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La gestión kafkiana de los escándalos (la mañana que Koldo García despertó siendo Gregorio Samsa)
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Jaime Pérez-Llombet

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La gestión kafkiana de los escándalos (la mañana que Koldo García despertó siendo Gregorio Samsa)

El manual de supervivencia para escándalos por corrupción suele ajustarse a idéntico patrón de comportamiento. La gestión de la crisis siempre tiene una ejecución en tres

Foto: Ábalos y Torres, en un foro en el que coincidieron. (EFE/Emilio Naranjo)
Ábalos y Torres, en un foro en el que coincidieron. (EFE/Emilio Naranjo)
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El manual de supervivencia para escándalos por corrupción suele ajustarse a idéntico patrón de comportamiento. La gestión de la crisis siempre tiene una ejecución en tres fases. La primera, inspirada en La metamorfosis, consiste en condenar a quien da nombre al escándalo a la kafkiana experiencia que vivió Gregorio Samsa, cuya repentina transformación en un enorme insecto —mutación que Koldo García está viviendo orgánicamente, en su partido— termina aislándolo, repudiado por quienes lo recomendaron, contrataron y avalaron explícita o implícitamente, por aquellos que por acción, omisión o dejación lo revistieron de autoridad, de poder.

Cuando la tormenta cae a plomo sobre el partido golpeado por el lío, lo inmediato, la fase uno, es presentar en sociedad a quien durante años se paseó faraónicamente por despachos, marisquerías, hoteles de lujo y reuniones ministeriales, como un insecto que acaba de colarse por la ventana. Así se explica que cualquier mañana, días atrás, Koldo García cayera en la cuenta de que durante la noche el asesor omnipresente se había transformado a ojos de sus compañeros de filas en un bicho de enorme envergadura, insecto del que nadie dice saber o quiere saber.

Después de la metamorfosis se activa la siguiente fase, referirse al señalado con tanta distancia como frialdad, ya se sabe, ese señor del que me habla, esa persona a la que se refiere —o, en su caso, aludirlo sin pronunciar nombre y apellidos ahora políticamente malditos—. Ocurrió con Bárcenas y está pasando con Koldo García, y así será con quienes protagonicen los escándalos del futuro —porque hoy, a esta hora, en algún despacho, coche, ascensor, garaje, área de servicio o restaurante, está cocinándose algún pillaje del que sabremos más adelante—.

Foto: Koldo García, junto a varios sobres, fotografiado en un restaurante. (EC)
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Ya consumadas las dos primeras fases (catalogar al compañero Koldo como insecto innominado) entra en escena el tercer paso, consistente en escapar al pasado para ahorrarse el bochorno conjugado en presente, túnel del tiempo donde los socialistas se han puesto a resguardo de la que está cayéndoles, atrincherado el PSOE en la hemeroteca de las corrupciones del PP para no tener que sufrir el presente cada vez más imperfecto que está golpeándoles a diario y a peor. Arrastrar el debate al pasado —tú también, tú peor— es el oficio más antiguo del mundo. Quizá se logre el objetivo de la equiparación por abajo, arrastrando a la totalidad a las alcantarillas, pero también denota una evidente falta de argumentos para defenderse del presente, y lo que toca, guste o no, es lidiar con un presente de cajas fuertes, marisquerías y billetes de quinientos euros, protagonizado por quienes ahora, bajo las cámaras, se ocultan con gafas de sol, gorras y otros complementos para que no se les vea, sembrando la sensación de que tienen razones para esconderse, y avergonzarse.

El manual de resistencia ante un caso de corrupción suele ejecutarse en uno, dos y tres pasos, y, a partir de ahí: luz, cámara y acción. Suelen decir los responsables de protocolo que incluso los eventos con un guion milimetrado, ensayados mil veces, cobran vida propia cuando llega el día y la hora —como ocurre con los personajes de las novelas, llega un momento en que se independizan de quien está escribiéndolos—. Hay factores que no pueden controlarse, son tan imprevisibles como el eco que puede dejar una comparecencia, la de Ábalos, que en las redes ha sido acogida como algo épico —basta echar un vistazo a los meses para confirmarlo—.

