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Sobre el desprestigio de los columnistas
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Francesc de Carreras

La funesta manía de escribir

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Sobre el desprestigio de los columnistas

En una sociedad democrática existe una institución no formalizada que es insustituible: la opinión pública libre. Y a ella contribuyen de forma esencial los medios de comunicación

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Para muchos ciudadanos, los columnistas tenemos mala fama, y no digamos ya los tertulianos de radio y televisión. Seguro que hay razones para ello. Sin embargo, en una sociedad democrática existe una institución no formalizada que es insustituible: la opinión pública libre. Y a ese tipo de opinión pública contribuyen de forma esencial los medios de comunicación y quienes en ellos escriben: desde siempre informadores y columnistas, desde hace un tiempo tertulianos.

Mucho criticamos a los políticos, a los cargos públicos, a los partidos; parece que solo ellos son responsables de la marcha de un país. También los ciudadanos tienen alguna responsabilidad, al menos la de estar informados para así poder votar conforme a sus convicciones e intereses. Pero tenemos una responsabilidad mucho mayor, en cierto modo comparable a la de los políticos, quienes contribuimos a formar esta opinión pública a través de los medios de comunicación.

Nuestro Tribunal Constitucional, tan criticado muchas veces pero que ha sido, y sigue siendo, un elemento esencial de nuestra democracia, dijo en su sentencia número seis, de 16 de marzo de 1981, que la libertad de expresión formulada en el art. 20 de la Constitución, "garantiza el mantenimiento de una comunicación pública libre, sin la cual quedarían vaciados de contenido real otros derechos que la Constitución consagra, reducidas a formas hueras las instituciones representativas y absolutamente falseado el principio de legitimidad democrática (...)". Y añade: "La preservación de esta comunicación pública libre, sin la cual ni hay sociedad libre ni, por tanto, soberanía popular exige (...) una especial consideración a los medios que aseguran la comunicación social y, en razón de ello, a quienes profesionalmente los sirven".

Sin una opinión pública libre no hay ni instituciones democráticas, ni garantía de los derechos, ni legitimidad democrática del Estado

A esta primera sentencia sobre la materia, le siguieron otras muchas, en todas ellas esta "comunicación pública libre" (a la que inmediatamente denominó el TC "opinión pública libre") se sitúa en el centro de nuestra vida democrática: sin una opinión pública libre no hay ni instituciones democráticas, ni garantía de los derechos, ni siquiera legitimidad democrática del Estado. Y tanto los medios como los periodistas son instrumentos principales de todo ello.

Esta posición tan rotunda del Tribunal Constitucional responde a una larga tradición liberal que proviene de la idea de tolerancia de Erasmo en el siglo XVI, de las de Milton y Locke sobre la prensa en el siglo XVII, de las de opinión pública de Tocqueville y Stuart Mill en el XIX, y en pleno siglo XX de algunas sentencias clave del Tribunal Supremo de EEUU en relación con el honor y la intimidad de las personas. Pero es una posición rotunda es también sólida, imprescindible en cualquier democracia digna de este nombre y que, en general, ha estado bien garantizada en España al menos a nivel jurídico. Un libro reciente, "Libertad de prensa, democracia y Constitución", coordinado por las profesoras Clara Álvarez y Alicia Alonso, contiene valiosos trabajos sobre esta materia.

El problema del desprestigio de los columnistas - y de los periódicos y periodistas en general - no proviene, por tanto, de que no se les deje ejercer la libertad de expresión, ni siquiera de que la información que suministran los medios sea mala o insuficiente. El desprestigio creo que proviene de su partidismo, de que anteponen sus prejuicios ideológicos y sus intereses políticos, a la buena argumentación. Alguien dijo, y no recuerdo quién, que el intelectual siempre tiene que ser ligeramente impredecible. Estoy de acuerdo: para leer lo que ya esperas que te diga un columnista y no aprender nada de su escrito, es mejor no empezar a leerlo, el tiempo es oro.

Uno sabe bien que las columnas de las que es autor a veces son malas, otras regulares y, permítanme la petulancia, a veces son buenas

Pero no es fácil escribir un artículo o dos por semana y que siempre resulte una pieza excelente. Uno sabe bien que las columnas de las que es autor a veces son malas, otras veces regulares y, permítanme la petulancia, a veces son buenas. Sin esta última convicción nos retiraríamos discretamente por el foro para dedicarnos a otra cosa.

Pero el público que te lee no creo que te exija siempre la excelencia, lo que te exige, y este es su derecho, es honestidad intelectual, es decir, que no le engañes a sabiendas: que no escondas hechos que pueden invalidar tu conclusión; que utilices todos los argumentos, no solo los que convienen a la tesis que defiendes; que desnaturalices hasta hacerla irreconocible la opinión del contrario.

El capítulo II del librito "Sobre la libertad" de J. Stuart Mill debería ser de lectura obligatoria en las facultades de periodismo y desde luego muy conveniente para todos los lectores. No sé si en el capítulo de Mill está todo pero, en cualquier caso, está lo fundamental para que un debate se desarrolle conforme a reglas que sepan reconducirlo para avanzar hacia la verdad, por provisional que esta sea. Un día intentaremos resumir este texto, vale la pena recordarlo de vez en cuando.

Mucho columnismo es de esa calaña: a los mío les perdono todo, a los contrarios ni agua

A veces digo, en tertulias de amigos, que hay dos tipos de periodismo: el de trinchera y el de análisis. En el de trinchera - de frontera me dice uno de estos amigos, probablemente con razón - las columnas están escritas con la moral del cazador de perdices: agazapado y silencioso pero presto a disparar para cuando alce el vuelo una perdiz caiga abatida. La perdiz, pobrecita, es como el enemigo en una guerra: tenga o no razón, cuando asoma hay que tumbarlo, destrozarlo. Mucho columnismo es de esa calaña: a los mío les perdono todo, a los contrarios ni agua. No creo que eso añada nada al debate público, es más, lo empobrece.

En cambio, el periodismo de análisis es lo contrario. Primero, intenta plantear el problema mostrando su complejidad; segundo, desmenuza los elementos que lo conforman, en especial los esenciales; y tercero, sin ocultar los valores éticos o políticos desde los que efectúa su análisis, intenta presentar una conclusión razonada, es decir, bien argumentada. Una pieza así contribuye al debate, hace dudar a unos, pensar a otros, esa es su misión.

Contemplando el panorama, en los medios de comunicación españoles hace falta más columnismo de análisis y sobra, mucho, mucho, columnismo de trinchera, aquel que crea fronteras, aquello que debemos evitar.

Para muchos ciudadanos, los columnistas tenemos mala fama, y no digamos ya los tertulianos de radio y televisión. Seguro que hay razones para ello. Sin embargo, en una sociedad democrática existe una institución no formalizada que es insustituible: la opinión pública libre. Y a ese tipo de opinión pública contribuyen de forma esencial los medios de comunicación y quienes en ellos escriben: desde siempre informadores y columnistas, desde hace un tiempo tertulianos.