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Francesc de Carreras

La funesta manía de escribir

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Si un joven me preguntara

El valor principal de un hombre es su libertad, su autonomía personal, su capacidad de tomar unas u otras decisiones a lo largo de su vida

Foto: Foto: EFE.
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Hace unos pocos años, hablaba con unos jóvenes apenas salidos de la adolescencia. Cambiando el tema, uno de ellos me preguntó de sopetón: ¿cómo se puede ser feliz en la vida?

La pregunta se las traía. Podía evitar la respuesta con una broma o una boutade. Pero pensé que la ocasión se prestaba a una reflexión improvisada en voz alta, es ante un compromiso inesperado cuando a veces te salen las ideas, en ocasiones a chorro. Les aconsejé practicar tres reglas.

Primera, la más importante, es tratar a los demás, a todos los demás sin excepción, como queremos que ellos nos traten a nosotros. Este tipo de relación bilateral con el prójimo es el núcleo moral del cristianismo evangélico. Pero no hay que tener amor por el otro, amor es una palabra perturbadora y confusa, quizás de tanto usarla. Basta con tenerle respeto y/o compasión, términos complementarios, imprescindibles ambos en esa relación, en ese igual trato mutuo.

Foto: Competición de programadores. (Unsplash)

El valor principal de un hombre es su libertad, su autonomía personal, su capacidad de tomar unas u otras decisiones a lo largo de su vida. Pues bien, estas decisiones deben estar reguladas por una norma basada en la libertad humana que siempre está condicionada por un límite: la igual libertad del otro. Nuestra libertad individual no puede dañar la también igual libertad de quien está a nuestro lado. Libertad e igualdad, la "igual libertad" de todos, es la base moral de nuestra convivencia.

Los hombres son seres libres, iguales y racionales. Sobre estos dos valores, la libertad y la igualdad, y sobre esta realidad, que el hombre es un ser dotado de razón, se fundamenta el contrato entre individuos, base del Estado liberal y democrático. Solo los hombres son libres e iguales, porque estos dos valores fundamentales derivan de la razón. Los animales pueden tener sentimientos, pero no razón, los vegetales que sé yo, los minerales ni una cosa ni otra. Y ahí se acaba el mundo: seres humanos, animales, vegetales y minerales. No hay más. Ahí es donde el hombre se distingue de los demás.

Foto: Ivan Krastev. Nadezda Chizpeva

Pues bien, el hombre, por sentimiento pero, sobre todo, por razón, debe sentirse igual a cualquier otro hombre: su libertad está limitada por la libertad del otro y esa es la razón por la cual existen el Estado y el Derecho: para asegurar que todos los seres humanos tengan la esfera de libertad que les corresponda, que esta esfera sea igual a la de los demás y dentro de ella cada uno haga lo que le plazca. El Estado y el Derecho, es decir, la fuerza, la violencia, solo debe procurar que una esfera no aniquile a la otra, nunca interferirse dentro de la autonomía personal, es decir, dentro de la esfera donde quien manda es la libertad humana.

Por tanto, si queremos estar tranquilos con nosotros mismos debemos formar nuestra conciencia con esta sólida idea, sin hacer trampas al aplicarla: hay que tratar a los demás como queremos que ellos nos traten a nosotros. Ya sé que formularla es fácil y practicarla difícil, cometemos muchos pecados laicos por vulnerar el uso de estos valores. Pero si estos pecados son pocos, y de importancia menor, la conciencia tranquilizará nuestro espíritu, sostén imprescindible de nuestra felicidad. Esta es la primera regla en la que se fundamentan las demás.

Vemos que un tercio de todos los días laborables los dedicamos a trabajar: ¿no es importante que este trabajo nos guste?

La segunda se refiere al papel del trabajo en nuestras vidas. La regla podría formularse diciendo: escoge un trabajo que te guste. Ya sé que no es fácil, en primer lugar porque no todos los trabajos están a nuestro alcance y este mundo es injusto; no da iguales oportunidades a todos. Pero las cosas difíciles, si creemos que son buenas, deben intentarse. Quién sabe, a veces logras alcanzarlas.

Vayamos a un aspecto práctico. El día tiene 24 horas, podemos dividirlas, simplificando, en tres partes de ocho horas cada una: trabajo, ocio y sueño. ¡Caramba! Vemos que un tercio de todos los días laborables los dedicamos a trabajar: ¿no es importante que este trabajo nos guste, que disfrutemos durante estas horas, que los lunes no sean un día maldito sino la vuelta a una actividad que impregna toda nuestra vida? Por tanto, escoger bien el trabajo, buscar lo que queremos ser, descubrir nuestras aptitudes e intentar ganarnos la vida disfrutando, es algo que puede contribuir poderosamente a nuestra felicidad.

Foto: Deja de revisar el correo. (iStock)

Pero además de esta razón práctica algo egocéntrica, y enlazando con la primera regla que es la fundamental, el trabajo es nuestra forma de contribuir a hacer mejor la convivencia con los demás, además de estar satisfechos con nosotros mismos. Toda profesión llena un hueco social necesario, del que nos aprovechamos todos. Por tanto, el trabajo, cualquier oficio que desempeñemos, repercute en la vida de los demás y esta dimensión social le da una base moral y ética. No despreciemos nuestros trabajos, los que sean: si no fueran necesarios desaparecerían al no tener función social que cumplir.

Por último, la tercera regla que es de hecho un colofón: la felicidad no se nos da, hay que buscarla, no solo con ahínco mediante la voluntad, sino preparándonos culturalmente para ser felices. Quizás no encontraba la felicidad un hombre de antes del siglo XX que era analfabeto, estaba incomunicado en un pequeño pueblo, su vida era siempre la misma y no tenía posibilidad alguna de cambiarla. O quizás no, quizás para él la felicidad consistía en la monotonía diaria. Pero hoy la cultura ofrece múltiples posibilidades de barato y fácil acceso. El problema es que no se hayan desarrollado las aptitudes para aprovecharlas.

Si uno está tranquilo con su conciencia, tiene un trabajo que en una medida u otra le gusta y no comete el pecado de aburrirse

Si uno está tranquilo con su conciencia, tiene un trabajo que en una medida u otra le gusta y no comete el pecado de aburrirse, sino que le falta tiempo para hacer todo lo que quiere, la perspectiva de ser feliz la tiene al alcance de la mano. Solo falta vista, suerte y al toro; es decir, inteligencia, suerte y voluntad. La suerte siempre es decisiva, pero no está en nuestras manos lo cual implica que debe dejarse al azar, no contar con ella.

Por último, confieso que en el comienzo del artículo cometo deliberadamente una licencia literaria. No había ni jóvenes, ni charla con ellos, ni repentina pregunta. Simplemente, no quería ponerme solemne. El resto, con toda modestia, lo pienso de verdad y si un joven me preguntara sobre la cuestión es esto lo que le explicaría.

Hace unos pocos años, hablaba con unos jóvenes apenas salidos de la adolescencia. Cambiando el tema, uno de ellos me preguntó de sopetón: ¿cómo se puede ser feliz en la vida?

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