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Francesc de Carreras

La funesta manía de escribir

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Putin: un nacionalista

El dirigente es, sobre todo, un nacionalista ruso en el sentido fuerte del término, es un nacionalista identitario: considera que los rusos, estén donde estén, forman parte de una comunidad

Foto: Putin, junto a Lukashenko. (EFE/EPA/Evgney Biyatov)
Putin, junto a Lukashenko. (EFE/EPA/Evgney Biyatov)
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Es un lugar común decir que Putin es un comunista y un antidemócrata. Obviamente, no es lo primero: Rusia es un país capitalista aunque sin libre mercado, algo así como la primera etapa del franquismo, antes del Plan de Estabilización. Es, sin duda, cierto lo segundo: no es un demócrata ni cree en la democracia, se podría calificar a la Federación Rusa, como está de moda, de democracia iliberal en deriva totalitaria.

Pero no se suele destacar lo principal: Putin es sobre todo un nacionalista ruso en el sentido fuerte del término, es un nacionalista identitario, considera que los rusos, estén donde estén, forman parte de una comunidad caracterizada por unos rasgos históricos peculiares que configuran su propia manera de ser y los hacen distintos —y en cierta manera superiores— al resto de la humanidad.

En una época fue la Santa Rusia, en el siglo XX la Rusia soviética, en los últimos años, especialmente tras la guerra con Georgia en 2008, la Rusia de Putin. Inmutable en todos los casos, siempre era y seguirá siendo Rusia, la que en el lejano siglo IX tuvo su origen en el Rus de Kiev.

Foto: El primer ministro Italiano, Mario Draghi. (EFE/Horacio Villalobos)

Putin había sido funcionario público —en la KGB, desde mediados de los setenta hasta 1990— y a partir de entonces desempeñó cargos políticos al amparo de su antiguo profesor de Derecho Anatoli Sobchak, un importante político liberal y demócrata, alcalde de San Petersburgo y uno de los principales redactores de la Constitución rusa de 1993. Por tanto, Putin formaba parte de las corrientes reformadoras de Gorbachov que acabaron con la Rusia soviética, aunque como personaje de segundo rango.

Sin embargo, en 1998 Putin fue nombrado jefe del servicio de Inteligencia de la Federación, al año siguiente primer ministro y tras la súbita dimisión de Yeltsin pasó a ser presidente en funciones y, de acuerdo con la Constitución, convocó elecciones para el 26 de marzo de 2000, en que fue elegido presidente en primera vuelta. Desde entonces hasta la actualidad, ¿cuáles han sido las ideas de Putin para seguir en el poder?

Al pasar al cargo de jefe de los servicios de Inteligencia, el presidente ruso se dio cuenta de la situación del país: los años noventa habían sido nefastos. El Estado —es decir, lo público— estaba totalmente desarticulado y la URSS se había desintegrado. Con esta Rusia jibarizada, las salidas al mar por el Mediterráneo y el Báltico habían desaparecido. Pero sucedía algo más grave todavía: los rusos —a excepción de una élite privilegiada— vivían mucho peor, el nivel de vida medio era muy inferior a la época comunista y el malestar de la población crecía de forma alarmante: antes todos eran bastante pobres en bienes de consumo, pero esta pobreza se repartía por igual: ahora la distancia entre los muchos pobres y los pocos ricos era abismal.

Foto: Volodímir Zelenski durante una reunión con Boris Johnson. (EFE/Presidencia de Ucrania)

La corrupción en la época de la privatizaciones de Yeltsin fue escandalosa. ¿Por qué todo eso? Porque el Estado, lo público, había casi dejado de existir, los funcionarios y los pensionistas no cobraban su sueldo, mientras tanto los que se habían aprovechado de las privatizaciones eran ya grandes millonarios y habían sustituido al Estado en el mando del país. Lo privado mandaba sobre lo público.

