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¿Todos somos nacionalistas?
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Francesc de Carreras

La funesta manía de escribir

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¿Todos somos nacionalistas?

El nacionalismo, tal como entendemos hoy en día, solo deriva del sentido identitario de nación, lo demás, como veremos, es patriotismo

Foto: La Real Casa de Correos, sede del Gobierno regional de Madrid, ilumina su fachada con los colores de la bandera de España. (EFE)
La Real Casa de Correos, sede del Gobierno regional de Madrid, ilumina su fachada con los colores de la bandera de España. (EFE)
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Está muy extendida la idea de que todos somos nacionalistas, de una nación u otra, pero todos nacionalistas. No hay manera de escapar, esta ideología se nos quiere imponer, nacionalistas de todo tipo la mantienen como un dogma, no admite duda alguna.

¿Tienen razón? Desde un punto de vista democrático y liberal creo que esta afirmación es inconsistente, no hay argumentos sólidos para sostener que todos somos nacionalistas. Sin embargo, para llegar a esta conclusión, previamente debemos llevar a cabo una distinción fundamental. En efecto, el término nacionalismo deriva de nación pero hay dos acepciones de nación con significados muy distintos: la nación política (o jurídica) y la nación identitaria (o cultural, o étnica). El nacionalismo, tal como entendemos hoy en día, solo deriva del sentido identitario de nación, lo demás, como veremos, es patriotismo. Pero examinemos ambas acepciones.

Por nación política se entiende aquel conjunto de personas libres e iguales en derechos -es decir, ciudadanos- que residen en un determinado territorio y cuyo vínculo de unión es una Constitución y las normas que le están subordinadas, elaboradas y aprobadas todas ellas por dichos ciudadanos o por sus representantes. La función de esta Constitución, y de estas normas, consiste en delimitar el ámbito de libertad de estos ciudadanos y garantizarlo por instituciones democráticas, es decir, por los tres grandes poderes, el legislativo, el ejecutivo y el jurisdiccional. A este conjunto de normas y órganos le denominamos Estado, un instrumento -no un fin- para garantizar la igual libertad de los ciudadanos.

El término nacionalismo deriva de nación pero hay dos acepciones de nación con significados muy distintos

En cambio, entendemos por nación identitaria aquel conjunto de personas cuyo vínculo de unión está basado en un sentimiento de pertenencia fundado ciertos rasgos peculiares que condicionan o determinan su personalidad individual. Estos rasgos suelen ser una lengua, una religión, una etnia, un pasado histórico común, una cultura, un territorio o unas arraigadas costumbres. Se considera que tales rasgos –todos, algunos o solo uno de ellos– confieren una identidad colectiva nacional que genera una corriente de afecto mutuo y de solidaridad entre sus miembros, capaz de crear una comunidad diferenciada respecto a otras de su entorno.

Por tanto, uno y otro concepto de nación son de naturaleza muy distinta. En un caso, en la nación identitaria, el vínculo de unión deriva de determinados rasgos naturales o culturales; en la nación política, el vínculo de unión deriva de los valores de libertad e igualdad, garantizados jurídicamente mediante normas e instituciones.

Ambas acepciones se configuran teóricamente a fines del siglo XVIII. La nación identitaria es de origen alemán y un producto del movimiento romántico e historicista: Herder, Fichte o Savigny son quizás sus principales teóricos. La idea de nación política está ya definida en el breve libro de Sièyes "Qué es el Tercer Estado", publicado pocos meses antes de la toma de la Bastilla y de la aprobación de la "Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano", todo ello dentro del año 1789, en los inicios de la Revolución Francesa.

La idea de nación política es -junto al territorio y el poder político- un elemento jurídico del Estado liberal y democrático

La idea de nación identitaria es una construcción ideológica que pretende determinar previamente la esencia de una comunidad a la que deben amoldarse los individuos que a ella pertenecen con el fin de que siga subsistiendo. La idea de nación política es -junto al territorio y el poder político- un elemento jurídico del Estado liberal y democrático: nación equivale a pueblo, entendido como conjunto de ciudadanos sometidos a la misma ley.

