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Choque de trenes. ¿Dónde está escrito?
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Antoni Fernàndez Teixidó

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Choque de trenes. ¿Dónde está escrito?

Si somos capaces de rebajar la tensión entre las partes y, con inteligencia y paciencia, encontrar un espacio para el debate político de muchos ciudadanos, el choque de trenes no es inevitable

Foto: Escena de la manifestación independentista en Barcelona el pasado 11 de septiembre. (Reuters)
Escena de la manifestación independentista en Barcelona el pasado 11 de septiembre. (Reuters)

Por una vez, la valoración del número de asistentes a las cinco manifestaciones y a los distintos actos de la Diada en Catalunya no ha suscitado, como suele ser habitual, un enconado debate.

Aunque la cifra de participantes se ha reducido a algo más de la mitad, y en algunos actos la implicación ha sido muy escasa, la opinión publicada ha sostenido que el número de manifestantes ha vuelto a ser un gran éxito; quedando así demostrada la gran capacidad de movilización del independentismo catalán.

Las dos afirmaciones son ciertas. 800.000 personas son indudablemente muchas. Y al tiempo, la asistencia a los actos se ha reducido en más de un 40%; un descenso notable. Se requiere, no obstante, que de esto se hable poco. Para que el 'procés' goce de buena salud, aunque sea aparentemente, se necesita mantener la imagen de un país, intensamente, movilizado que no afloja en su pulso a las instituciones españolas.

Para que el 'procés' goce de buena salud se necesita mantener la imagen de un país movilizado que no afloja en su pulso a las instituciones españolas

Me parece que la tendencia de los partidarios del 'procés' en Catalunya, está, claramente, a la baja. La organización misma de manifestaciones en diversos puntos de la geografía catalana ha pretendido, en buena medida, disimular una realidad que en Catalunya todos sospechamos. La fatiga, el desconcierto y un palpable desánimo crecen en el seno del movimiento independentista.

En mi opinión, este movimiento está, fundamentalmente, compuesto por tres arquetipos políticos, claramente, diferenciados.

Un sector importante de los ciudadanos fundamenta sus altas expectativas en profundas convicciones separatistas. Cree desde hace tiempo que en Catalunya las cosas irían mejor sin España. Está formado por personas que piensan así casi desde el inicio de la Transición democrática y por otras muchas que se han sumado, entregadas a esta tesis los últimos años. Los partidos nacionalistas radicalizados han explicado a la ciudadanía que España los oprime y explota y que hay un mundo próspero y lleno de oportunidades, alejado del Estado español. Sorprende, hasta cierto punto, la gran cantidad de personas que creen que esto es exactamente así, y destacan entre sus filas ciudadanos crecientemente radicalizados.

Los partidos nacionalistas radicalizados han explicado a la ciudadanía que España los oprime y explota y que hay un mundo próspero alejado del Estado español

Los acontecimientos llevan a este grupo a sostener que las cosas no sólo han empeorado, sino que lo harán en el futuro de manera muy considerable. La independencia se puede conseguir y ésa debe de ser la tarea esencial -por no decir la única- del Govern y de las instituciones catalanas. Hay que aprovechar la oportunidad que la historia nos brinda.

Un segundo colectivo de independentistas podría ser cualificado de tácticos. Sostiene argumentos parecidos al grupo anterior pero mantiene que la independencia no es, necesariamente, la única salida política. La indignación que ha acumulado el ciudadano medio respecto a muchas cuestiones políticas y sociales, acentuadas durante estos últimos años de la crisis, obliga a no dar muestras de división alguna si se quiere conseguir de España aquello que se estima justo. Ninguna flaqueza. Son tácticos porque aceptarían de buen grado una solución que, aunque compleja, satisficiera a ambas partes. Un buen pacto fiscal y el blindaje de las señas de identidad más preciadas del catalanismo político por parte de España garantizarían el respeto que exigen y que no creen encontrar en sus conciudadanos españoles.

Pueden cambiar de opinión, pero solo lo harán si hay un movimiento sustancial y audaz por parte de las autoridades españolas.

