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Francesc de Carreras

La funesta manía de escribir

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Salvador Illa y la buena educación

¿Por qué Illa, un desconocido para el gran público hasta hace muy poco, ha obtenido este excelente resultado?

Foto: Salvador Illa. (EFE)
Salvador Illa. (EFE)
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Sin el covid, lo más probable es que Salvador Illa no hubiera sido el candidato de los socialistas catalanes a la presidencia de la Generalitat e, indudablemente, no habría conseguido el éxito que ha tenido.

El éxito, por el momento, consiste en que es la primera vez en 41 años que el PSC consigue en unas elecciones autonómicas quedar el primero en votos e igualado en escaños con otro partido. Solo Inés Arrimadas, en 2017, obtuvo más votos y más escaños que cualquier otro partido, único caso de victoria clara de un partido no nacionalista. Pero el resultado de Illa es significativo, sobre todo si tenemos en cuenta los decrecientes votos socialistas desde 1999.

¿Por qué Illa, un desconocido para el gran público hasta hace muy poco, ha obtenido este excelente resultado? Recuerdo que el domingo 8 de octubre de 2017, en la famosa manifestación de Barcelona contra el intento de golpe de Estado de una semana antes, en el tablado presidencial desde el que se pronunciaron los discursos de clausura, estaba un Salvador Illa solitario y cabizbajo, era el representante del PSC porque Iceta no había ido. Casi nadie le conocía, me acerqué a él y estuvimos hablando durante un buen rato. Después me preguntaron muchos de los políticos y otras personalidades asistentes: "¿Quién era aquel con el que estabas hablando?". No le conocían.

Ciertamente, hacía solo poco más de un año que había sido nombrado secretario de Organización del PSC, el segundo de Miquel Iceta en el escalafón de mando del partido, un cargo interno con poca proyección exterior. Yo lo conocía porque el invierno anterior, a petición suya, tomamos un café en un hotel cercano a la antigua sede de su partido, un lugar habitual de encuentro con los socialistas.

Estuvimos hablando mucho más rato del previsto y me llevé la mejor impresión del personaje: un tipo confiable, modesto, sagaz, buen argumentador, leal a su partido, pero que podía admitir críticas o bien él mismo las planteaba. Normalmente, los políticos que te citan para decirte que les interesan tus opiniones casi ni te dejan hablar, son ellos los que te sueltan las suyas y uno sale de ahí pensando que ha perdido el tiempo, a menos que te hayan hecho alguna confidencia reveladora de algo que no se atreven a decir en público. Pero raras veces sucede esto. Con Salvador, hubo una auténtica conversación y se puede decir que, además de pensar que estaba ante una persona honesta y un buen político, nos hicimos amigos.

Pero, ciertamente, era desconocido hasta que lo hicieron ministro de Sanidad del Gobierno Sánchez a primeros de enero de 2020, hace poco más de un año. Y la verdad es que como ministro de Sanidad habría pasado desapercibido sin la maléfica pandemia. Solo entonces se dio a conocer, no en Cataluña sino en toda España. Su nivel de sobreexposición pública pocas veces ha sido igualado por otros ministros en nuestra historia democrática, en todo caso, ningún ministro de Sanidad ha tenido este trato.

Foto: Salvador Illa. (El Confidencial Diseño)
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Por tanto, si su imagen se hubiera deteriorado en todo este periodo, no hubiera obtenido tan buenos resultados. Muchos no votaron tanto al PSC sino a Salvador Illa, aquel tipo modesto, escueto en su manera de hablar, con un inconfundible acento catalán, sincero porque expresaba continuamente dudas sobre las decisiones que tomaba su ministerio, rectificaba cuando lo creía oportuno y, en ocasiones, no tenía ningún problema en pedir disculpas por su torpeza política.

La pareja Illa-Simón empezó a formar parte de nuestro ámbito familiar, se les criticó mucho, a veces con razón, el resultado de sus decisiones políticas no siempre fue bueno, imagino el grueso calibre de los insultos que recibían en las redes, pero ellos seguían imperturbables su camino, al reconocer errores trasmitían honestidad, mucha más que la supina ignorancia que demostraban aquellos que estaban siempre seguros de lo que se debía hacer. ¿O es que nadie, en el mundo mundial, se ha equivocado en el combate contra el maldito virus? Se pedía, naturalmente, acierto, pero también sinceridad y humildad, el grado de humildad socrática y de duda cartesiana que es indisociable de las personas sabias. Illa supo trasmitir esta imagen, creo que de ahí su éxito en las elecciones catalanas.

Los políticos energúmenos, tan frecuentes, deberían aprender la lección. Los ciudadanos son más inteligentes

Los políticos energúmenos, tan frecuentes, deberían aprender la lección. Los ciudadanos son más inteligentes, sobre todo más sensibles a las virtudes de un Illa, por ejemplo, de lo que los histriones piensan. No el que más grita, ni el que más insulta ni el más chulo del barrio es el que convence. Esto último lo consigue quien razona, con palabras sencillas y claras, con argumentos que puedan entenderse, con respeto para el adversario.

Nunca el Congreso ha sido un lugar amable, desgraciadamente, pero en los últimos tiempos, desde el primer día de legislatura en que muchos diputados no prometieron o juraron cumplir las reglas constitucionales, sino que se lo tomaron todo a choteo y se les permitió, el mal ejemplo ha cundido y un rapero de tres al cuarto puede ser convertido en héroe nacional. Creo que Illa ha ganado por su tono, por su seriedad en el cumplimiento del deber, en definitiva, por su buena educación, algo que se encuentra a faltar cada día más y que es indispensable para la convivencia. Ojalá cunda el ejemplo de Illa tras su triunfo electoral.

Sin el covid, lo más probable es que Salvador Illa no hubiera sido el candidato de los socialistas catalanes a la presidencia de la Generalitat e, indudablemente, no habría conseguido el éxito que ha tenido.

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