Esto lo vio Putin en cuanto accedió a cargos importantes de poder, y al ser elegido presidente decidió que había que resolverlo: los empresarios no debían entrometerse en la política, los políticos debían dedicarse a gobernar sin estar influidos por los empresarios. De todo ello, una consecuencia: había que reforzar el poder del Estado, en el interior y también en el exterior. Rusia debía volver a ser un gran país, como lo había sido en épocas pasadas. ¿Cuáles eran las ideas que le permitían defender esa posición? Las viejas ideas del nacionalismo ruso: la Santa Rusia frente a Napoleón, la Rusia soviética que había combatido al nazismo y fue clave para que este fuera derrotado en la II Guerra Mundial, la que había lanzado el Sputnik al espacio antes que los norteamericanos. Rusia, la Gran Madre.

Foto: El presidente de Rusia, Vladímir Putin. (EFE)

Así pues, Putin emprendió una doble acción: primero controlar a los grandes oligarcas y combatir la corrupción y segundo restablecer la dignidad nacional para halagar —¿engañar?— al pueblo. El nivel de vida creció, obtuvo el apoyo de la opinión pública. En los primeros años de su mandato intentó establecer puentes de entendimiento con los países occidentales, con la UE y EEUU, pero a partir de 2008 la situación se complicó y el distanciamiento, sobre todo con los norteamericanos, fue visible. Pero había, sobre todo, que restablecer el orgullo ruso mediante el nacionalismo.

Para ello, los principales pasos fueron los siguientes. Primero, afirmar la identidad nacional, basada en la historia y la lengua. Allí donde se hable ruso, allí está Rusia. Segundo, enlazar con una tradición cultural que la ligaba estrechamente con la religión, con la Iglesia ortodoxa. En un viaje a Nueva York, Putin ofició de mediador para reconciliar a los ortodoxos rusos del interior y del exterior, separados desde la Revolución bolchevique. Tercero, victimismo ante Occidente, a veces muy justificado. En todo caso, no admitir burlas ni humillaciones, Rusia es grande. Cuarto, el fundamento de Rusia se encuentra en su unidad, por tanto, el mayor peligro es la desintegración territorial. Además, Rusia necesita un espacio territorial que la proteja al no tener fronteras naturales ni en el este ni en el oeste.

Foto: Roman Abramovich. (Getty/Clive Mason)

Todos estos aspectos de la Rusia nacionalista podían conducir, indefectiblemente, a la guerra, sobre todo si en la contraparte, la occidental, no se les prestaba atención. La invasión de Ucrania ha sido el momento de máxima radicalización del nacionalismo ruso en la época de Putin, además de una salvajada de imposible justificación. Cada vez parece más difícil una solución pactada. Quizá Putin se ha equivocado y los rusoparlantes del Donbás están más por la causa de Kiev que por la de Moscú. En una guerra, las noticias son siempre confusas y hay que desconfiar de su veracidad.

A ojos occidentales, Zelenski es un héroe, pero no parece un consumado experto en negociaciones. Un conflicto entre nacionalistas es siempre difícil de resolver, hay más pasión que razón, con lo último se puede argumentar, con lo primero es imposible. Mientras, cada vez más muertos y destrozos. La sensación es que las repercusiones en el exterior marcarán un antes y un después en el orden mundial y que vamos, otra vez, hacia una política de bloques. En el mundo, desde hace años, quizá desde Kissinger, faltan estrategas que sepan historia y teoría políticas y sobran expertos con muchos másteres en la nada.

Es un lugar común decir que Putin es un comunista y un antidemócrata. Obviamente, no es lo primero: Rusia es un país capitalista aunque sin libre mercado, algo así como la primera etapa del franquismo, antes del Plan de Estabilización. Es, sin duda, cierto lo segundo: no es un demócrata ni cree en la democracia, se podría calificar a la Federación Rusa, como está de moda, de democracia iliberal en deriva totalitaria.

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