Es noticia
¿Cómo seguir?
  1. España
  2. Libertad de elegir
Antoni Fernàndez Teixidó

Libertad de elegir

Por

¿Cómo seguir?

Nunca deberíamos haber llegado aquí. Con los acontecimientos vividos en estas semanas, no quedará más camino que el diálogo, la negociación y el acuerdo

Foto: Letrero que ha puesto la agencia de publicidad Sra. Rushmore en la fachada de su sede, en Gran Vía, con la palabra "Parlem" (hablemos, en catalán). (EFE)
Letrero que ha puesto la agencia de publicidad Sra. Rushmore en la fachada de su sede, en Gran Vía, con la palabra "Parlem" (hablemos, en catalán). (EFE)

Estamos en la víspera del desenlace del capítulo decisivo del largo y complejo 'procés'. Desconocemos cómo pueden evolucionar los acontecimientos el día 1 de octubre, pero, indiscutiblemente, nos hallamos en un escenario político descontrolado. Unos y otros disputarán en la calle la hegemonía social de la que presumen. No representa esta situación ninguna sorpresa. Son muchos los artículos en El Confidencial en los que he descrito cómo nos encaminábamos a un choque de consecuencias imprevisibles y todas ellas negativas para Cataluña y España.

No obstante, me inquieta que tantos actores políticos y ciudadanos de buena fe se escandalicen ante la evolución disparatada de los hechos. El Gobierno de España y el Govern de Cataluña han seguido fielmente la estrategia prevista. Nadie ha querido apartarse del guión preestablecido. Probablemente, nadie podía; pero una parte significativa de la ciudadanía sin interiorizar del todo la estrategia independentista ha decidido movilizarse intensamente. A la pregunta de la justificación de su presencia en la calle, se responde cosas diversas: se lucha por la independencia, por la democracia, por el derecho a decidir, contra el Partido Popular, contra las secuelas del franquismo y algunas cosas más. Parece increíble, pero así es.

La argumentación del 'president' Puigdemont y la de los que le apoyan, directa, sencilla, sin matices, emocionalmente, se ha impuesto en el día a día

Tal confusión de propósitos se explica porque los separatistas han ganado ampliamente la batalla del relato. La argumentación del 'president' Puigdemont y la de todos aquellos que le apoyan, directa, sencilla, sin matices, emocionalmente, se ha impuesto en el día a día. Los medios de comunicación públicos y parte de los privados han jugado un papel decisivo en todo ello. A estas alturas, ¿quién se sorprende? El balance es que, con más fuerza de la que cabía esperar, el día 1-O un discurso se impondrá al otro. Tampoco ha ayudado el hecho de que muchos de los que defienden un camino alternativo al planteado por los secesionistas han guardado un prudente silencio. El enrarecido clima político que se vive en Cataluña es de tal envergadura que muchas voces prefieren no decir en público aquello que en privado susurran. Así son, en nuestro país, las cosas.

Si no se produce un giro copernicano a cargo de Puigdemont, cosa que no preveo, el balance del domingo por la noche se resolverá como tantas veces he dicho, en función de que se pueda, o no, contar los votos. Se preguntarán ustedes: ¿contar votos, con qué garantías? Esta pregunta sensata no tiene interés alguno para los independentistas. Creo no equivocarme al decir que se podrá contar. Todavía más, se podrá presentar un balance, fragmentario, parcial, incompleto, de movilizaciones que justificarán pretendidamente la victoria del sí. No importará que las evaluaciones y análisis políticos no se ajusten a los hechos y a la verdad. La política catalana vive, desde hace meses, en un registro diferente. La Ley del Referéndum y la Ley de Transitoriedad Jurídica, votadas por la mayoría del Parlament justifican, desde su perspectiva, la respuesta, cualquiera que sea, del pueblo de Cataluña. Ambas leyes, amparan, sin ambages, la separación.

