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Francesc de Carreras

La funesta manía de escribir

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Cervantes visto desde hoy

Ser un clásico puede tener varios significados, el más usual es que se trata de un autor constantemente revisitado, una referencia constante a través de los siglos

Foto: Estatua de Don Quijote con una mascarilla frente a la Casa Natal de Miguel de Cervantes en Alcalá de Henares. (EFE/Fernando Villar)
Estatua de Don Quijote con una mascarilla frente a la Casa Natal de Miguel de Cervantes en Alcalá de Henares. (EFE/Fernando Villar)
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Miguel de Cervantes vivió durante toda la segunda mitad del siglo XVI y los primeros años del XVII, por tanto, a caballo de dos siglos, una etapa de transición en la cultura española y europea con profundas consecuencias hasta la actualidad. Murió hace más de 400 años y todavía, especialmente por ser el autor del Quijote, nos sigue interpelando. ¿Por qué? Porque es un clásico, un clásico de la literatura europea, y con seguridad el primero de los escritores en lengua castellana.

Ser un clásico puede tener varios significados, el más usual es que se trata de un autor constantemente revisitado, una referencia constante a través de los siglos. En este sentido, son clásicos indiscutibles de nuestro mundo, Aristóteles, Cicerón, Dante, Shakespeare, Montaigne, Goethe o Kant. Y solo un español: Cervantes. ¿Por qué?

Contestar a estos, y a otros interrogantes, a estos porqués y los demás que podríamos añadir, es probablemente una de las razones por las cuales Santiago Muñoz Machado, destacadísimo jurista, actualmente director de la RAE y, sobre todo, persona de aguda inteligencia y amplia cultura, además de infatigable trabajador, se propuso hace diez años escribir el libro sobre Cervantes que acaba de publicar en una edición impecable.

Hoy, Cervantes y el Quijote siguen siendo objeto de controversia, de lecturas distintas e incluso, también, opuestas

Se trata de un libro largamente meditado y que responde a la indudable deuda intelectual y literaria de su autor con el gran novelista del Siglo de Oro. Solo estando enamorado del objeto de un libro puede escribirse un volumen tan cuidado, en todos los sentidos, como este. Debo advertir a los lectores que a pesar de tratarse de un grueso volumen —más de mil páginas, aunque cuatrocientas de ellas son notas, bibliografía e índice de nombres— se lee con la misma facilidad que las ingeniosas novelas cervantinas, disfrutando y aprendiendo, es un libro culto y divertido.

Podrían destacarse muchos de sus aspectos ampliamente tratados, por ejemplo la azarosa vida de Cervantes, la política y la sociedad de su tiempo o el curioso capítulo sobre magia, hechicería y brujería en toda su obra. No hay espacio para ello ni para comentar tantas otras facetas del estudio. Me ceñiré solo al esbozo de algunas consideraciones sobre lo que Muñoz Machado denomina los "pilares" del Quijote, un repaso a las diversas interpretaciones de la principal obra de Cervantes. Al fin y al cabo, un clásico es eso: una sólida roca, un pilar de verdad, al que forzosamente debe recurrirse para pensar y repensar los temas y problemas de todas las épocas.

El Quijote fue una obra inmediatamente popular, las primeras interpretaciones la consideraron una divertida parodia para ridiculizar los libros de caballería y así entretener a los lectores. Por tanto, según esta concepción, estaba muy por debajo de las obras de otros autores de la época como Tirso, Calderón o Lope de Vega. Es decir, Cervantes era divertido pero un literato menor.

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Esta consideración empezó a cambiar con la Ilustración, con el estudio de Gregorio Mayans y con las breves alusiones de Cadalso: bajo una apariencia de divertimento en el Quijote había una mayor hondura. Para unos, era crítica social y política, incluso religiosa; para otros, se trataba de la mejor novela escrita hasta la fecha. Incluso, ya en los comienzos del siglo XIX, románticos alemanes como Schlegel, Schelling y Schiller, pusieron todo el empeño, arrimando el ascua a su sardina, en encontrar en ella el verdadero "espíritu del pueblo" español. En España, algo más tarde, Díaz de Benjumea trazó una interpretación filosófica —esotérica, la denomina Muñoz Machado— que rebasaba sin duda las intenciones de Cervantes y los límites interpretativos del libro.