"El manual de resistencia ante un caso de corrupción suele ejecutarse en uno, dos y tres pasos, y, a partir de ahí: luz, cámara y acción"

Tampoco se deja pautar la onda expansiva de una implosión de estas características. Las réplicas del terremoto pueden sentirse a mil ochocientos kilómetros de su epicentro, en Canarias, por ejemplo, donde CC y PP han impulsado una comisión de investigación parlamentaria que tiña de solemnidad —y garantice larga vida— a la tormenta tropical que se ha desatado en las filas del socialismo canario, contra las cuerdas por culpa de uno, dos, tres y quién sabe cuántas entregas más de contratos koldianos por valor de cuatro, trece y veintitrés millones de euros que suman una cifra tan galáctica como sorprendente —casi cuarenta millones de euros— tratándose de una región difícilmente equiparable a otras de mayor dimensión.

El caso Koldo o cómo se le vaya denominando según avancen las semanas, tiene en Canarias uno de sus puntos más calientes. De una parte, porque es la comunidad que ha ganado el siniestro campeonato autonómico de contratos investigados y juzgados. Y, de otra, porque quien fue presidente regional en aquellos años, ahora ministro de Política Territorial, duerme y despierta en primera línea de tiro. Con Ábalos amotinado, el PSOE necesita otra cabeza —o cabezas—. A Salvador Illa le han fastidiado las catalanas, pero no da tiempo a encontrar otro candidato y eso le ahorrará acabar siendo cabeza de turco. Desterrar a una presidenta del Congreso o a un secretario de Organización no es tarea fácil. ¿Qué cabezas siguen sobre el tapete? Ángel Víctor Torres queda, según esta ecuación, especialmente vulnerable. Haber sido el presidente del gobierno autonómico con más casos acumulados lo sitúan en la peor de las posiciones.

Foto: A la derecha, el actual ministro de Política Territorial cuando aún era presidente de Canarias con el PSOE, Ángel Víctor Torres. A la derecha, José Luis Ábalos. (EFE/Emilio Naranjo)

Sánchez anunció, a raíz del batacazo en Galicia, cambios en los liderazgos territoriales, y eso fue antes de que el país se aprendiera el nombre del que aparece en todas las imágenes pegado a quien fue durante años mano derecha del presidente. Hay razones para pensar que este escándalo ha llegado a Canarias una hora antes, pero acabará una hora después, forzando cambios en el PSOE de las Islas y, en paralelo, alimentando la sospecha (o convicción, mejor) de que a Coalición Canaria —ahora vecinos de Ábalos en el grupo mixto— se le está atragantando, y de qué manera, seguir salvándole votaciones a un socio incómodo (el PSOE) que tiene sin desembalar el anteproyecto de ley de los Presupuestos, con el reloj ya en la cuenta atrás con el embrollo de la ley de amnistía y ahora, por si les faltara algo, golpeados por un escándalo de los que abren más bocas de agua de las que pueden taparse con las manos. El acento canario del escándalo anuncia que las réplicas del terremoto amenazan con castigar especialmente al PSOE canario y, más pronto que tarde, con precipitar el final del acuerdo parlamentario que CC firmó con los socialistas para entenderse en una legislatura cada vez más kafkiana.

El manual de supervivencia para escándalos por corrupción suele ajustarse a idéntico patrón de comportamiento. La gestión de la crisis siempre tiene una ejecución en tres fases. La primera, inspirada en La metamorfosis, consiste en condenar a quien da nombre al escándalo a la kafkiana experiencia que vivió Gregorio Samsa, cuya repentina transformación en un enorme insecto —mutación que Koldo García está viviendo orgánicamente, en su partido— termina aislándolo, repudiado por quienes lo recomendaron, contrataron y avalaron explícita o implícitamente, por aquellos que por acción, omisión o dejación lo revistieron de autoridad, de poder.

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