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Crecimiento poblacional, servicios públicos y nitroglicerina
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Jaime Pérez-Llombet

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Crecimiento poblacional, servicios públicos y nitroglicerina

Como ocurre con la nitroglicerina, el debate sobre el crecimiento de la población, en el contexto de una realidad insular, debe desenvolverse a baja temperatura. Si no, corre el riesgo de una reacción violenta

Foto: Una mujer en bicicleta. (Europa Press/David Zorrakino)
Una mujer en bicicleta. (Europa Press/David Zorrakino)
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Al debate sobre el crecimiento poblacional le pasa lo que a la nitroglicerina, ambos son muy sensibles a cualquier movimiento, hasta tal punto que su manipulación resulta extremadamente difícil, peligrosa, más aún si los análisis y las disquisiciones, variables o efectos de dicho crecimiento tiene lugar en territorios limitados como Canarias. Manejar nitroglicerina es tan complicado como sencillo hacerla explotar si, con intencionalidad o por impericia, ese melón se abre para culpar a quienes llegan de otras regiones y países de los problemas que ya se tenían islas adentro.

Lo hará focalizando en aquellos que van al archipiélago (ocupando los empleos que los residentes descartan) los errores cometidos o las tareas aplazadas que dan forma a los males propios, episodios que llevan, una y otra vez, al epicentro, a una deficiente estrategia de formación profesional, a la falta de mano de obra, a la insuficiente preparación o voluntad de los residentes para ocupar según qué puestos de trabajo y, finalmente, a la llegada imparable de inmigrantes —de los que llegan en avión, en este caso— que aterrizan, con legitimidad y razones de sobra, para hacerse con empleos que los canarios desoyen.

Como ocurre con la nitroglicerina, el debate sobre el crecimiento de la población, en el contexto de una realidad insular, debe desenvolverse a baja temperatura, de lo contrario se corre el riesgo de una reacción muy violenta, debido a la agitación molecular de quienes se suman con demasiada facilidad al recurso de señalar a los que llegan (preferentemente de la península, países europeos y latinoamericanos) como origen, causa y motivo de las tensiones del sistema público sanitario, de la imposibilidad de encontrar vivienda en propiedad o alquiler, especialmente cerca de los núcleos turísticos, con el sector servicios resintiéndose de la escasísima oferta y de precios desorbitados.

Foto: Imagen: EC Diseño.

O, entre otros, de los atascos y otros problemas de movilidad, cuestiones que estando ligadas a la incesante llegada de mano de obra foránea no merecen argumentarse estigmatizando a quienes llegan, sino valorando qué está pasando para que los residentes desechen las oportunidades de trabajo en una región con una enorme capacidad en generación de empleo.

Con este punto de partida, tan necesario es abordar el debate del crecimiento de la población como imprescindible encauzarlo con tacto, sentido común y madurez, poniéndoselo fácil a quienes se sumen al análisis de forma constructiva, y difícil, o imposible, a aquellos que quieran afear la presencia a quienes entran en las Islas haciendo lo que durante décadas hicieron los canarios, emigrar, buscar en otras latitudes las oportunidades que el archipiélago les negaba, hasta que el turismo permitió pasar del blanco y negro al color.

El incremento de la población no debe ser utilizado como carga explosiva, pero tampoco debe ser arrinconado ni rebajado a la condición de tabú. Hay que hablarlo, y pronto, antes de que la situación de los servicios públicos, cada vez más desbordados, siembren veneno, eslóganes de barra de bar, rechazo al de fuera o malas caras en las salas de espera de los centros de salud u hospitales.

placeholder Una viandante se enfrenta a las fuertes rachas de viento. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)
Una viandante se enfrenta a las fuertes rachas de viento. (EFE/Juan Carlos Hidalgo)

Hay que bucear en datos, y estudiarlos sin caer en la tentación de incendiar a quienes a diario se quejan de las listas de espera, del encarecimiento o la falta de vivienda, de los atascos en las autopistas y de otras situaciones particularmente multitudinarias. Hay que debatirlo, pero bien, hay que hacerlo. Los números constituyen una poderosa invitación al análisis. Las principales formaciones políticas del archipiélago están y no están en este debate, asoman y desaparecen, lo llevan al Parlamento, constituyen una comisión de estudio (en los minutos de descuento de las legislaturas, es lo habitual) y la dejan hibernando hasta la siguiente. Con la Cámara regional a la fuga, los partidos están a otra cosa. Unos más que otros.

Canarias está creciendo cada año, de media, en 20.000 habitantes. En 2023 el número de tarjetas sanitarias se incrementó en 37.000 y la población en 24.347 ciudadanos. En apenas quince años la población del archipiélago rondará 2.600.000 habitantes. Es la región que más ha crecido en la última década. Según las proyecciones de Eurostat —oficina estadística de la Unión Europea— el archipiélago sumará alrededor de 450.000 nuevos residentes para 2050, los que situará a las Islas en tres millones de residentes, con un crecimiento porcentual que, proporcionalmente, no admite comparación con ninguna otra región, siendo la canaria una realidad insular y, en consecuencia, limitada territorialmente.

Por las islas el ritmo difiere, aunque bien podría empezar a hablarse de Canarias vaciada o saturada, depende. ¿Puede el archipiélago dar respuesta a un crecimiento en estos términos y cifras?, ¿tiene o tendrá la comunidad autónoma capacidad para dotar de infraestructuras o prestar servicios públicos a cerca de tres millones de personas?, ¿están resintiéndose ya algunas prestaciones en un territorio que incorpora al sistema más de 20.000 personas cada año? Y, en lo que dibujan las preguntas que cabría situar en la casilla de salida de este debate, ¿se está formando adecuadamente a los residentes para ocupar las opciones que, con una mayoritaria vinculación al sector servicios, ofrece el mercado laboral?

Foto: Las Palmas de Gran Canaria es la ciudad más poblada del archipiélago. (EFE/Quique Curbelo)

La ecuación admite una traducción coloquial. Si llega mano de obra es porque los residentes no están preparados o no quieren ocupar los trabajos que, al quedar libres, son recogidos por quienes llegan. Siguiendo este hilo conductor, lejos de perderse en el laberinto de intentar limitar la residencia —fórmula que no contará con el beneplácito de la UE, por más que algunos ejemplos se puedan encontrar si se rebusca— la mejor manera de ralentizar el crecimiento poblacional pasa por mejorar la formación de los que ya están —los idiomas, sin dudarlo— y por promover un cambio de dinámica que acabe con un problema creciente: los empresarios no encuentran mano de obra local.

Aunque algunas voces aprovechen para culpar al turismo, lo cierto es que el nudo y desenlace se sitúan en el campo de la formación, y no en las entrañas del motor económico que ha sacado a Canarias de la falta de oportunidades. Hay que abrirse al debate. En las Islas debe analizarse, con altura y con la madurez que tanto escasea, a veces, en los asuntos mayúsculos. El debate sobre el crecimiento poblacional, como la nitroglicerina, debe moverse con tacto y pulso. Debe manejarse, en ningún caso manipularse.

Al debate sobre el crecimiento poblacional le pasa lo que a la nitroglicerina, ambos son muy sensibles a cualquier movimiento, hasta tal punto que su manipulación resulta extremadamente difícil, peligrosa, más aún si los análisis y las disquisiciones, variables o efectos de dicho crecimiento tiene lugar en territorios limitados como Canarias. Manejar nitroglicerina es tan complicado como sencillo hacerla explotar si, con intencionalidad o por impericia, ese melón se abre para culpar a quienes llegan de otras regiones y países de los problemas que ya se tenían islas adentro.

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