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Quinientos millones de dudas razonables (sobre la teoría de los vasos comunicantes)
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Jaime Pérez-Llombet

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Quinientos millones de dudas razonables (sobre la teoría de los vasos comunicantes)

El error no está en invertir en el desarrollo de Mauritania, Senegal u otros países de la costa occidental, pero hay que ser minuciosos y seguirle la pista a tantísimo dinero

Foto: Pedro Sánchez, Ursula von der Leyen y el presidente de Mauritania, Mohamed Ould Ghazouani. (EFE/Borja Puig de la Bellacasa)
Pedro Sánchez, Ursula von der Leyen y el presidente de Mauritania, Mohamed Ould Ghazouani. (EFE/Borja Puig de la Bellacasa)
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El escepticismo que generan las inversiones que la Unión Europea y España ejecutarán en Mauritania, por una cuantía que merece contarse en pesetas, sitúa el optimismo de Ursula Von der Leyen y Pedro Sánchez sobre las arenas movedizas de las dudas razonables. Creer, como se ha señalado con solemne convicción, que las autoridades mauritanas frenarán la salida de inmigrantes a cambio de recibir cientos de millones para impulsar las energías renovables, en particular, y el desarrollo del país, en general, exige altísimas dosis de complacencia.

Hay quinientos millones de dudas razonables (tantos millones como recibirá Mauritania) para dejarse acunar por la idea de que la contrapartida a la que se compromete el país beneficiario —la mejora del control migratorio— quedará reducido a la anécdota; si acaso, a algún gesto o dato con el que justificar estadísticamente el desembolso que han hecho la UE y España, poco más.

placeholder Un inmigrante recién llegado a Canarias tras un largo periplo en el mar. (EFE/Gelmert Finol)
Un inmigrante recién llegado a Canarias tras un largo periplo en el mar. (EFE/Gelmert Finol)

Trasladado al territorio de los penalistas, demostrar los hechos más allá de la duda razonable exige, entre otras premisas, que las pruebas presentadas sean tan convincentes que no dejen margen a otra explicación lógica. En los acuerdos internacionales de cooperación al desarrollo, nunca está de más preguntarse si pueden explicarse de otra forma o, en su caso, en este caso, si tiene lógica dar por hecho, en línea con la presidenta de la Comisión Europea y el presidente del Gobierno de España, que el manantial de millones que han recibido las autoridades mauritanas se traducirá (sí o sí) en una actuación responsable, comprometida y eficiente de un éxodo imparable y del tráfico de personas que enriquece a las mafias que abusan de aquellos que, a bordo de cajas de cerillas, han elegido esas costas para intentar el salto al futuro.

Resulta razonable dudar de que una cosa conduzca a la otra. Es lógico sumarse a la legión de escépticos que, al conocer los términos del acuerdo con Mauritania, en Canarias han puesto en cuarentena lo escuchado en boca de sus promotores. Dudas razonables sobre la gestión que las autoridades locales hagan de los fondos anunciados o, sin abandonar ese mismo mar de dudas, razones para digerir con dificultad que invirtiendo en energías renovables vayan a mejorarse las condiciones de seguridad, información, seguimiento y salvamento en la ruta atlántica (canaria) de la inmigración africana.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, se reúnen con el presidente mauritano, Mohamed Ould Ghazouani. (EFE/Pool/La Moncloa/Borja Puig de la Bellacasa)

El error no está en invertir en el desarrollo de Mauritania, Senegal u otros países de la costa occidental —Marruecos es un caso aparte que no se deja equiparar—. El problema no está ahí. No es eso. Hay que contribuir europeamente a crear economía en la zona, a contrarrestar la falta de oportunidades generándolas, a formarlos e impulsar actividades que los rescate de la nada. La cooperación al desarrollo ha sido, es y será necesaria, pero los precedentes dictan que hay que ser minuciosos siguiéndole la pista a tantísimos millones, conocer el detalle del destino final, fiscalizarlo, saber, establecer cortafuegos para que no se pierdan por el camino.

