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Zaplana, Bono, ‘Bambi’ y otras ministras socialistas del montón
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Zaplana, Bono, ‘Bambi’ y otras ministras socialistas del montón

Alfonso Guerra lo apodó maliciosamente como un Bambi que, pese a la ternura de sus gestos, era mucho más feroz de lo que a priori aparentaba.

Alfonso Guerra lo apodó maliciosamente como un Bambi que, pese a la ternura de sus gestos, era mucho más feroz de lo que a priori aparentaba. Así se dio a conocer ante la opinión pública y frente a Bono, y así se convirtió en timonel del PSOE cuando muchos no le auguraban un gran recorrido. Bajo ese paraguas del talante, del buen rollo, del discurso optimista, volvió a reaparecer ayer en una calurosa tarde de verano madrileña el expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, quien, alejado ya de los menesteres de la Moncloa y afanado sólo en ese deporte tan sano de ver pasar las nubes, volvió a inmiscuirse casi de soslayo en el tapete de la actualidad gracias a la invitación de Eduardo Zaplana para protagonizar la tribuna del Club Siglo XXI. 

Zapatero acudió a la cita del Eurobuilding en solitario y sin ese porte que otorga como consorte Ana Botella a todo acto que se precie al que acuda su marido, José María Aznar. Hombre que, por cierto, gana de calle a Zapatero en cuanto a poder de convocatoria. Mil butacas se dispusieron para escuchar al hombre que susurraba críticas a Rajoy frente a las 250 y, con algunos huecos libres, que ayer se prepararon para ZP.

Sonsoles se habría quedado en la piscina o en la ópera y nos privó de sus atributos en una noche en la que Elena Salgado, rejuvenecida y espectacular en su madurez, brilló con luz propia, enjuta en un vestido estilo oriental y con bordados de templos japoneses. Salgado fue la única exvice que acudió a arropar a su otrora jefe en un acto tan bizarro como el que ayer se escenificó en la capital. Y es que escuchar de boca del siempre bronceado Zaplana una ristra de alabanzas hacia el talante de Zapatero, a quien en su día acusó de haber llegado al Gobierno casi a través de un golpe de Estado urdido a lomos de los trenes de Atocha, es, cuando menos, algo a lo que uno no está muy acostumbrado. 

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Quizá por ello, porque De la Vega tiene aún grabado a fuego sus dimes y diretes con Zaplana en aquella legislatura que se llamó de la crispación, es por lo que eludió acompañar al Maquiavelo de León, ayer, repetimos, en versión Bambi, en su vuelta al ruedo ibérico. Y así las cosas, sin el cráneo de Rubalcaba (que estaba votando a la misma hora el decreto del pacto con Rajoy para el Consejo Europeo) y sin la presencia de De la Vega, la reunión de ex en torno al hombre de la Nueva Vía se convirtió en una cita de Zaplana, Bono, Zapatero y otras ministras y ministros del montón. Muchos de ellos, por cierto, como la desaparecida Mercedes Cabrera o la parada Ángeles González-Sinde, que nos quiere muy mal a El Confidencial, recuperadas totalmente del ostracismo.

Sea como fuere, Zaplana hizo propósito de enmienda y dejó atrás aquellas teorías de la conspiración que tan ardorosamente había abrazado en su etapa de Rinconete y Cortadillo con Ángel Acebes. Siempre nos habían dicho que en esto de la política todo es pose y que, perfectamente, puedan estar a tortas en el hemiciclo y de potes en la calle. Zaplana ayer lo demostró reconociendo que Zapatero “siempre piensa en lo mejor para España”, regalándole el oído al señalar que tiene un “gran afecto y consideración personal” hacia él y que “es una gran persona”. ¿Qué pensará Aznar?

Estuvieron casi todas las chicas Zapatero, aunque hubo algunas notables ausencias como la propia Carme Chacón que, de haber estado, habría pegado un respingo en su silla si hubiera escuchado a Zapatero alabar el artículo 6 de la Constitución y la necesidad de la democracia interna de los partidos. Ella que tanto sabe de lo democrática que fue la ascensión y posterior martirio de don APR. 

Elena Valenciano, por su parte, cumplió ayer su papel de Soraya y ejerció, al igual que la vice con Aznar, de vínculo de unión entre lo viejo que no acaba de morir y lo nuevo que no acaba de nacer. Entre lo viejo, por cierto, destacaron algunas sorpresas como la del exministro Jordi Sevila, que ayer volvió a departir en privado con Zapatero y sus colegas después de años en los que la relación se ha hecho de hielo. 

El padre Ángel, perejil de todas las salsas, no se perdió el sarao. Como tampoco lo hizo Luis del Rivero, ese preboste de la construcción que tanto creció a albur de la burbuja y que tantos desayunos en el Ritz se fajó para estar siempre en la órbita del poder monclovita. Ayer, nada más llegar, se topó de bruces con el siempre circunspecto David Taguas, que se fue de la Oficina Económica de la Moncloa a presidir el lobby de los constructores. 

Zapatero bendijo el pacto de Rajoy con Rubalcaba, al igual que Bono, que, como no podía ser de otro modo, fue de los pocos que se dedicó a buscar los micrófonos para dejarse querer un poco y volver a la cresta de la ola. Conde-Pumpido, compuesto, cándido y sin plaza en el Constitucional, siguió el discurso desde la primera fila y muy cerquita del hoy caído en desgracia Pepe Blanco, que ya no es ni una sombra de lo que fue desde que el suplicatorio avanza sobre él.

Alberto Aza, Valeriano Gómez, Miguel Sebastián (sin corbata como el verano exige ahora que Bono ya no se lo regaña), Lissavetzky, Manuel Chaves, Marcelino Iglesias, Cristina Narbona, Beatriz Corredor, Ángel Gabilondo y Rosa Aguilar ocuparon, entre otros, las tribunas vips. Chicos y chicas del montón que, apagados ya los brillos del poder, apenas concitan ya el interés que otrora generaban. Alfonso Guerra no estuvo, pero el Bambi, el del talante, talante, talante, volvió por sus fueros para pedir más pactos PP-PSOE y para ofrecerse “a colaborar en aquello que sea útil para mi país”. La noche y el día de lo de Aznar con Mariano.

Alfonso Guerra lo apodó maliciosamente como un Bambi que, pese a la ternura de sus gestos, era mucho más feroz de lo que a priori aparentaba. Así se dio a conocer ante la opinión pública y frente a Bono, y así se convirtió en timonel del PSOE cuando muchos no le auguraban un gran recorrido. Bajo ese paraguas del talante, del buen rollo, del discurso optimista, volvió a reaparecer ayer en una calurosa tarde de verano madrileña el expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero, quien, alejado ya de los menesteres de la Moncloa y afanado sólo en ese deporte tan sano de ver pasar las nubes, volvió a inmiscuirse casi de soslayo en el tapete de la actualidad gracias a la invitación de Eduardo Zaplana para protagonizar la tribuna del Club Siglo XXI. 

José Bono Eduardo Zaplana