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Antoni Fernàndez Teixidó

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Cantar la palinodia

¿Cómo cabría calificar este tipo de actuación política? Lisa y llanamente, de impostura. Dicho de otro modo: una retractación un tanto disimulada

Foto: Carme Forcadell. (EFE)
Carme Forcadell. (EFE)

En los últimos días, distintos dirigentes del independentismo catalán han decidido cantar la palinodia. Entendiendo esta expresión como el reconocimiento explícito de errores confesados de mala gana. Dicho de otro modo, una retractación un tanto disimulada. En efecto, desde la comparecencia de Forcadell ante el juez del Supremo y la de sus compañeros y compañeras de la Mesa del Parlament, se ha aceptado a regañadientes lo que sigue: nunca hubo intención de actuar ilegalmente, la proclamación de la República catalana fue un mero gesto simbólico: de la misma, no cabía esperar consecuencia jurídica alguna, acatándose, sin más discusión, la aplicación del artículo 155. Estas fueron las declaraciones de aquellos líderes soberanistas, y esta vía es conocida hoy como la "vía Forcadell".

A continuación, en Barcelona y en Bruselas, miembros del destituido gobierno catalán y otros independentistas, han ido matizando su actuación política en esta última etapa del inacabable 'procés'. Ha quedado claro que la improvisación ha sido la norma de conducta por ellos seguida. No había ni un plan A, ni un plan B, para el día después de la proclamación de la república catalana. Más aún, las pretendidas estructuras de estado se encontraban en un grado de desarrollo de todo punto cuestionable. En síntesis, se ha reconocido que en el mejor de los casos, los ciudadanos de Cataluña poco tenían que esperar de los efectos prácticos en sus vidas, de la pomposa declaración de la flamante República. ¿Es bienvenida la autocrítica? Naturalmente que sí. ¿Es esta suficiente? Por supuesto que no. Extraer las lecciones del 'procés' que ha puesto en jaque la política y la economía, las instituciones y la sociedad catalanas deviene esencial, y, por lo escrito y dicho hasta ahora, sospecho que de nuevo, y una vez más, esta autocrítica es meramente táctica. Oportuna quizás, oportunista seguro.

No había ni un plan A, ni un plan B, para el día después de la proclamación de la república catalana

De hecho, es sorprendente que los partidos independentistas acudan sin excepción a la convocatoria de unas nuevas elecciones autonómicas. ¿No habíamos quedado que el Parlamento había situado Cataluña en un marco post-autonómico? ¿Acaso los plenos parlamentarios del 6 y 7 de septiembre y del 27 de octubre no eran la constatación inequívoca de que la legalidad emanada de la Constitución y del Estatut de Cataluña había quedado superada? Parece no importar. Es más, el argumento principal de los soberanistas en estas próximas elecciones será, sin duda, aprovechar la oportunidad para materializar, por su cuenta, el referéndum nunca acordado con el Estado español. ¿Para este objetivo hay que ir a las elecciones autonómicas? Pues se va. ¿Hay que hacer una autocrítica de circunstancias? Pues se hace. La estrategia por la independencia de la nación no se detiene ante ninguna bagatela táctica. Por supuesto, al tiempo que se acude a la cita electoral, Forcadell y el independentismo presentarán recurso al TC en plena campaña, aun concurriendo a la misma. El disparatado galimatías de siempre.

