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Cuando todo pasa sin que nada pase (es porque la Constitución necesita una reforma)
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Jaime Pérez-Llombet

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Cuando todo pasa sin que nada pase (es porque la Constitución necesita una reforma)

No deja de ser sintomático que se hable tanto de la Carta Magna, pero cada vez menos de su envejecimiento, de la debilidad que confirma la creciente facilidad con la que la burlan los burladores de la constitucionalidad

Foto: Felipe VI recibe a Fernando Clavijo en la Zarzuela. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Felipe VI recibe a Fernando Clavijo en la Zarzuela. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
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Si pasa todo lo que pasa, sin que nada pase o les pase, tal vez, quizá, habrá que concluir que la Constitución ha perdido contexto, músculo, vigencia y eficiencia. La Carta Magna no se defiende —por escaso— alabándola u homenajeándola; hace falta algo más. Por la Constitución se pelea sacudiéndole las capas de polvo y el óxido; reformándola y poniéndola al día, en definitiva. Hace bien Felipe VI aprovechando su prime time navideño para reivindicarse reivindicándola. El Rey ha acertado situándola en la pista central de su discurso, elevándola a la categoría de asunto del que hay que hablar —aunque el precio haya sido dejar de referirse a otros asuntos que era igualmente necesario abordar—. También aciertan quienes, abrazando el hilo argumental del Monarca, se alinean con él para recordar a irresponsables, adaptados y distraídos que la Constitución que nos ha traído hasta aquí debe ser la herramienta que nos saque de aquí, de este desaguisado, del todo vale, del todo ocurre sin que nada pase, de la peligrosa normalización de las anomalías.

No, no es suficiente. No basta con jurar una y otra vez la Constitución. Hay que revitalizarla, hacerle los cambios que necesita para devolverle el pulso que se echa en falta para dar respuesta a un país que se parece cuarenta y cinco años menos al país de hace cuarenta y cinco años. Aciertan el Rey y quienes han bendecido su discurso y aquellos que, convencidos de que la Constitución ha perdido tono y reflejos, recuerdan que no debemos resignarnos a su inmovilidad y que, lejos de esto, hay que seguir demandando que se modifique para que vuelva a reflejar fielmente la realidad que pretende ordenar o enmarcar.

No deja de ser sintomático que se hable tanto de la Constitución, pero cada vez menos de su envejecimiento, de la debilidad que confirma la creciente facilidad con la que la burlan los burladores de la constitucionalidad. Es probable que socialistas y populares hayan dejado de hablar de la reforma de la Carta Magna porque saben que, como en tantos otros asuntos de Estado, como en tantas otras asignaturas mayúsculas, PSOE y PP son los reyes del procrastinar. El bipartidismo está negando al país reformas imprescindibles e inaplazables, la de la Constitución como ejemplo más sangrante. Saben quienes se mueven como pez en el agua en los limbos legales o en la fragilidad de la Constitución que a la Carta Magna se le han multiplicado las bocas de agua. Son conscientes de esa circunstancia y la aprovechan para hacer que pase de todo sin que nada pase o les pase.

Foto: El Rey, en su discurso de Navidad de 2023. (EFE/Ballesteros)

