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Cuando los sapos bailen flamenco (en Marruecos)
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Jaime Pérez-Llombet

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Cuando los sapos bailen flamenco (en Marruecos)

Que las relaciones entre España y Marruecos circulen cruzando una niebla cada vez más espesa genera una gran desconfianza en Canarias

Foto: Pedro Sánchez, durante su última visita a Marruecos. (EFE/Mohamed Siali)
Pedro Sánchez, durante su última visita a Marruecos. (EFE/Mohamed Siali)
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Qué información tiene Marruecos sobre el Gobierno central o sobre el presidente, Pedro Sánchez. Qué saben. A cambio de qué todo esto, tanta desinformación, dejarse tratar así. Coalición Canaria se hace éstas y otras preguntas públicamente, interrogantes que, como ocurrió hace cuarenta y ocho horas en el Congreso, quedan sin respuesta. Dijo meses atrás el eurodiputado socialista Juan Fernando López Aguilar que las relaciones con el vecino marroquí obligan a tragar sapos (a veces, precisó) porque España no puede permitirse llevarse mal con el vecino. Sapos que, a juzgar por la sucesión de acontecimientos, bien podrían ser ballenas. Qué decir si, fruto de la causalidad o de la casualidad, huyendo de la pregunta Sánchez se refugia en la necesidad de colaborar con Marruecos en materia migratoria y lo hace coincidiendo con un repunte en la llegada de inmigrantes, trescientos cuarenta y cuatro en apenas unas horas a Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote.

Foto: Un migrante desembarca en el puerto de Arguineguín. (Reuters/Borja Suárez) Opinión
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Que las relaciones entre ambos países circulen cruzando una niebla cada vez más espesa genera una desconfianza añadida en el archipiélago. No solo por la cercanía —a escasos cien kilómetros de costa a costa— sino porque siguen sin despejarse asuntos trascendentales para las islas como la delimitación de la mediana, la explotación de los fondos marinos o la cooperación ante el fenómeno migratorio que Marruecos gestiona con más táctica que sensibilidad. Canarias necesita saber, tener certezas. No las hay. Han desaparecido. No se sabe. No se contesta. Si bien el presidente del Ejecutivo autonómico, Ángel Víctor Torres, avanzó durante su último viaje a Rabat en el objetivo de impulsar las relaciones comerciales, la agenda canaria con Marruecos sigue escrita en la barra de hielo del reino alauí.

La implicación del país vecino para controlar la salida de inmigrantes desde sus costas va por días, depende, ora sí, ora no, intermitencia mal disimulada conectada con negociaciones paralelas. La cooperación en materia de seguridad es otra de las incógnitas. La delimitación de la mediana duerme el sueño de los justos, junto al baúl donde los marroquíes tiene metido el pulso por el control de los fondos marinos y sus multimillonarios recursos naturales. Otro hito que no se deja descifrar es la posición en el Sahara, con un giro de ciento ochenta grados que Moncloa rebaja a la condición de continuismo, tesis no aceptada por los altos cargos y dirigentes de Nueva Canarias, socios del presidente canario y secretario general del PSOE en las islas, Ángel Víctor Torres. Aunque no llegó a provocar una crisis de gobierno en el archipiélago, el cambio de discurso respecto al Sahara abrió una grieta perfectamente visible en el discurso del gabinete de Torres, viéndose el presidente en la necesidad de dejar reposar una división de opiniones que pudo acabar con la estabilidad del Ejecutivo regional.

placeholder Ángel Víctor Torres, presidente de Canarias. (EFE/Ramón de la Rocha)
Ángel Víctor Torres, presidente de Canarias. (EFE/Ramón de la Rocha)

El siempre penúltimo episodio de la nebulosa con Marruecos, esta vez al trascender que Rabat impuso el cese de González Laya, ha generado en las islas tanta inquietud como sospechas —tantas dudas como están suscitando las conversaciones sobre el control del espacio aéreo—. No solo CC se hace preguntas. Otros grupos abren interrogantes también condenados a quedar sin respuesta. Con el actual Gobierno central la relación con el reino alauí parece decidirse en un cuarto oscuro, sin las imprescindibles explicaciones en el ámbito parlamentario e ignorando a qué obedecen giros y volantazos. Así fue cuando una carta filtrada por la diplomacia marroquí desnudó el cambio de posición de Moncloa respecto al Sahara y su plan de autonomía, y así ha sido al trascender que Rabat exigió el cese de la exministra, imposición que Sánchez no ha desmentido.