Si las fuerzas independentistas ganan las elecciones, y constituyen gobierno, habrá una situación muy parecida a la que hemos vivido

El electorado catalán se halla hoy inmerso en un marco político de confusión notable. ¿Hay un auténtico propósito de reforma y enmienda en la oferta separatista o se trata sin más de constituir un nuevo parlamento y elegir un nuevo presidente al grito de: “Decíamos ayer…”? En otras palabras, ¿del resultado del día 21 se infiere un profundo cambio de rumbo sustancial en la estela del reformismo catalán o se trata de un nuevo subterfugio para afianzar un salto cualitativo en el horizonte de la independencia? Les aseguro que del debate al que asistiremos en los próximos días esta clara dicotomía no quedara resuelta. Volvemos al viejo planteamiento de confusión política y conceptual que ha venido caracterizando a ERC, al PDeCAT y a Catalunya Sí Que Es Pot en estos últimos años. Con un inconfesado propósito: reemprender el rumbo por un camino ligeramente distinto. Si las fuerzas independentistas ganan las elecciones y constituyen gobierno, nos encontraremos en una situación muy parecida a la que hemos estado viviendo en este último periodo. ¿Cómo cabría calificar este tipo de actuación política? Lisa y llanamente, de impostura. Se trata de escenificar el canto de la palinodia en público, para decir en voz baja, “esta vez es la definitiva”.

Marta Rovira: "No nos rendiremos, lucharemos hasta el final".

En las próximas elecciones se dirime alguna cosa más. No solo la batalla política entre los dos bloques, independentista y unionista. Resultará fundamental también comprobar, si Cataluña gira una vez más hacia un tripartito de izquierdas que garantice la independencia a medio plazo y la izquierdización a corto. Este parece ser el sino del país. Como he afirmado en múltiples ocasiones, el izquierdismo y el independentismo se necesitan y refuerzan mutuamente. El peso del uno o del otro viene condicionado por las distintas coyunturas por las que esta alianza estratégica transita. Colau y Podemos en Cataluña se preparan para esta eventualidad, Junqueras desde la cárcel se abre a esta posibilidad y en los gabinetes electorales del PDeCAT, del PSC, esta opción se contempla en sus distintas variantes. Asistimos a una curiosa y perversa combinación de impostura y caballo de Troya, la misma vieja canción con una letra algo distinta.

Cuando los líderes independentistas entonan un matizadísimo 'mea culpa', están lejos de aceptar los resultados políticos y económicos de su actuación

Dudo que el mapa político electoral resultante del 21-D comporte un vuelco decisivo en la actual correlación de fuerzas. Me temo que la aritmética parlamentaria resultante hará inviable la mutación en profundidad que la política catalana necesita, pero aún es pronto para decirlo. Es tiempo ahora de aprender todas y cada una de las enseñanzas de este largo y tortuoso 'procés' para poner las bases para que Cataluña dé un giro espectacular. Cuando los líderes independentistas entonan un matizadísimo 'mea culpa', están lejos de aceptar los resultados políticos y económicos de su irresponsable actuación. Eso no va con ellos. Si echamos un vistazo a la economía y sociedad catalanas, a la realidad de nuestras instituciones de gobierno y a la imagen de Cataluña en el mundo, no hay palabras suficientes para justificar tanto desatino. No se trata de enmendar parcialmente unas determinadas actuaciones políticas, es obligado impugnarlas en su totalidad. Si los catalanes no son plenamente conscientes de esta exigencia, tan solo se habrá escrito otro penoso capítulo de la sucesión de acontecimientos que han comportado el retroceso que la imagen y la realidad de Cataluña han experimentado estos últimos meses ante el mundo.

En los últimos días, distintos dirigentes del independentismo catalán han decidido cantar la palinodia. Entendiendo esta expresión como el reconocimiento explícito de errores confesados de mala gana. Dicho de otro modo, una retractación un tanto disimulada. En efecto, desde la comparecencia de Forcadell ante el juez del Supremo y la de sus compañeros y compañeras de la Mesa del Parlament, se ha aceptado a regañadientes lo que sigue: nunca hubo intención de actuar ilegalmente, la proclamación de la República catalana fue un mero gesto simbólico: de la misma, no cabía esperar consecuencia jurídica alguna, acatándose, sin más discusión, la aplicación del artículo 155. Estas fueron las declaraciones de aquellos líderes soberanistas, y esta vía es conocida hoy como la "vía Forcadell".

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