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Francesc de Carreras

La funesta manía de escribir

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¿Hay agua en la piscina?

En mi opinión, Sánchez se ha echado a un charco para ver si a partir de ahí puede decir que está construyendo una piscina donde todos podamos bracear y bucear cómodamente y en buena armonía

Foto: Los presos del 'procés' abandonan la cárcel de Lledoners. (EFE)
Los presos del 'procés' abandonan la cárcel de Lledoners. (EFE)
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No sabemos si Pedro Sánchez se ha echado a una piscina o a un charco. Me temo que a lo segundo, y ahora me explicaré, pero como todo puede ser, quizás haya acordado pactos secretos con el independentismo catalán, especialmente con ERC, porque los dirigentes de este partido son en realidad unos farsantes que ayer a la salida de la cárcel hacían unas proclamas rupturistas con la Constitución —amnistía, autodeterminación, etc.— para no avergonzarse delante de los suyos, pero en realidad piensan hacer todo lo contrario.

Todo puede ser en esta desquiciada política española, pero no me parece que los indultados y sus partidos respectivos estén dispuestos a ser dóciles corderitos que sigan los piadosos y cada vez más cursis consejos de los líderes socialistas: el mismo Sánchez, ayer en un artículo en 'El País', Salvador Illa, en otro artículo plagado de bondades evangélicas en el mismo periódico hace un par de días, el ministro Iceta, en continuas declaraciones, en que suele proponer como poción mágica para resolver la situación algo muy original: un nuevo Estatuto de Cataluña dentro de una España federal.

Foto: Los presos independentistas, a su salida de la cárcel. (EFE)

En mi opinión, modesta por supuesto, Sánchez se ha echado de momento a un charco para ver si a partir de ahí puede decir que está construyendo una piscina, amplia y profunda, donde todos podamos bracear y bucear cómodamente y en buena armonía. No tengo ninguna duda de que el presidente del Gobierno sabe de antemano que por el camino emprendido, el de los ya consumados indultos y la mesa de negociación que empezará tras el verano, esta piscina no se inaugurará nunca.

Pero esto le importa poco. Lo que le importa es pasar un par de años entretenido en hacer el paripé del reencuentro y la concordia, siguiendo en la presidencia del Gobierno de España y dejando a los nacionalistas catalanes armando bulla en Cataluña, unidos ambos por la ambición de seguir en el poder y ampliar sus bases electorales ofreciendo a diestro y siniestro la zanahoria del reparto de los fondos europeos.

¿En qué me baso para hacer estas conjeturas? En dos razones. La primera, que el escenario ya nos es conocido. Lo mismo hizo Rodríguez Zapatero cuando por sorpresa llegó a presidente del Gobierno en las elecciones de marzo de 2004 y pactó con los mismos, con ERC como elemento básico y con la Convergència de Artur Mas cuando le convenía, para iniciar la aventura del Estatut de Cataluña, esa aventura que, imagino que por escasez de ideas, ahora propone repetir Iceta. Aquello acabó como acabó, trasladando al Tribunal Constitucional una patata caliente que este resolvió, dado el complicado momento, con una hábil sentencia que al menos logró que no se derrumbara el edificio del Estado de las autonomías.

Pero no olvidemos otro dato importante para entender los actuales indultos. Como la sentencia del Estatut no gustó al mundo independentista, el entonces presidente de la Generalitat, José Montilla, socialista de Cornellà, sugirió en una solemne declaración institucional televisada que se convocara una manifestación, de ella se encargó Òmnium Cultural y fue un gran éxito, pero el servil Montilla fue abroncado desde el minuto uno de la manifestación y al final tuvo que escapar vergonzantemente de la misma, no en vano lo consideraban un 'botifler' de Iznájar, municipio de la provincia de Córdoba donde había nacido, indigno según el canon xenófobo nacionalista de presidir la Generalitat. En la entrada y salida del acto del lunes en el Liceo, Pedro Sánchez tuvo un recibimiento semejante. Que se lo piense, en todo caso se lo recordaremos.

Foto: Los Jordis, a su salida de Lledoners. (EFE)

Pero hay otra razón, más poderosa aún, para pensar que en la piscina no hay agua: las constantes en la historia del nacionalismo en general, la del catalán en particular y, específicamente, el de esta etapa autonómica. Se ha dicho con frecuencia que el nacionalismo es insaciable y es la pura verdad, se comprueba cuando actúa. ¿Saben ustedes que en la misma primera investidura de Jordi Pujol en 1980 ya estaba en su programa la reforma del Estatut de 1979, todavía por estrenar? Pues sí, era uno de los puntos de aquel programa, había que dejar claro que no se contentaban con aquello, que querían más.

Por cierto, también hay que saber que un Pujol con minoría en el Parlament fue investido presidente gracias al apoyo de la ERC de Heribert Barrera y ¡de la UCD de Adolfo Suárez! Naturalmente, destruido el partido que llegó a ser el gran protagonista de la Transición, sus votantes catalanes trasladaron sus votos a Convergència en las siguientes elecciones de 1984, cuando Pujol obtuvo la primera de sus tres mayorías absolutas desde las cuales pudo construir a placer su nación catalana, siempre en connivencia con socialistas e IC (comunistas nacionalistas) en Cataluña y con la ayuda de PSOE y del PP desde las instituciones centrales.

Todo lo que han dicho los indultados al salir triunfantes de la cárcel lo piensan —y eso les honra— y, además, lo harán, de una u otra manera, no será de una forma tan burda como en 2017, pero lo harán. Son fanáticos, no son tolerantes, no albergan dudas ni escrúpulos, no se replantearán nunca que quizá van por un camino equivocado, son los grandes triunfadores de la semana. Están eufóricos y con razón.

¿Se les puede vencer? Naturalmente, no son los gobernantes perpetuos de Cataluña. Pero para ello hay que desmontar el artilugio en el que basan sus emociones: esa ideología antiliberal y antidemocrática que es el nacionalismo. Ahí, en el campo de las ideas, es donde se les debe combatir. Debeladas sus mentiras, vendrán los votos. Blanqueándolos, como hace el PSC, siempre seguirán ganando.

Pedro Sánchez, con los indultos, que son un simple aperitivo, y, sobre todo, en todo lo que está por venir y se negociará en la mesa bilateral, chapoteará en un charco, perderá y se arrepentirá del camino emprendido. No es que se haya arrojado a una piscina sin agua, es que ni siquiera existe, ni existirá, una piscina.

No sabemos si Pedro Sánchez se ha echado a una piscina o a un charco. Me temo que a lo segundo, y ahora me explicaré, pero como todo puede ser, quizás haya acordado pactos secretos con el independentismo catalán, especialmente con ERC, porque los dirigentes de este partido son en realidad unos farsantes que ayer a la salida de la cárcel hacían unas proclamas rupturistas con la Constitución —amnistía, autodeterminación, etc.— para no avergonzarse delante de los suyos, pero en realidad piensan hacer todo lo contrario.

Pedro Sánchez Catalán
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