

Lo saben bien los que conocen toda la trayectoria del PSOE, como el historiador Santos Juliá, que evocaba en 'El País' el antecedente de la ruptura protagonizada en diciembre de 1935 por Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero en una coyuntura en la que, como ahora, estaba en juego la gobernabilidad de España, en el peor momento de la II República. La escisión se propagó por toda las agrupaciones y alcanzó a la UGT, que por entonces era uña y carne con el PSOE.

Sánchez se estrenó en el cargo proclamando que sería “el secretario general de la unidad” y terminó actuando como un okupa, utilizando las peores tretas y añagazas que se imparten en la escuela del peor socialismo, la de las Juventudes Socialistas, donde se crían aquellos que aspiran a hacer de la política una profesión para toda la vida. Y Susana Díaz, que no puede hacer abstracción de su responsabilidad directa en la elección de Sánchez ni en algunas de sus desavenencias posteriores, se postula ahora para coser, pero se ha hartado de descoser. Y, para mayor dificultad, el nivel de enconamiento, que ha traspasado lo político para llegar a lo personal, entorpece sobremanera la lógica de que nadie mejor para restaurar la paz que alguien que no haya participado en la guerra.

La continuidad de Sánchez, al que no puso en el disparadero la dimisión de la mayoría de su ejecutiva sino seis derrotas electorales consecutivas, abocaba al PSOE a acabar con una representación parlamentaria de medio centenar de diputados. Pero la forma en que se ha desarrollado la guerra intestina y el contexto político resucitan el fantasma griego, porque el hundimiento del Pasok no comenzó con el abandono de sus votantes, sino cuando los alcaldes y cuadros del “no es no” empezaron a fugarse a Syriza, el Podemos griego.

Susana Díaz, que tuvo que remangarse en primera línea de combate, tampoco sale indemne de un proceso que resucita el fantasma griego

Y Pablo Iglesias, el que no fundó el PSOE, está al acecho para ponerle la lápida, con la inestimable ayuda de un Sánchez que ha podemizado el PSOE con un discurso falaz porque nadie ha puesto nunca en cuestión la celebración de las primarias; la democracia no se limita a “una persona, un voto”, sino que ha de incorporar también el respeto a unos procedimientos, unas reglas de juego y unas instancias de deliberación y control; y porque si los militantes socialistas pueden elegir a su secretario general por voto directo no es por mérito suyo, sino de quien las exigió en 2014: Eduardo Madina.

Ahora toca recomponer los pedazos rotos. Ahí es nada. Del acierto en la composición de la gestora que ahora pilotará el partido hasta un congreso extraordinario, y de la actitud que mantengan los derrotados de ayer, dependerá en gran medida el sesgo que tomen los siguientes episodios.

Esto se va a la mierda”. Hasta los socialistas más templados entonaban este lamento desde media tarde del sábado. A partir de esa hora ya fue imposible que las dos facciones enfrentadas en un choque de legitimidades mantuvieran la compostura y en la sala Ramón Rubial de la sede del PSOE —cuya entrada fue bloqueada de forma inédita a cal y canto para los periodistas— estalló un pandemónium de gritos, lágrimas y conatos de enfrentamiento físico en medio de un intercambio de acusaciones en el que proliferaron las expresiones de más grueso calibre entre quienes se presumen compañeros de un partido democrático: “pucherazo”, “sinvergüenzas”, “cobardes”…

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