Foto: La exministra de Asuntos Exteriores Arancha González Laya. (EFE/EPA/Olivier Hoslet)

El presidente del Gobierno pudo aprovechar el aluvión de preguntas que sobre tal exigencia de cese le hicieron el miércoles en el Congreso para zanjarlo con un desmentido rotundo, sin fisuras, incontestable. No lo hizo. Silencio administrativo. Escapismo. Raro. Mala cosa. Al requerimiento, a la petición de que desmintiera que Marruecos pidió la cabeza de Laya, a Sánchez únicamente le valía una respuesta. Es rotundamente falso —debió decir, para zanjarlo—. No fue así. Mala pinta. Cuando a alguien se le pregunta algo y responde otra cosa, se llame Pedro Sánchez o no, es que algo huele a podrido en Dinamarca.

Cuando lejos de negarlo tajantemente un presidente consume su réplica atrincherándose en argumentos de salvamento y socorrismo, refugiándose en la relevancia de entenderse con el país vecino porque la economía y el fenómeno migratorio están por encima del bien y del mal, blanco, cazado y en botella. Si no la has cesado porque te lo pidieron —por exigencia de Marruecos— lo suyo, cuando te preguntan, es negarlo automáticamente. Si no lo haces, si huyes, lo que queda en el aire es que no has querido negarlo porque te expones a que te documenten que sí, que esa petición se hizo. Huele a que no ha podido negarlo porque en Marruecos alguien podrá ponerlo colorado, como ya ocurrió con la carta que, rompiendo el sepulcral silencio que se decretó a este lado de la frontera, permitió a la opinión pública de nuestro país enterarse de lo que nuestro Gobierno no había querido contar.

Foto: Ángel Víctor Torres, presidente de Canarias. (EFE/Luis G. Morera) Opinión
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Moncloa no opina sobre la destitución de la exministra, cese exigido por Marruecos como condición innegociable para resucitar la conversación después del fuego cruzado que provocó la hospitalización del secretario general del Frente Polisario, Brahim Gali, en Logroño. Aquella crisis diplomática dejó prácticamente rotas las relaciones entre ambos países. De aquel conflicto a esta parte Marruecos se ha instalado en el golpe de mano permanente, y, yendo más allá, se permite la licencia de adentrarse en el campo minado de exigencias que el presidente, Pedro Sánchez, no ha podido negar. En el conjunto del país sorprende. En las islas preocupa la acumulación de sapos con un vecino tan escurridizo y hábil cuando se desliza sobre el tablero diplomático, con una larga trayectoria de órdagos y desafíos, sapos que bailarán flamenco antes de que Moncloa transparente sus cesiones, negociaciones y pactos con Rabat.

Qué información tiene Marruecos sobre el Gobierno central o sobre el presidente, Pedro Sánchez. Qué saben. A cambio de qué todo esto, tanta desinformación, dejarse tratar así. Coalición Canaria se hace éstas y otras preguntas públicamente, interrogantes que, como ocurrió hace cuarenta y ocho horas en el Congreso, quedan sin respuesta. Dijo meses atrás el eurodiputado socialista Juan Fernando López Aguilar que las relaciones con el vecino marroquí obligan a tragar sapos (a veces, precisó) porque España no puede permitirse llevarse mal con el vecino. Sapos que, a juzgar por la sucesión de acontecimientos, bien podrían ser ballenas. Qué decir si, fruto de la causalidad o de la casualidad, huyendo de la pregunta Sánchez se refugia en la necesidad de colaborar con Marruecos en materia migratoria y lo hace coincidiendo con un repunte en la llegada de inmigrantes, trescientos cuarenta y cuatro en apenas unas horas a Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote.

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