El tercer grupo es de nuevo cuño. Tiene aspiraciones, procedencias y realidades muy distintas y, a menudo, altamente contradictorias. Necesita un fuerte liderazgo político y constatar que la unidad de la política catalana independentista es la razón de ser del movimiento y que se avanza de manera perceptible. Es un colectivo con un peso y una visión política menos apegada a los principios y convicciones independentistas clásicos. Exigen respuestas, demandan cambios profundos y se sorprenden, de buena fe, de que el camino hacia la independencia esté plagado de tantos obstáculos. Justamente es en este conglomerado de ciudadanos donde más se acusa la situación de estancamiento político que vive el 'procés' y, por ende, el país. Creen saber cuáles son los nuestros y cuáles son los otros, pero vacilan en sostener un largo combate de incierto desenlace por sus ideales recién adquiridos.

Hasta ahora solo he hablado de los independentistas y no del resto de catalanes que son hoy mayoría. También aquí hay división y es imposible trazar un camino de unidad de acción solvente porque los intereses de estos ciudadanos son, a menudo, contrapuestos. Nótese que no hemos hablado en ningún momento de la natural contraposición entre derechas e izquierdas que existe en el electorado catalán, pero que, ante la magna cuestión, resulta tener un papel subordinado…en ocasiones, inexistente.

De todo lo dicho hasta aquí se infieren, cuando menos, dos reflexiones que ruego consideren. La primera es que las fuerzas independentistas menguarán en los próximos meses siempre y cuando no se les den motivos extraordinarios para que se fortalezcan. La tensión creciente entre unos y otros favorece a los unos y a los otros pero perjudica, notablemente, al grueso de catalanes que no apuestan por la separación. Esto obliga a que sea particularmente contenido el trato que el independentismo catalán reciba de las instituciones españolas en los próximos meses. Resulta vital.

La tensión creciente entre unos y otros favorece a los unos y a los otros pero perjudica al grueso de catalanes que no apuestan por la separación

Todo signo de comprensión y generosidad favorece la concordia. Todo duro enfrentamiento principista alimenta la radicalización. Esta visión debería conocerse y practicarse por parte de aquellos que no desean, ni aquí ni allá, un proceso de ruptura. En los próximos meses, toda prudencia será poca. Sólo el victimismo motivado generará más separatistas. Pienso que es una irresponsabilidad letal que algunos partidos en España consideren que el rechazo indiscriminado hacia Catalunya pueda aportar votos en un proceso electoral interminable. Es más que una irresponsabilidad. Es un error político.

La segunda reflexión tiene que ver con la necesidad de explicar a los catalanes que la independencia no está ni estará por encima de los programas políticos. Aunque merece mi respeto la causa de los radicales catalanes de izquierdas, poco tiene que ver con las aspiraciones profundas de la mayoría del electorado catalán, aunque una parte sustancial se declare hoy independentista.

Sostienen estos el argumento de que se consiga primero el Estado propio y después hablaremos de política. Sostengo yo que es imposible un Estado propio sin que las fuerzas dirigentes se planteen, seriamente, la naturaleza y el propósito del mismo, los programas que implementaran y el destino que nos aguarda.

Si somos capaces de rebajar la tensión entre las partes y con inteligencia, habilidad y paciencia encontrar un espacio para el debate político y resolver la inquietud y las dudas de muchos ciudadanos, el choque de trenes no es inevitable. Créanme, no lo es.

Puede que a usted, lector, estas valoraciones le parezcan razonables y claras pero les aseguro que en Catalunya este debate no se ha desplegado. Se es independentista o no se es. Pocos son los políticos que insisten en que, siendo esta causa respetable, la búsqueda de prosperidad, los medios por la que se obtiene y las políticas que la amparan son mucho más decisivos que el objetivo nacional en cuestión. Estos aspectos son los que de verdad resuelven o complican la vida de cada día de los ciudadanos que desde su esfuerzo contribuyen a hacer prosperar el país. De eso se trata.

Por una vez, la valoración del número de asistentes a las cinco manifestaciones y a los distintos actos de la Diada en Catalunya no ha suscitado, como suele ser habitual, un enconado debate.

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