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Ada Colau y la decadencia de Barcelona
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Francesc de Carreras

La funesta manía de escribir

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Ada Colau y la decadencia de Barcelona

La Ciudad Condal - tanto el municipio como su entorno más amplio - ha entrado en un serio declive porque a unos solo les preocupa la independencia y a otros la beneficencia

Foto: La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. (EFE/Marta Pérez)
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. (EFE/Marta Pérez)
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El declive de Barcelona, que comenzó hace unos veinte años, visto desde la perspectiva de hoy es producto de la combinación de dos factores: primero, el independentismo nacionalista como una aventura utópica y frustrante que produce división y desánimo en los ciudadanos e inseguridad jurídica en el mundo económico; segundo, la llamada teoría del decrecimiento que propugna En Comú Podem, el pequeño partido de Ada Colau que por alianzas partidistas muy peculiares gobierna el Ayuntamiento de Barcelona desde 2015 con solo 10 concejales (de un total de 41) y 156.000 votos, el 20 % del total en las últimas elecciones de 2019.

Desde este escaso apoyo popular y el apoyo del PSC y de ERC, según convenga a unos y a otros, el pequeño partido de Colau se ha convertido en la clave del gobierno municipal que explica la decadencia de Barcelona y el mantenimiento del ejecutivo independentista en la Generalitat. Haciendo favores y guiños a unos y a otros, a socialistas e independentistas, facilitando que estos alcancen mayorías parlamentarias en sus respectivas instituciones, y también en las del Estado, el equipo de Colau avanza a buen ritmo en su labor destructiva de la trama social que antes configuraba la ciudad de Barcelona.

El pequeño partido de Colau se ha convertido en la clave del gobierno municipal que explica la decadencia de Barcelona

El último ejemplo flagrante es dejar escapar con gran tenacidad la ocasión de que el Hermitage de San Petersburgo instale sus grandes obras de arte en el proyectado museo que debía situarse en frente marítimo barcelonés sin coste alguno para las arcas municipales. No es su mayor fallo, pero quizás es el que mejor explica su mentalidad, el más sintomático de su ingenuo y confuso ideario político basado en la ignorancia del mundo en que vivimos.

En efecto, estas teorías del decrecimiento tienen muchos aspectos valiosos y atendibles, ya los puso de manifiesto del Club de Roma en el llamado Informe Meadows de 1972, elaborado por un equipo de técnicos del MIT, al que siguió el mismo año la Declaración de Estocolmo, aprobado en una Conferencia organizada por la ONU, con la presencia de 113 países y más de 400 organizaciones intergubernamentales. De allí deriva la actual preocupación por el medio ambiente y otros aspectos relacionados con el mismo, hoy presente en los programas de todos los partidos, con especial incidencia en los llamados partidos Verdes.

La cuestión, además, venía de lejos, de los grandes economistas clásicos, en especial Adam Smith, muy especialmente Malthus, que falló en sus profecías, e incluso Marx. También desde posiciones menos científicas y más intuitivas, algunas corrientes anarquistas se mostraron partidarias de frenar el crecimiento y adoptar formas de vida distintas al desarrollo acelerado de la economía industrial. Las ideas mantenidas desde 1972 han sido revisadas desde muchos ángulos, con gran fecundidad y pragmatismo, incluso por sus mismos autores.

placeholder Un mendigo en una de las calles del centro de Barcelona. (Joan Mateu Parra)
Un mendigo en una de las calles del centro de Barcelona. (Joan Mateu Parra)

La preocupación provenía del choque entre el rápido incremento demográfico producto del crecimiento económico industrial y la naturaleza de la Tierra. Dicho choque, advertían estos documentos de 1972, estaban provocando perjuicios sociales en las condiciones de igualdad entre las personas y realidades ambientales que no eran sostenibles. Entre las propuestas más radicales de aquellos años algunos propugnaron el "crecimiento cero", una utópica perspectiva que obviamente no tuvo lugar.