placeholder Carles Puigdemont firma la Ley de Referéndum. (Reuters)
Carles Puigdemont firma la Ley de Referéndum. (Reuters)

Ésta es la estrategia a la que el Govern dedica todos sus esfuerzos y energías. El cerebro rector de esta orientación lo personifica el 'president' Puigdemont, pero bebe de la fuente de la CUP, ANC y OMNIUM. No quiero que sea objeto de este artículo divagar con la especulación de lo que sucederá al día siguiente. Sospecho, no obstante, que los independentistas no andan muy lejos de la intención de proclamar, solemnemente, la República Catalana. Independientemente de la respuesta del gobierno español, con proporcionalidad o sin ella, abogarán los secesionistas por el mantenimiento de una situación dialéctica de doble poder.

Los portavoces del Partido Popular insisten en que tras el 1-O, se requerirán nuevos interlocutores para inaugurar una nueva fase política. Me pregunto a menudo quiénes serán estos mediadores y en qué consistirá su trabajo. A mi juicio, el presidente Rajoy aventura respuestas con escaso fundamento. Veo muy difícil la interlocución que él desea y espera con unos supuestos vencidos. Con las instituciones catalanas dañadas, –si es que lo llegan a estar–¿qué credibilidad puede tener cualquier tipo de interlocución? Sin debate con los representantes de las instituciones catalanas no hay salida, y me temo que nadie aceptará en Cataluña interlocutores bienintencionados pero impuestos. ¿Cómo seguir entonces? Creo que solo un horizonte de elecciones anticipadas podría aportar la base para esa imprescindible tarea. No sé ahora quién acabará convocando estas elecciones ni cuándo. Reclamo, sin éxito, que lo haga Puigdemont, ahora que aún está a tiempo.

Foto: Reunión de la Junta de Seguridad para el operativo policial ante el 1-O. (EFE)

Dudo que se perciba, por su parte, la dramática responsabilidad que tiene contraída. Preferiría equivocarme, pero es posible que la convocatoria electoral no sea una hipótesis de presente, sino de futuro. Más aún, en unas elecciones a pocos meses vista, ¿cuál sería el resultado de la misma? Pienso que no se alejaría en demasía del actual equilibrio. De modo que habría que volver a empezar. Los interlocutores de futuro han de ser útiles, tener otro talante, apostar por la concordia. Pero hay que admitir que solo pueden ser intérpretes autorizados del peligroso laberinto en el que se encuentran la sociedad española y catalana.

No estamos en condiciones de decir, hoy, cómo puede evolucionar definitivamente la actual correlación de fuerzas. Nadie lo sabe, pero no es muy arriesgado suponer que, salvo que se dé una situación catastrófica, se moverá lentamente. Nunca deberíamos haber llegado aquí. Muchos sostenemos esta tesis, pero mejor si entendemos que de nada sirve lamentarse. Con toda razón, los españoles y los catalanes exigirán explicaciones y habrá que darlas. Quizás, sea entonces el momento de entender con serenidad qué ha pasado en Cataluña, cómo ha respondido España y si hay un marco posible de entendimiento mutuo que sea provechoso para todos. Tengo la certeza de que hoy y mañana se producirá una demanda generalizada de consenso. Con los acontecimientos vividos, padecidos, en estas semanas, todavía frescos en la retina, no quedará más camino que el diálogo, la negociación y el acuerdo. Me dirán que ese siempre ha sido el camino. Sí, es verdad, pero solo se hace camino al andar.

Estamos en la víspera del desenlace del capítulo decisivo del largo y complejo 'procés'. Desconocemos cómo pueden evolucionar los acontecimientos el día 1 de octubre, pero, indiscutiblemente, nos hallamos en un escenario político descontrolado. Unos y otros disputarán en la calle la hegemonía social de la que presumen. No representa esta situación ninguna sorpresa. Son muchos los artículos en El Confidencial en los que he descrito cómo nos encaminábamos a un choque de consecuencias imprevisibles y todas ellas negativas para Cataluña y España.