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Hipertensión, enfado transversal y una crisis silenciada
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Jaime Pérez-Llombet

Con siete puertas

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Hipertensión, enfado transversal y una crisis silenciada

La crisis no va a menos, pero el olvido va a más. Las cámaras pasan, pero la crisis migratoria se queda, sigue su curso

Foto: Un migrante rescatado de los cayucos llegados hasta El Hierro. (EP)
Un migrante rescatado de los cayucos llegados hasta El Hierro. (EP)
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La hipertensión política y su eco a pie de calle tienden a fundirse en un agujero negro que engulle lo que encuentra a su paso. La crispación no se deja aislar y, superándose, se mueve sobre los territorios, la agenda y los asuntos de Estado, fagocitándolos sin hacer excepciones. Nada queda al margen. Nadie escapa. Su onda expansiva tiende a invadirlo todo y a silenciar, entre otros capítulos mayúsculos, los sonidos de la crisis migratoria que Canarias está afrontando en primerísima línea, casi a solas.

Tampoco el éxodo africano puede esquivar el cortocircuito que está generando un incendio que, previsible, pero desaconsejable, sacude al país en las vísperas de una investidura irrespirable. Con el enfado transversal echándose a las calles en noviembre, como años atrás pasó en Barcelona, el calentamiento global que sacude la política se ha colado en terrenos tan sensibles como la gestión de la masiva llegada de inmigrantes a Canarias.

Cumpliendo con la teoría de los vasos comunicantes, el ruido tiende a ocupar el espacio. Y no, ya no desembocará en un shutdown a la americana, pero estas últimas semanas se ha parecido. La parálisis de estos meses tiene a las distintas Administraciones a la espera de acontecimientos y empieza a asemejarse, salvando algunas distancias, al bloqueo, a la suspensión de actividad y gestión. Basta descender al día a día para constatar que tanto en la Administración central como en las autonómicas la cosa pública está viéndose abocada a esperar en el área de servicio de la autopista, a bajar los brazos hasta que la tormenta finalice en un sentido u otro.

Con cientos de miles de gargantas llamando la atención de semanas a esta parte en movilizaciones que perderán fuelle con el transcurso de los días, en sedes y despachos oficiales la atmósfera se vuelve irrespirable, abona la parálisis y se ralentiza la gestión (si es que no la detiene, en seco) dando alas a debates ajenos a cualquier resquicio de sosiego o entendimiento. Los acuerdos con los independentistas y las movilizaciones sacan de plano cualquier otra referencia, acallando, entre otras urgencias, la peor crisis migratoria que jamás se haya vivido en las islas y, en consecuencia, y aunque algunas regiones se pongan de perfil, en el conjunto de España. A la situación que está viviéndose en el archipiélago le sobra tanta crispación como recursos están faltándole. Y también realismo. Se echa en falta algo de realismo —de noción de la realidad— por parte de un ministro del Interior capaz de insinuar que el pacto migratorio está más cerca del éxito que del estrepitoso fracaso que está tiñendo la respuesta ministerial de frialdad, imprevisión e injustificada satisfacción.

Foto: Varios migrantes este viernes en El Hierro. (EP)

O usted dimite o debería ser cesado por el presidente en funciones porque es un incompetente —dijo la semana pasada el senador del PP, Sergio Ramos, a Fernando Grande-Marlaska—. El ministro, tirando a impasible, lo tachó de ignorante y reincidió en una descripción de los hechos que sobrevuela el optimismo mágico, esa zona de confort argumental donde el responsable de Interior se atrinchera cada vez que tiene que dar la cara por él y por el ejército de ministros que, competentes en la materia, han desaparecido de escena (quizá porque consideran que estar en funciones los libera de dar explicaciones o, ya puestos, de implicarse en la gestión de la peor crisis migratoria que hayan vivido las Islas).

Si algo ha complicado la gestión de una situación tan exigente es la negación de la realidad por parte de quien, ministro del Interior, pasa por ser la persona mejor informada del país. Qué esperar de alguien que hace una lectura tan mejorada de los hechos. Pero los datos, tozudos, son incontestables. Se ha superado en gravedad la crisis de los cayucos de 2006; una situación, la de aquel año, que sí suscitó el interés y los esfuerzos tanto del Gobierno del Estado como de los comisarios europeos. A diferencia de lo que ocurrió entonces, esta vez se ha optado por alimentar el espejismo de que está haciéndose, cuando poco se hace; y, en esa dirección, se ha optado por envolver las acciones en países terceros o alta mar (más hipotéticas que informadas) en un silencio que frustra y desconcierta a quienes en el día a día afrontan la incesante llegada de migrantes africanos.

La estadística se ha desbocado. En la medida en que el final de las calmas está multiplicando el riesgo de la travesía, salen menos de la costa africana, y mueren más. Cuando eso ocurra se tendrá la tentación de interpretar que el repunte empieza a amainar porque los esfuerzos están dando sus frutos, cuando lo cierto es, ahora y siempre, que la causa hay que buscarla mar afuera y no tierra adentro. La atención a los menores que llegan al archipiélago escapa ya a las posibilidades logísticas (y presupuestarias) del Ejecutivo regional. Quienes trabajan a pie de muelle están exhaustos. Eso sí, cada vez con más frecuencia despegan aviones con decenas de inmigrantes, eso sí, en vuelos que los llevan a Comunidades Autónomas que lamentan la falta de información y que, en ocasiones, deslizan sus pronunciamientos hacia arenas movedizas que solo la tensión que se vive estos días en las calles de muchas ciudades —principalmente en Madrid, por su eco informativo— ha logrado acallar.

"Con el país mirando hacia otro lado, Canarias se siente cada vez más sola con la gestión de una crisis que desborda"

Los términos de los acuerdos para la investidura han metido a la crisis migratoria más compleja en el cuarto trastero de la actualidad, en el sótano, bien lejos de la agenda de asuntos que merecen ser analizados, fiscalizados, contados y respondidos. Ahora que la hipertensión tiene secuestrada a la política e inevitablemente también a la gestión en los distintos escalones de la Administración, unos y otros sucumben a la tentación de chapotear en el problema, incendiar, tú más, y peor.

Mientras, con el país mirando hacia otro lado, Canarias se siente cada vez más sola con la gestión de una crisis que desborda, y de qué manera, la capacidad de maniobra de una comunidad autónoma. Como suele ocurrir, con el transcurrir de las semanas va perdiendo fuerza el impacto o la huella que dejan en la opinión pública, y en la política, las imágenes de la desesperación, de los cayucos o de los supervivientes, de las muertes conocidas. Cuando ese desentendimiento llega, y ya está ocurriendo, lo extraordinario se tiñe de ordinario y pierde fuelle a ojos de quienes no lo viven en primera línea. La crisis no va a menos, pero el olvido va a más. Las cámaras se van cuando la investidura llega, pero la crisis migratoria se queda, sigue su curso.

La hipertensión política y su eco a pie de calle tienden a fundirse en un agujero negro que engulle lo que encuentra a su paso. La crispación no se deja aislar y, superándose, se mueve sobre los territorios, la agenda y los asuntos de Estado, fagocitándolos sin hacer excepciones. Nada queda al margen. Nadie escapa. Su onda expansiva tiende a invadirlo todo y a silenciar, entre otros capítulos mayúsculos, los sonidos de la crisis migratoria que Canarias está afrontando en primerísima línea, casi a solas.

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