De cada una de estas ideas de nación derivan dos tipos de nacionalismos muy distintos entre sí. El nacionalismo identitario, si se impone como una ideología obligatoria, limita indebidamente la libertad de los ciudadanos porque establece al margen de la ley unos principios basados en los rasgos identitarios antes referidos a los que los individuos deben someterse en cuanto son miembros de una comunidad determinada en su esencia por estos rasgos. Por esto le llamamos nacionalismo esencialista.

En cambio, de la otra idea de nación, de la nación política, no deriva límite alguno a los derechos de los individuos que sea externo a las leyes que sólo son democráticamente legítimas si limitan la libertad de los ciudadanos en función de la garantía de la libertad de los demás. Con expresión gráfica dicen los anglosajones: "la libertad de agitar mi puño al aire se acaba en la nariz de la persona que tengo enfrente".

En definitiva, uno es libre de hacer lo que su voluntad desee mientras no impida que el otro también pueda hacerlo. Todos somos sujetos titulares de cualquier libertad pero su ejercicio está limitado por la libertad del otro en virtud del derecho de todos a la igualdad. Las leyes no otorgan libertad a los individuos sino que limitan su ejercicio para proteger la libertad de los demás. En un Estado liberal y democrático, libertad e igualdad son indisociables.

El nacionalismo, tal como se entiende hoy, es sólo el derivado de la idea de nación identitaria

Por tanto, no sólo estamos hablando de dos posibles nacionalismo de distinta naturaleza sino que el derivado de la idea de nación política no puede ser considerado propiamente como nacionalismo sino, en todo caso, ya antes hemos aludido a ello, quizás como patriotismo, fundado en el principio de solidaridad: si todos los individuos son libres e iguales en derechos hay un deber moral de compartir los deberes y obligaciones que comporta esta condición y que exige una convivencia digna basada en el respeto al otro.

Por tanto, el nacionalismo, tal como se entiende hoy, es sólo el derivado de la idea de nación identitaria. ¿Este nacionalismo es inevitablemente incompatible con los principios democráticos y liberales? Por supuesto que no, o al menos no necesariamente: en tanto que ideología está amparado por la libertad ideológica. Ahora bien, si se considera que la identidad nacional, una construcción ideológica derivada de los rasgos antes enumerados, determina, condiciona y, en definitiva, limita la libertad individual porque se impone como obligatoria, entonces nos encontramos con lo que se suele denominar nacionalismo excluyente, contrario al pluralismo ideológico, elemento imprescindible de todo Estado democrático.

Cuando en tiempos de Franco se decía que alguien era antiespañol, o en tiempos democráticos se tacha a algunos de ser anticatalanes o antivascos (o antiespañoles), se está hablando desde esta perspectiva excluyente. Es tan democráticamente legítimo ser nacionalista como no serlo. Pero negar esta última alternativa, sostener que hay que ser “nacionalista de alguna nación”, es decir, se debe ser nacionalista identitario por obligación, no es conforme con los principios y valores democráticos.

El nacionalismo actual deriva de la idea de nación identitaria, no de la de nación política

Así pues, el nacionalismo actual deriva de la idea de nación identitaria, no de la idea de nación política, porque ésta, precisamente, se basa en los valores universales de libertad e igualdad, no en los derivados de ideologías basadas en supuestas identidades colectivas. Como dijo el añorado Santos Juliá al final de su libro Historia de las dos Españas, “cuando se habla el lenguaje de la democracia resulta, más que embarazoso, ridículo, remontarse a los orígenes eternos de la nación, a la grandeza del pasado, a las guerras contra invasores y traidores; carece de sentido hablar de unidad de cultura, de identidades propias, de esencias católicas (...) El lenguaje de la democracia habla de Constitución, de derechos y libertades individuales, de separación y equilibrio de poderes y, entre españoles, de integración en el mundo occidental, de ser como los europeos…”.

Hablemos pues el lenguaje de la democracia. Quizás un día lleguemos a aquella situación ideal deseada por Harold Laswell, un clásico de la ciencia política: “Nación feliz, sin duda, la que no tiene ningún pensamiento sobre sí misma”. Afortunadamente, no todos somos nacionalistas.

Está muy extendida la idea de que todos somos nacionalistas, de una nación u otra, pero todos nacionalistas. No hay manera de escapar, esta ideología se nos quiere imponer, nacionalistas de todo tipo la mantienen como un dogma, no admite duda alguna.

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