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Antoni Fernàndez Teixidó

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Populismos. Ayer y hoy

¿Cómo combatir esta tendencia aparentemente imparable? No hay otro camino que la firme defensa del pluralismo y las conductas democráticas. No hay atajos

Foto: El presidente Donald Trump. (EFE)
El presidente Donald Trump. (EFE)

El crecimiento de viejos y nuevos populismos en todo el planeta es un hecho incontrovertible. Con más o menos fuerza, con mayor o menor capacidad de movilización, siempre con programas extremos, los populistas mantienen una presencia relevante en Europa, EEUU y Latinoamérica.

Las recientes contiendas electorales dan buena prueba de ello. Alemania, Holanda, Gran Bretaña, diversos países de América del Sur y EEUU son testigos de un ascenso indisimulable. Las elecciones francesas a las puertas de la segunda vuelta son otro capítulo del feroz combate que el populismo libra en todos los frentes. Estas luchas se han saldado con victorias y derrotas, pero la tendencia de fondo evidencia una constante progresión de estas fuerzas.

Los clásicos solían argumentar que el populismo era una receta aplicable en tiempos de crisis para dar respuesta al miedo y a la desesperación de las clases medias y la pequeña burguesía urbana. Efectivamente, así fue durante los años treinta del siglo pasado y así ha sido con notable frecuencia en muchos países latinoamericanos. Aquellos analistas afirmaban que el proletariado nunca se sumaría a la bandera populista porque disponía de fuertes organizaciones políticas que defendían con relativo éxito sus conquistas y reivindicaciones. En los países europeos también los campesinos tenían sus propios partidos que rechazaban, enérgicamente, la dinámica radicalizadora que esas corrientes políticas propiciaban.

España es un caso particular. No hay populismo de derechas. Podemos es una muestra del tipo de populismo izquierdista que ha prosperado

Hoy el populismo abarca, más allá de la clase media, sectores muy importantes de los trabajadores que disponen de un balance francamente negativo de la experiencia de sus propios partidos de clase.

EEUU con Trump, Gran Bretaña con el Brexit, Holanda con Wilders, Alemania con AfD, Francia con Le Pen, Maduro en Venezuela y Evo Morales en Bolivia, son un claro exponente de líderes y partidos transversales que apelan al conjunto de los ciudadanos por encima de su pertenencia a una clase social. Llevamos años comprobándolo pero las campañas electorales del presidente Trump y la candidata Le Pen son un buen ejemplo de cuanto digo.

Ciudadanos golpeados por la crisis, desconcertados ante las prácticas y resultados de la política convencional y desesperados por un horizonte lleno de incertidumbre, optan por superar la tradicional distinción entre izquierdas y derechas. La angustiosa precariedad, casi crónica, del mercado de trabajo y una avalancha imparable de información sesgada y, con demasiada frecuencia, contradictoria, posibilitan que los electores de la segunda década del siglo XXI vuelvan, hastiados y confundidos, los ojos hacia el fenómeno populista. La simplicidad de la respuesta ensayada por sus principales dirigentes, el esquematismo de las soluciones apuntadas y la imposibilidad material de contrastar sus propuestas programáticas convierten a una parte importante de la población en víctima de una estrategia antisistema e insumisa.

Resulta enormemente difícil contraponerse a esta agitada marea. Pero o se está dispuesto a nadar contracorriente o sospecho que la suerte puede estar echada. Si no es hoy, será mañana.

España es un caso particular. No hay populismo de derechas. Podemos y buena parte de lo que representa Catalunya Si que es Pot –no toda– es una muestra del tipo de populismo izquierdista que ha prosperado, recientemente, en nuestro país. Incluso el lenguaje está, profundamente, contaminado. Se sostiene, como lo hacen muchos líderes políticos convencionales, que en España se debe librar una dura batalla contra el populismo de izquierdas y de derechas. Esta afirmación en sí misma es populista. Se desfigura el escenario, se desvirtúa al adversario, se yerra la estrategia y la táctica. Esta es una de las razones por las que el movimiento en el que se ha desarrollado Podemos progresa aunque con altibajos en la política española. Nadie sale decidido a su paso. La contemporización parece una receta adecuada. Grave error.

Políticos, periodistas, educadores y creadores de opinión deben ayudar a que los ciudadanos entiendan que la sociedad está en grave peligro

¿Cómo combatir esta tendencia aparentemente imparable? No hay otro camino que la firme defensa del pluralismo y las conductas democráticas. No hay atajos. Esta confrontación no debería postergarse. Con las proclamas bienintencionadas no se llegará muy lejos. Solo desde la implementación de políticas audaces en los ámbitos económico, social y político se puede perfilar una alternativa que inspire confianza. Frente al simplismo y la demagogia imperantes solo cabe proponer programas políticos realistas cuya eficiencia pueda ser, claramente, verificada por el electorado. El resto es, incomprensiblemente, una actitud piadosa.

También el derecho a la información queda profundamente menoscabado y deteriorado por el brutal auge del populismo. El alud imparable de falsedades, calumnias, descalificaciones y medias verdades que cuenta en España con destacados voceros sepulta la información, el conocimiento y el discernimiento de la opinión pública. El resultado es catastrófico. La política correcta y la información fundamentada, transparente y veraz, son la única vía para detener la peligrosa desmembración de la sociedad y frenar su pesimista deriva.

Políticos, periodistas, analistas, educadores y creadores de opinión deben ayudar a que el conjunto de ciudadanos entienda que la sociedad está de nuevo en grave peligro. Este debe y puede ser conjurado. Las actitudes blandas, temerosas, complacientes e interesadas de muchos son la lacerante comprobación de la profunda implantación del fenómeno populista en las sociedades de nuestros días.

El crecimiento de viejos y nuevos populismos en todo el planeta es un hecho incontrovertible. Con más o menos fuerza, con mayor o menor capacidad de movilización, siempre con programas extremos, los populistas mantienen una presencia relevante en Europa, EEUU y Latinoamérica.

Marine Le Pen Nicolás Maduro