Todo esto debe hacerse, claro que sí. Y, en paralelo, como contrapartida debe exigirse a los gobiernos de terceros países que inviertan, pero de verdad, en incrementar el control en sus costas, poniéndoselo difícil a las organizaciones que se mueven como pez en el océano lanzando al mar a decenas de miles de personas desesperadas. Hay que hacer lo uno y lo otro. Ahora bien, fundir en un solo cuerpo energías renovables y control de la migración, como si fueran incontestablemente de la mano, huele a titular de cartón, mentira piadosa o euforia impostada.

placeholder Pedro Sánchez, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, viajan a Mauritania para reunirse con su mandatario, Mohamed Ould Ghazouani. (EFE/MONCLOA/Borja Puig de la Bellacasa)
Pedro Sánchez, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, viajan a Mauritania para reunirse con su mandatario, Mohamed Ould Ghazouani. (EFE/MONCLOA/Borja Puig de la Bellacasa)

El tiempo pondrá las cosas en su sitio. Semanas y meses después de la visita de Úrsula Von der Leyen y Pedro Sánchez a Mauritania, la realidad caerá a plomo sobre las expectativas que se han generado. Seguirán saliendo del país. Quizá durante un periodo nos cuenten que ha ido a menos. Será flor de un día. El proceso es imparable y, en cualquier caso, no se detendrá porque Europa y España inviertan en hidrógeno verde. También continuarán saliendo de otros países a los que, en coherencia con el discurso oficial, habrá que ganarse a golpe de talonario, y así hasta el infinito y más allá de las dudas razonables.

El acuerdo con las autoridades mauritanas ha sido recibido en Canarias con escepticismo y con ganas de conocer la letra pequeña de lo que se ha cerrado en aquel país para, una vez se expliquen los detalles, evaluar qué repercusión tendrá (o no) en las llegadas de migrantes al archipiélago. Con cada vez más gente recalentando sus argumentos y análisis respecto a la inmigración, soltándose en el manejo de comparativas y agravios, preguntándose cuánto supone atender a un menor no acompañado y cuánto recibe un dependiente, entre otros hilos conductores inflamables, en las Islas se han escuchado voces cuestionando cómo es posible que esté costando tanto que lleguen los recursos para dar respuesta en el archipiélago al fenómeno migratorio.

Entre España y la UE

Y, coincidiendo en el tiempo con una queja que va a más, que se anuncie que la Unión Europea desembolsará 210 millones y España otros 310 millones que se emplearán, preferentemente, en impulsar las potencialidades de Mauritania en energías renovables. El presidente autonómico, Fernando Clavijo, no cree excesivamente en la teoría de los vasos comunicantes, defiende la oportunidad de ir a más con programas de cooperación al desarrollo pero pide que le expliquen en qué va a traducirse, a corto o medio plazo, respecto a un fenómeno que tiene a las Islas contra las cuerdas, haciendo la tarea que toca a la comunidad autónoma y, dado el absentismo de las demás regiones, realizando también el trabajo que no corresponde al archipiélago.

Las reacciones en las islas al acuerdo con Mauritania confirman que en estos meses se ha pasado de la comprensión al cansancio, del agotamiento a la crítica y de los paños calientes a opiniones cada vez más acaloradas sobre lo que la llegada y permanencia de los inmigrantes está suponiendo en una región a la que no le faltan problemas. Cuando dentro de unos meses sigan llegando migrantes de forma masiva desde el país africano (y otros lugares) se habrá dado un paso más hacia el peligroso territorio de la impaciencia y los agravios comparativos.

El escepticismo que generan las inversiones que la Unión Europea y España ejecutarán en Mauritania, por una cuantía que merece contarse en pesetas, sitúa el optimismo de Ursula Von der Leyen y Pedro Sánchez sobre las arenas movedizas de las dudas razonables. Creer, como se ha señalado con solemne convicción, que las autoridades mauritanas frenarán la salida de inmigrantes a cambio de recibir cientos de millones para impulsar las energías renovables, en particular, y el desarrollo del país, en general, exige altísimas dosis de complacencia.

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