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Si la jueza Candela volviera a El Hierro
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Jaime Pérez-Llombet

Con siete puertas

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Si la jueza Candela volviera a El Hierro

El territorio más pequeño y frágil del archipiélago simboliza (en la cruda realidad, no en la serie) el colapso de Canarias ante una crisis migratoria desbocada

Foto: Varios cayucos de los que han llegado esta semana a El Hierro. (EFE/Gelmert Finol)
Varios cayucos de los que han llegado esta semana a El Hierro. (EFE/Gelmert Finol)
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Hierro (la serie). En su primera temporada, Candela, una juez aparentemente impenetrable, llega a El Hierro, a una realidad extraña —microscópica y desconcertante, a ojos de foráneos—. Candela va adentrándose poco a poco en la anatomía de una isla pequeña y frágil, aterriza en una sociedad que vive al ritmo que le marca un reloj pausado, propio. En su segunda temporada, la jueza va incorporándose al mundo interior de la isla, a los códigos, pieles y registros de una comunidad poco acostumbrada a los cambios o a las sorpresas, a lo sobrevenido. Hierro (la serie) logró que dentro y fuera del país una legión de ojos descubriera la isla y, sorprendidos por la fuerza de un planeta tan minúsculo, quisieran acercarse a ella. El último capítulo se emitió el diecinueve de marzo de 2021.

Hierro (la serie). El Hierro (la Isla). Cinco de octubre de 2023. Cinco cayucos, uno de ellos con 258 personas, llega a El Hierro. En las últimas veinticuatro horas cerca de setecientos inmigrantes han logrado poner sus pies sobre la isla que GPS en mano dibuja la última parada —la última oportunidad— antes de que las corrientes los arrastre océano adentro, a la muerte, al final, al vacío donde desaparecen miles de hermanos, padres, hijos o madres, amigos o conocidos que no constan en las estadísticas del éxodo africano. El Hierro (la Isla, no la serie) es el destino que persiguen quienes huyen de cualquier parte, preferentemente de Senegal.

Foto: Personas llegadas en un cayuco son atendidas a su llegada a El Hierro. (EFE/Gelmert Finol)

El territorio más pequeño y frágil del archipiélago simboliza (en la cruda realidad, no en la serie) el colapso al que una crisis migratoria desbocada está llevando a Canarias, pero esta vez sin llamar la atención o despertar el interés de los espectadores, tampoco de ministros, secretarios de Estado, grupos parlamentarios, comisarios europeos o de otras comunidades autónomas. La ficción resulta infinitamente más atractiva y llevadera que la desbordante problemática a la que se están enfrentando los escasos profesionales que, como la juez protagonizada por Candela Peña, se encargan de cubrir las necesidades de una comunidad sobrepasada por un fenómeno, la migración, que tiene contra las cuerdas los servicios más básicos —la asistencia sanitaria o jurídica, entre otros—

Los herreños saben emigrar. Padres, abuelos y bisabuelos conocieron la falta de oportunidades y la necesidad de intentarlo al otro lado del Atlántico, también convivieron con los riesgos, con la amenaza de morir en el intento, en la travesía. La gente de la Isla comprende, pero no hay comprensión capaz de dar respuesta a una crisis que, como ocurre en el conjunto del archipiélago, los herreños están viviendo, sufriendo y conviviendo en soledad, observados desde la distancia por un enjambre ministerial que ni entiende ni atiende.

Foto: Puerto de Arguineguín. (Reuters/Borja Suárez)

En las islas cala la sensación de que el plan es que no hay plan más allá de ir cubriendo mínimamente el expediente —Madrid o Bruselas— cuando la tragedia se hace un hueco en los telediarios. Dan señales de vida con declaraciones de aliño o anuncios de primeros auxilios cuando se tienen noticias de que el mar ha engullido alguna embarcación y, acto seguido, miran para otro lado, preferentemente para el Mediterráneo —nuestra ruta, en palabras del presidente del Gobierno—. El Hierro crece como símbolo del desentendimiento, de la falta de previsión, de la inconfesable intención de convertir a Canarias en centro de acogida o muelle de contención, y no, como debería ser, en puerto de paso hacia el continente que buscan los inmigrantes que han llegado o buscaban quienes murieron intentándolo.