Hay casos, como el de Coalición Canaria, que ponen en valor su condición de nacionalismo constitucionalista sin dejar de insistir una y otra vez en la urgencia de actualizar la Carta Magna para adaptarla a la evolución de los tiempos y de los conflictos. No cabe sorpresa. Canarias lleva una eternidad llamando la atención sobre la oportunidad de abrir la Constitución, adaptarla al siglo que pisa y, aprovechando ese proceso que parece no llegar nunca, para mejorar el encaje del archipiélago, dándose la particularidad de que, a la espera de una reforma que el bipartidismo sigue entorpeciendo, Canarias cuenta con un reflejo más certero de su realidad en el marco europeo que en el constitucional. Esta vez no ha sido diferente. Tampoco en esta ocasión CC ha desaprovechado el pase para levantar la mano y decir que la Constitución no debe ser inamovible. Con acuerdos con el PP en Canarias y con el PSOE en Madrid —en lo que describe una versión mejorada de la centralidad que tanto gusta a CC—, los nacionalistas han salido al paso del discurso del Rey (en defensa de la Constitución como garante de la democracia y la convivencia) para coincidir con el Monarca en que fuera de la Carta Magna nada cabe —sobre el papel, al menos— y, acto seguido, para volver con la histórica reclamación de Coalición, en particular, y de Canarias, en general, de poner al día la Constitución. Sin quitarle un ápice de importancia a la Carta Magna como vehículo y elemento de unión y convivencia, sí creemos —ha dicho el secretario de Organización de CC, David Toledo— que no puede ser un texto inamovible y que su defensa a ultranza no es incompatible con una actualización que permita adaptarla a la nueva realidad en el marco del Estado. Fin de la cita.

Quienes no se sientan cómodos con las costuras de esta Constitución deben reparar en que el encaje o desencaje de los territorios no se reduce al sota, caballo y rey de las comunidades históricas (¿acaso no lo son todas, aunque con diferentes recorridos?). Tampoco las islas se sienten debidamente encajadas en el texto constitucional, pero en el caso de Canarias la demanda de reforma se propone alentando consensos y no tensiones, en constructivo, apelando a que se recupere el espíritu que hizo posible la Constitución que ahora, más de cuatro décadas después, todos defienden sin detenerse en que la mejor manera de ponerla en valor, de devolverle su fuerza, pasa por actualizarla y situarla en su tiempo. La aluminosis de la Carta Magna, esa vulnerabilidad que sus detractores o burladores están aprovechando para esquivarla sin consecuencias ni daños colaterales, se puede corregir poniéndola al día, pero ese objetivo exige los grandes consensos que el país necesita y el bipartidismo entorpece con una balacera interminable de desencuentros, alergia al diálogo y escaso sentido de Estado. PSOE y PP procrastinan con las grandes reformas que debieron hacerse hace años y que siguen metidas en el cajón de los fracasos.

Foto: El Rey Felipe VI, durante el Mensaje de Navidad. (EFE/Ballesteros) Opinión
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El jefe de Estado ha sacrificado alusiones a la agenda económica o internacional para que las luces se concentren en la oportunidad de devolver reputación, transversalidad, autoridad y territorialidad a la Constitución. Ha hecho su trabajo. Ahora el bipartidismo debería hacer el suyo. No lo hará. Se ha normalizado la anomalía de dos partidos, PSOE y PP, incapaces de ponerse de acuerdo en lo esencial, de ahí que aquellos a los que interesa una Constitución acatarrada aprovechen para normalizar anomalías que no se tendrían en pie si la Carta Magna gozara de buena salud. Si todo pasa sin que nada pase, quizá, tal vez, está ocurriendo porque una Constitución de otro siglo necesita una puesta al día para poder ser verdaderamente útil en el siglo siguiente a su aprobación.

Si pasa todo lo que pasa, sin que nada pase o les pase, tal vez, quizá, habrá que concluir que la Constitución ha perdido contexto, músculo, vigencia y eficiencia. La Carta Magna no se defiende —por escaso— alabándola u homenajeándola; hace falta algo más. Por la Constitución se pelea sacudiéndole las capas de polvo y el óxido; reformándola y poniéndola al día, en definitiva. Hace bien Felipe VI aprovechando su prime time navideño para reivindicarse reivindicándola. El Rey ha acertado situándola en la pista central de su discurso, elevándola a la categoría de asunto del que hay que hablar —aunque el precio haya sido dejar de referirse a otros asuntos que era igualmente necesario abordar—. También aciertan quienes, abrazando el hilo argumental del Monarca, se alinean con él para recordar a irresponsables, adaptados y distraídos que la Constitución que nos ha traído hasta aquí debe ser la herramienta que nos saque de aquí, de este desaguisado, del todo vale, del todo ocurre sin que nada pase, de la peligrosa normalización de las anomalías.

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