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El 'annus horribilis' de Fuerteventura
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Jaime Pérez-Llombet

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El 'annus horribilis' de Fuerteventura

La isla despierta a la pesadilla de volver a tiempos de penurias que creían superados. Poco se habla pero mucho se sufre cuando algo tan esencial como el agua no llega o escasea

Foto: Foto de archivo en una playa de Fuerteventura. (EFE/Carlos de Saá)
Foto de archivo en una playa de Fuerteventura. (EFE/Carlos de Saá)
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Fuerteventura convive con un problema impropio del siglo XXI: una emergencia hídrica. Una isla árida y sin acuíferos de los que extraer agua, dependiente de la desalada del mar, arrastra el hándicap que trae consigo tener una producción insuficiente. Aunque la situación empeora las condiciones de vida en la isla, complica el día a día de las empresas y alarma al conjunto de la sociedad, una agenda política marcada por el desgobierno en el Cabildo Insular (donde únicamente dos consejeros, presidente y vicepresidente, gestionan treinta áreas) o por los escándalos protagonizados por Juan Bernardo y Taishet Fuentes —compañeros de andanzas de Marco Antonio Navarro, el mediador— tiene a los majoreros con sed de soluciones y respuestas que no llegan.

Resucitando los días sin luz, agua, comunicaciones u oportunidades que históricamente han retratado el pasado imperfecto de la isla, Fuerteventura despierta a la pesadilla de volver a tiempos de penurias que creían superados. Poco se habla pero mucho se sufre cuando algo tan esencial como el agua no llega o escasea. Empeorándolo, quienes abren los ojos a esta emergencia cada mañana no perciben que la política esté dedicándole la atención que merece una situación incubada al calor de una sucesión de torpeza e indolencia desde lo público.

Quienes abren los ojos a esta emergencia cada mañana no perciben que la política esté dedicándole la atención que merece la situación

Tener una producción de agua utilizable siempre ha sido un reto en Fuerteventura, esa demanda radiografía un endemismo que la gente de la isla ha ido transmitiendo de generación en generación. La emergencia hídrica es un problema mayúsculo al que, sin embargo, los partidos parecen no querer dar demasiada voz. Ni siquiera en semanas de precampaña electoral el asunto que está secando la paciencia de los vecinos de la isla ocupa el lugar preferente que merece una urgencia de este calibre. Se habla, sí. Solo lo justo. Procurando hacer el menor ruido posible. Levantando la mano pero sin alardes. Hablando de la emergencia sin situarla en la primerísima línea del debate en la isla, y, por extensión, tampoco sobre la mesa de la política en el archipiélago.

Ha faltado gestión. Hace falta ir a más con inversiones de distinta dimensión para que el agua siga llegando —o vuelva a llegar, en algunos casos— a todos los rincones de la isla. Han fallado los cálculos. Han pinchado con algunas decisiones. Se tira del freno de mano en desoladoras que con años acumulados de funcionamiento están en activo (instalaciones ciertamente desfasadas, pero operativas) sin que estén a pleno rendimiento las nuevas, que, para colmo de males, en el transcurso del mandato que ahora está dando sus últimos coletazos no han sido adjudicadas para cubrir las necesidades en el norte, centro y sur de Fuerteventura. Se baja la palanca de las desaladoras antiguas porque su consumo energético es significativamente mayor que el de instalaciones con una tecnología más avanzada, pero en lo que constituye una exhibición de improvisación y nula planificación se da ese paso sin tomarse la molestia los actores principales del desaguisado de esperar a que entren en funcionamiento las nuevas —sin duda más eficientes, pero todavía pendientes—.