También se formularon alarmistas profecías como la que predecía que en diez o veinte años - o sea, máximo los primeros noventa - el mundo resultaría literalmente invivible por esta crisis ecológica. Desde la perspectiva actual podemos ver que estas profecías afortunadamente no se cumplieron, como había sucedido también con la crisis alimentaria que vaticinó Malthus a finales de siglo XVIII.

¿Qué sucedió? Que ante los argumentos y previsiones del Club de Roma se empezaron a rectificar políticas anteriores e incorporaron a las mismas los criterios de la Declaración de Estocolmo. Obviamente, como todos sabemos, el problema sigue ahí y los debates en torno al mismo son objeto de continuas controversias. Pero esta grave cuestión se ha empezado a encauzar, sigue como nunca el crecimiento económico, véase China y Asia oriental, y aunque comporta problemas indudables para el medio ambiente entendido en sentido genérico, hemos llegado a 2022, cincuenta años después de la Declaración de Estocolmo, sin que la situación de nuestro mundo sea tan catastrófica como algunos auguraban.

Foto: La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau. (EFE/Quique García)

Pero retomando el hilo del principio del artículo y de las supuestas políticas de decrecimiento de los Comunes de Ada Colau, podemos ahora entender la escasa inteligencia de estas políticas. Todos estos problemas nuevos, provocados por la intensa industrialización y el uso de energías sucias, se deben abordar en un marco global, no desde un marco ingenuamente local.

Poniendo freno al turismo, por tanto, a la construcción de hoteles y acordando el veto a la ampliación del aeropuerto de El Prat, lo que sucederá, simplemente, es que aumentará el paro, disminuirán los salarios, cerrarán industrias y comercios de Barcelona, no se solucionarán los problemas medioambientales del mundo, sino que empeorarán, y mucho, los problemas económicos y sociales, aumentará la desigualdad y Barcelona y su entorno se empobrecerán. Las empresas buscarán otros horizontes sin que los barceloneses y catalanes se beneficien en nada.

Colau tiene mucho de monja en sentido peyorativo: en la ingenuidad de sus creencias, de su fe, sin evidencia científica alguna

Estas políticas de decrecimiento local, y no de sostenibilidad global, me recuerdan el papel de plata que envolvía el chocolate y que nos hacían guardar en el colegio para solucionar los problemas del Tercer Mundo, para que tuvieran algo de comer los que entonces denominábamos "los negritos del Congo", una terminología que hoy seguramente es delictiva y el que la pronuncia será debidamente cancelado. Colau tiene mucho de monja en sentido peyorativo: en la ingenuidad de sus creencias, de su fe, sin evidencia científica alguna. Los negritos del Congo - o los indios y chinitos - empezaron prosperar con la globalización y el libre comercio, no con nuestro papel de plata.

Barcelona - tanto el municipio como su entorno más amplio - ha entrado en un serio declive porque a unos solo les preocupa la independencia y a otros la beneficencia. Mientras, una invisible oposición socialista que colabora con ambos y unas élites sociales que, si son del ámbito cultural no critican sino que colaboraran, si son económicas se largan con sus empresas a otra parte. El ciudadano está en medio, abandonado, indefenso e ignorante de la gravedad de lo que sucede a su alrededor

El declive de Barcelona, que comenzó hace unos veinte años, visto desde la perspectiva de hoy es producto de la combinación de dos factores: primero, el independentismo nacionalista como una aventura utópica y frustrante que produce división y desánimo en los ciudadanos e inseguridad jurídica en el mundo económico; segundo, la llamada teoría del decrecimiento que propugna En Comú Podem, el pequeño partido de Ada Colau que por alianzas partidistas muy peculiares gobierna el Ayuntamiento de Barcelona desde 2015 con solo 10 concejales (de un total de 41) y 156.000 votos, el 20 % del total en las últimas elecciones de 2019.

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