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Pizarro y Solbes, el combate de fondo
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Pizarro y Solbes, el combate de fondo

Decía el doctor Johnson, un empelucado portento del siglo XVIII, que si encontrara usted un caballo capaz de contar hasta diez habría descubierto un extraordinario caballo,

Decía el doctor Johnson, un empelucado portento del siglo XVIII, que si encontrara usted un caballo capaz de contar hasta diez habría descubierto un extraordinario caballo, pero, que, como matemático, era más bien mediocre. Y traigo a colación esta cita por el caso cercano del emergente don Manuel Pizarro, el paracaidista de Aznar, denostado por unos y ensalzado por otros en virtud de una rara distorsión de parámetros. Nos urge, pues, desde esta perspectiva, restituir a las cosas su sitio y al acento su espacio, como pedía Johnson.

Pizarro, de eso no cabe duda, es un hábil jurista, pleiteador y astuto, y un reconocido estratega. Pero, como gestor de empresas constituyó en sus carnes un ejemplo mediocre. Y explicaré por qué; una implacable contabilidad, obcecada y tediosa, viene a testimoniar que, bajo su mandato, Endesa fue la eléctrica con peor rendimiento en el continente europeo. De ahí surgió la OPA, en la que no voy a entrar, pero que desató una guerra de pujas y rechazos que, muy bien manejada, pudo convertir a Pizarro en la imagen celeste de la especulación, con la que comulgaba toda una corte angélica de miles de accionistas. Hazaña memorable, y, por cierto, envidiable, más cercana a los business que a la administración.

Tal vez por eso, doña Esperanza Aguirre, que tiene sus aciertos, le ha presentado en público, más que como empresario, como trabajador, como peronista sudado, como padrecito del pueblo. Y ha descubierto en él una virtud excelsa; Pizarro no se va servir del PP, probablemente porque ya se ha servido. Y este, en suma, es el púgil, peso mosca económico, que ha de enfrentarse a Solbes durante la campaña.

Del otro lado, Solbes, pesado como un trullo, inmarcesible funcionario ortodoxo, enemigo de cualquier fuego fatuo; un caso porfiado de fraile limosnero. Pues bien, la confrontación entre ambos se anuncia como el número fuerte del circo electoral. La escena es previsible; un vicepresidente, coronado de hipérboles, aunque ese no es su estilo pero sí el del Gobierno, exaltará sus triunfos, mientras el misacantano Pizarro tratará de opacarlos con su cacerolada, tal como debe hacerlo la santa oposición. Pero verán como los dos evitan, puesto que lo comparten, criticar el modelo de nuestro crecimiento, o decrecimiento, económico; solo se discutirá la gestión. Porque los crecimientos, o los decrecimientos, no son un ente abstracto. Se crece, o se decrece, por grupos, o por actividades, y, en función, sobre todo, de estructuras más o menos armónicas, simétricas y justas.

No vale, pues, utilizar sin freno subterfugios de 'macro', de números redondos, para dejar sedado al sufrido votante en una circunstancia que se adivina adversa. Conviene explicitar desde dónde, por dónde y hasta dónde se crece o, tal vez, se decrece. Lo demás, aunque guste, no pasa de retórica.

Pero, volvamos a lo más clamoroso... ¿Podrá paliar el efecto Pizarro los últimos desgarros que aquejan al PP? Es demasiado pronto para hacer mediciones, pero no previsiones. Si el PP pierde las elecciones, este nueve de marzo, los socialistas habrán acumulado veintidós años al frente del Gobierno por ocho de mandato aznarista. Y esta operación aritmética, unida al cainismo que se vive en la cúpula, a la confusión del partido de las ideas claras, puede incitar a las bases sociales a hacer oír su voz y a definir los rumbos. Mientras tanto, gocemos del intenso combate entre Bouvard y Pécuchet, quise decir entre Pizarro y Solbes.

Decía el doctor Johnson, un empelucado portento del siglo XVIII, que si encontrara usted un caballo capaz de contar hasta diez habría descubierto un extraordinario caballo, pero, que, como matemático, era más bien mediocre. Y traigo a colación esta cita por el caso cercano del emergente don Manuel Pizarro, el paracaidista de Aznar, denostado por unos y ensalzado por otros en virtud de una rara distorsión de parámetros. Nos urge, pues, desde esta perspectiva, restituir a las cosas su sitio y al acento su espacio, como pedía Johnson.

Pedro Solbes Manuel Pizarro