Foto: Maqueta del proyecto Dreamland en Fuerteventura

¿Cómo rescatar a la isla de la emergencia hídrica que la tiene volviendo a sus tiempos en blanco y negro? Inversión. Hace falta visión y, sobre todo, incrementar las inversiones. Volcar recursos. Ir a más con los esfuerzos presupuestarios que hagan falta para incrementar de forma notable la producción de agua desalada y, en lo que constituye uno de los problemas que en mayor medida está lastrando el suministro, renovar la conducción —arreglar las tuberías y garantizar un correcto mantenimiento de las mismas—. Hacen falta molinos eólicos para que, llegado el momento, el cien por cien del agua desalada sea impulsada por el viento. Y hace falta, salvo que alguien ponga sobre la mesa alguna alternativa que garantice el servicio, que el agua continúe siendo una responsabilidad y tarea en manos de las instituciones públicas —en la medida de lo posible, corporaciones gobernadas con la racionalidad que merecen—.

Han sido años difíciles para la isla. Fuerteventura ha tenido mala suerte. Un Cabildo gobernado a cuatro manos, las del presidente y vicepresidente, proclamados minoría de gobierno, es una corporación lastrada por una situación más trágica que cómica. Mala suerte que las andanzas del clan Fuentes agigantaron poniendo a la isla en boca de todos con un escándalo vergonzante. Fuerteventura, fuerte desgracia. Así se retrató históricamente la vida en una tierra que en el pasado no se dejaba domesticar, que resucita ahora los fantasmas de las dificultades extremas cuando despierta y el agua no le llega, provocando que muchos vecinos tiren la toalla, se rindan, que barajen o decidan intentarlo otra vez en otro sitio.

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El Cabildo y algunos ayuntamientos anuncian planes para renovar infraestructuras que, en demasiados casos, tienen su vida útil más que superada. Palabras que no suelen descender a la isla de los hechos. La emergencia viene de más atrás, pero en febrero entre tantas fechas a rescatar una avería dejó sin agua a varias urbanizaciones. Hasta diez días llegaron a estar sin suministro. Problemas con las desaladoras que recargan los depósitos, caudales insuficientes, fugas, cortes cada vez más frecuentes, arreglos intermitentes, tuberías en mal estado. A juicio del expresidente del Cabildo, Mario Cabrera, de Coalición Canaria, la emergencia hídrica y la falta de gestión son vasos comunicantes en manos de los actuales gobernantes.

Marzo fue un mes negro para el Consorcio de Abastecimiento de Agua. En menos de un mes, en abril, hasta tres averías en la red han puesto en jaque a vecinos y empresarios. Un cuadro que complica la habitabilidad de muchas zonas de la isla y que, inevitablemente, debilita la imagen de Fuerteventura a ojos de terceros. Los vecinos de los pueblos más castigados por una emergencia tan poco frecuente (en un país que se dice desarrollado, y europeo) exigen transparencia, inversiones y avances. La gestión del agua debe figurar en lo más alto de la agenda, y no, se está a otra cosa, a otros incendios. La red no da para más —ha llegado a decir el presidente del Cabildo, Sergio Lloret—. ¿Son las desaladoras portátiles un remedio siquiera transitorio? Es la solución que ha planteado el secretario insular del PSOE, Blas Acosta.

Hay más. A las deficiencias de la red debe añadirse un importantísimo crecimiento poblacional en apenas unas décadas, situándose en más de 120.000 habitantes que despiertan con demasiada frecuencia a cortes, averías, fugas y caudales insuficientes que no encuentran una respuesta eficiente y ágil por parte de quienes tendrían que liderar la solución con más gestión y menos titulares.

Fuerteventura convive con un problema impropio del siglo XXI: una emergencia hídrica. Una isla árida y sin acuíferos de los que extraer agua, dependiente de la desalada del mar, arrastra el hándicap que trae consigo tener una producción insuficiente. Aunque la situación empeora las condiciones de vida en la isla, complica el día a día de las empresas y alarma al conjunto de la sociedad, una agenda política marcada por el desgobierno en el Cabildo Insular (donde únicamente dos consejeros, presidente y vicepresidente, gestionan treinta áreas) o por los escándalos protagonizados por Juan Bernardo y Taishet Fuentes —compañeros de andanzas de Marco Antonio Navarro, el mediador— tiene a los majoreros con sed de soluciones y respuestas que no llegan.

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