Fue a fines del XIX y principios del XX que tres destacados escritores y eruditos españoles, reflexionaron a fondo, desde distintos puntos de vista, sobre el Quijote: Juan Valera, Menéndez Pelayo y Menéndez Pidal. Muñoz Machado hace un amplio resumen de sus opiniones, siendo especialmente interesantes las de Valera. Rechaza este autor las pretensiones filosóficas que otros habían encontrado en el Quijote y reduce la importancia del libro a que es una simple novela, aunque, eso sí, la mejor novela, la más hermosa, la no superada hasta entonces. Rechaza, también, las interpretaciones según las cuales Cervantes era un liberal antes de tiempo, aunque le parece obvio que en el Quijote queda claro que posee un poderoso instinto de libertad y de independencia de carácter que, si bien le hace ser respetuoso con la nobleza, la monarquía y la Iglesia, pone por encima su dignidad personal a las posibles afrentas injustas de los poderosos.

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Un poco más adelante, Cervantes es un elemento central para la mayoría de escritores de la generación del 98, todos ellos en busca de la esencia de España, con cierto parecido a los románticos alemanes. Ganivet quiere convertir al Quijote en el prototipo de español, en esto le sigue con entusiasmo Unamuno ('Vida de don Quijote y Sancho') y, a su manera, literariamente excelente pero de escaso nivel en el orden de las ideas, también Azorín ('La ruta de Don Quijote'). Pero unos años más tarde será Ortega y Gasset, no propiamente adscrito al grupo del 98, quien más ahondará en la consideración de Cervantes como un autor preocupado por el "ser de España", especialmente en su conocido estudio 'Meditaciones del Quijote'. Para todos estos autores, el Quijote es más que una novela y Cervantes más que un simple novelista: si bien no es un filósofo, se desprende de su literatura algo mucho más profundo que la simple intención de entretener.

Un giro decisivo a todas estas diversas interpretaciones la suministrará Américo Castro en "El pensamiento de Cervantes", publicado en 1925. Don Américo sostiene que la obra de Cervantes debe enmarcarse dentro de la cultura del Renacimiento italiano y de ahí deduce que el autor del Quijote no era intelectualmente vulgar sino ilustrado y progresista, se caracterizaba por su racionalismo, estoicismo, laicidad y tolerancia religiosa. Un escritor de la raza de los franceses de estas épocas, de Rabelais, Montaigne, Molière o La Fontaine. En este sentido, Castro lo incluye dentro el erasmismo español y pone como ejemplos su amor por el campo frente a las nacientes ciudades, por lenguaje común frente al latín, por los proverbios y refranes, reflejo de la sabiduría popular. Años después, Américo Castro modificó algunas de estas apreciaciones, pero su obra sigue siendo capital para los estudios cervantinos.

Hoy, Cervantes y el Quijote siguen siendo objeto de controversia, de lecturas distintas e incluso opuestas. Esta es la función propia de los clásicos y tanto el libro como su autor demuestran seguirlo siendo. La contribución de Muñoz Machado no es una más, sino la que hoy mejor ha reflexionado acerca de este ineludible pilar de nuestra cultura europea, este rompeolas clásico sobre el que una y otra vez han contrastado sus ideas, muchas de las mejores cabezas de todos los tiempos.

Miguel de Cervantes vivió durante toda la segunda mitad del siglo XVI y los primeros años del XVII, por tanto, a caballo de dos siglos, una etapa de transición en la cultura española y europea con profundas consecuencias hasta la actualidad. Murió hace más de 400 años y todavía, especialmente por ser el autor del Quijote, nos sigue interpelando. ¿Por qué? Porque es un clásico, un clásico de la literatura europea, y con seguridad el primero de los escritores en lengua castellana.

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