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Josu Jon Imaz, profeta desarmado
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Josu Jon Imaz, profeta desarmado

Seamos serios y hablemos de realidades políticas, aunque nos cueste abandonar, de momento, el alucinado universo del deseo. Josu Jon Imaz, el hombre que, en el

Seamos serios y hablemos de realidades políticas, aunque nos cueste abandonar, de momento, el alucinado universo del deseo. Josu Jon Imaz, el hombre que, en el PNV, resumía las virtudes de un nacionalismo moderno, integrador, moderado, abandona la escena. Asunto tan lamentable como lamentado por muchos. Pero sin vuelta atrás, por más que se pretendan sugerir, en su entorno, ocultas maniobras y habilidades raras de efecto retardado; el abandono en paralelo de Joseba Eguibar, o el ascenso a la presidencia de la ejecutiva del tapado y esperanzador Iñigo Urkullu.

Todo este conjunto de especulaciones compone un precioso material para tejer las crónicas diarias que demanda la prensa. Pero resulta de una extremada delgadez desde la evidencia política. Porque, a partir de ahora, aunque Imaz no es exactamente un cadáver su figura se ha elevado hasta el limbo de los profetas desarmados. Entra en la inanidad. No es un ardid lo de Imaz, tal vez se trate de mera componenda para evitar que se rompa el partido, pero, por encima de todo, este suceso refleja la actitud de impotencia frente al correoso discurso de Xavier Arzalluz, frente a la insensibilidad roqueña de Juan José Ibarretxe y a la deriva autista del impasible Eguibar.

Y la gravedad del asunto pone de relieve, otra vez, la imposibilidad, o la incapacidad, de conciliar lo infinito y el límite en esa galaxia gaseosa, de tendencia expansiva, surgida en el big bang de las autonomías. ¿Por qué leyes se rige? ¿Y hasta donde se prevé su expansión? Pues bien, parece que se rige por una Ley Electoral, desequilibrada e injusta, que las premia y fomenta; una Ley que se hizo, como le comentaba, hace unos días, en broma, Miguel Herrero de Miñón a Santiago Carrillo en una tertulia radiofónica, para que los rojos no pudieran engordar demasiado. Y el objetivo se cumplió; Izquierda Unida sigue electoralmente castigada, sin peso en el sistema. Y, a la postre, el sistema reposa en las mayorías absolutas, muy poco deseables, o en los difíciles acuerdos, confusos y asimétricos, con los nacionalismos.

Sea cual fuere el resultado de las urnas, en marzo, los vencedores heredarán el mismo panorama. Y no es que se quiera negar la existencia de una España plural. Pero, de la misma manera que dentro del universo matemático el infinito se puede reducir a representaciones donde interviene tan solo lo finito, en el mundo político habría que crear marcos inteligibles, pautas de convivencia, que señalen los límites a la aspiración desbordada. Se trata de entender no solo donde estamos sino hacia donde vamos y hasta donde llegar. Cierto que todo esto contiene una exigencia, no siempre disponible, de claridad de Estado.

¿Van por ahí las cosas? De momento ruedan por la efervescencia retórica. José Luís Rodríguez Zapatero quiere jugar la Champions con niños desdentados. ¿No habrá nadie que le venga a indicar que, para muchos padres, hay más patria en los dientes del hijo que en cualquier Estatuto? Y Mariano Rajoy se compromete a hartarnos con cincuenta gobiernos diferentes, como si los gobiernos fueran nidos de petirrojo, como si la figura de Vicente Martínez Pujalte fuera algo repetible. Son tan hermosas estas perogrulladas que hacen parecer a los líderes verdaderos tribunos del Peloponeso, aunque lo sustancial queda enredado como la cama, sin hacer, de una fonda de pueblo.

Seamos serios y hablemos de realidades políticas, aunque nos cueste abandonar, de momento, el alucinado universo del deseo. Josu Jon Imaz, el hombre que, en el PNV, resumía las virtudes de un nacionalismo moderno, integrador, moderado, abandona la escena. Asunto tan lamentable como lamentado por muchos. Pero sin vuelta atrás, por más que se pretendan sugerir, en su entorno, ocultas maniobras y habilidades raras de efecto retardado; el abandono en paralelo de Joseba Eguibar, o el ascenso a la presidencia de la ejecutiva del tapado y esperanzador Iñigo Urkullu.

Josu Jon Imaz