Este último martes alcanzaron La Restinga —al pueblo donde hace pocos años un volcán no terminó de asomar a la superficie— cuatro cayucos con 521 personas a bordo. En apenas 24 horas, 1.213 migrantes han desembarcado en la isla del meridiano —cifra que equivale al once por ciento de la población herreña—. Y esto no ha hecho más que empezar. Cuando se pregunta a los responsables públicos no están (los del Estado) o no saben (los locales). En la tela de araña de los ministerios competentes nadie es responsable de nada porque todos son responsables de todo. Vuelva usted mañana. En 2023 han llegado a las Islas más de 15.000 migrantes, casi un veinte por ciento más que en los primeros nueve meses del año inmediatamente anterior. Y, a más.

En la tela de araña de los ministerios competentes nadie es responsable de nada porque todos son responsables de todo

Bruselas mira hacia otro lado coincidiendo con la presidencia española de la Unión Europea. La ruta canaria del éxodo africano no aparece en el mapa de quienes deben abordar, y no afrontan, una crisis que tiene a los ciudadanos preguntándose cómo es posible tanta distancia e indolencia, islas afuera, en los despachos donde debe dimensionarse (pero no) un proceso que anuncia tragedias, colapso y, en última instancia, una tensión social de la que más pronto que tarde acabarán bebiendo discursos moldeados con nitroglicerina.

Canarias tiene bajo su tutela a más de 3.000 menores. Las demás comunidades autónomas ni acogen ni se les espera en una crisis que no sienten ni quieren propia. Más allá de la aprobación de mociones que mueren en el papel o compromisos tan líquidos como fugaces, nada. Frases que acaban en el fondo del mar. Respuestas sin respuestas. No hay reacción. Tampoco atención. Pasa sin que nada pase. Hasta que termine de pasar. El seguimiento de las embarcaciones camino de las islas es claramente escaso. No se han reforzado los medios materiales y humanos, al contrario. Nada se sabe de la interlocución con países terceros. No se conoce una sola reunión —o videoconferencia, al menos— para abordar España y la Unión Europea la evolución de la ruta canaria de la migración africana. Cunde la sospecha de que la ausencia de respuestas tiene más que ver con decisiones que con indecisiones.

El plan es que no hay plan. El plan era esto. Hierro (la serie) captó la atención de un ejército de seguidores que descubrieron los paisajes que la ficción les mostró. El Hierro (la Isla) parece no captar la atención de prácticamente nadie, ni de los ministros, ni de los secretarios de Estado, ni los de espectadores de los telediarios. Si la jueza Candela volviera a El Hierro tendría que pedir refuerzos para poder hacer frente al colapso del sistema provocado por la masiva llegada de inmigrantes. Visto lo visto, esos refuerzos nunca le llegarían.

Hierro (la serie). En su primera temporada, Candela, una juez aparentemente impenetrable, llega a El Hierro, a una realidad extraña —microscópica y desconcertante, a ojos de foráneos—. Candela va adentrándose poco a poco en la anatomía de una isla pequeña y frágil, aterriza en una sociedad que vive al ritmo que le marca un reloj pausado, propio. En su segunda temporada, la jueza va incorporándose al mundo interior de la isla, a los códigos, pieles y registros de una comunidad poco acostumbrada a los cambios o a las sorpresas, a lo sobrevenido. Hierro (la serie) logró que dentro y fuera del país una legión de ojos descubriera la isla y, sorprendidos por la fuerza de un planeta tan minúsculo, quisieran acercarse a ella. El último capítulo se emitió el diecinueve de marzo de 2021.

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