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Antoni Fernàndez Teixidó

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Un sentimiento obstinado

Todos los partidos parecen tener claro que ir a unas nuevas elecciones con carácter inmediato es una arriesgada solución

Foto: Salida de Puigdemont de la cárcel alemana. (Reuters)
Salida de Puigdemont de la cárcel alemana. (Reuters)

Día sí, día también, se nos anuncia, con indisimulada satisfacción, el fin del 'procés'. Obedece, más a un comprensible deseo, que a una realidad sólidamente fundamentada. Es evidente el desgraciado avatar de tanto error político cometido por los líderes independentistas. Se esfuerzan, contumaces, en ello. Tampoco resulta difícil constatar la inexplicable falta de visión demostrada por el Gobierno de España, alejado de la acción política, y peligrosamente parapetado en la lógica judicial, acumulando errores que en nada favorecen al desenlace final del proceso independentista en Cataluña. Es cierto que en las últimas semanas se han producido numerosas declaraciones, que explícitamente recomiendan cambiar la hoja de ruta del soberanismo y ensayar respuestas menos arriesgadas. Distintos dirigentes republicanos, algún líder del PDeCAT y el 'expresident' Mas, sugieren, ahora, situar las coordenadas de la acción política en Cataluña en un plano distinto. Insisten en que se resuelva de inmediato el principal problema de los partidos soberanistas, formar gobierno. Pero estos, tozudos, pretenden investir un presidente al margen de su situación judicial. Primero Puigdemont, después Sànchez, más tarde Turull, de nuevo Puigdemont, Sànchez una vez más y Puigdemont otra vez, amparados hoy en la reciente decisión del Tribunal de Schleswig-Holstein. Así pues, el Parlament catalán sigue enrocado en su estéril y agotador debate.

No obstante, todos parecen tener claro que ir a unas nuevas elecciones con carácter inmediato es una arriesgada solución. Con la excepción de la CUP, no sé si Puigdemont mañana mismo cambiará de opinión; nadie lo desea. Por distintas razones, unos y otros abominan de esta posibilidad. Bien al contrario, diputados y dirigentes reconocen en privado que hay que constituir un gobierno "efectivo" con un candidato a presidente libre, aunque sea por el momento, de problemas judiciales.

Foto: El expresidente de la Generalitat de Cataluña, Carles Puigdemont. (EFE)

Se tardará más o menos, pero al final esa será la única salida. Sin embargo, es relevante señalar que una vez investido el presidente, elegido el Gobierno y transcurridos los primeros días, cuando se ponga en marcha el proceso judicial, todas las contradicciones internas crecerán exponencialmente y estallarán. Hoy, todos están resueltamente interesados en la desaparición del artículo 155. Lo estamos el grueso de los ciudadanos de Cataluña y la mayoría de partidos catalanes. También el gobierno español necesita su retirada y satisfacer así la demanda del PNV para aprobar los presupuestos generales en el Congreso de los Diputados. Todo apunta a que Cataluña dispondrá finalmente de un gobierno, pero pesará sobre él, desde el minuto cero, la espada de Damocles en forma de respuesta de las bases independentistas a una política tibia que pretenda contemporizar para amortiguar las consecuencias del choque frontal producido. Si no se tiene éxito en tal cometido, sospecho que el 155 será aplicado de nuevo, pues la fuerza de los acontecimientos que se desprendan de la actuación judicial, será infinitamente superior a la capacidad de resistencia de los líderes independentistas. Estos serán puestos a prueba por este orden, primero los jueces y, después, sus propias bases electorales.

¿En qué se sustenta la resiliencia, auténtica, del ciudadano declaradamente independentista? Los dos millones de soberanistas en Cataluña han formado parte durante décadas del catalanismo como corriente política hegemónica. Durante este tiempo, la interpretación de la historia nacional de los catalanes ha sido ampliamente analizada, estudiada, y ensalzada en las escuelas. Ese mismo ciudadano provisto de un relato histórico reivindicativo, incluso ha llegado a producir un tardío ajuste de cuentas con el franquismo. Sorprendentemente, esta actitud ha ido madurando despaciosamente durante años. Finalmente, se ha superado una cierta mala conciencia en determinados sectores de las clases medias catalanas, respecto a una tímida pasividad en relación al régimen anterior. Ha triunfado, indiscutiblemente, una visión holística alternativa, profundamente cargada de sentimentalidad, materializándose al mismo tiempo una generalizada y acrítica aceptación de la misma. Sentimientos y razón, convicciones y razón, han tejido un recio discurso de agravios, injusticias y desatenciones, reales o imaginarias, que han trufado todo el quehacer político de cientos de miles de catalanes espoleados por unos líderes que probablemente llegaron a creer que su propio argumentario era verdadero. Ese estado de cosas ha ido madurando en el seno de una sociedad, en parte despolitizada. Podrá parecer exótico el argumento, pero no lo es. Las posiciones adoptadas por este significativo segmento de la sociedad catalana, evidencian sin duda una alarmante falta de reflexión política. En efecto, ley, democracia, legalidad, legitimidad, mayorías y derechos, conforman un universo que no coincide con los cánones precisos de la ortodoxia democrática. La impugnación de la Constitución, primero; y su rechazo, después, es muestra concluyente de esta tendencia. Conceptos que hubiéramos pensado que estaban profundamente asentados en el comportamiento político de todos, han sido puestos en entredicho y se les ha dado la vuelta sin demasiado miramiento.

Ha triunfado, indiscutiblemente, una visión holística alternativa, profundamente cargada de sentimentalidad

Este electorado no se resigna. No va a aceptar la rendición. No quiere dar un solo paso atrás. Hace gala de unas convicciones inamovibles que identifica con un orgullo de lo que, a su juicio, ser patriota catalán significa. Presume de la defensa incondicional de un sentimiento obstinado. Procede preguntarse si esto puede cambiar en un futuro, o estamos condenados, catalanas y catalanes, a una fatal división en los próximos años. Compruebo con el debate político que los independentistas se las prometen felices, pues creen —y tienen parte de razón— que las nuevas generaciones crecen y se educan a la sombra de la causa de la independencia y el estado propio de Cataluña. Sostienen, confiados, que no va a haber vuelta atrás, y que aguarda al país un inevitable triunfo del que solo se desconoce si será a corto o a medio plazo. No importa. Ese sentimiento, ese punto de obstinación, moviliza a miles y miles de mis conciudadanos, que lucen en la solapa un lazo amarillo seguros de que no solo tienen la razón, sino de que les asiste la justicia moral, y la historia se lo reconocerá más pronto que tarde.

He vivido, he hecho política, y he leído lo suficiente para saber que en términos políticos e históricos una correlación de fuerzas, si se desea fervientemente, puede ser cambiada siempre. Pero se requiere una condición insoslayable, hacer política. No obstante, en un escenario tan convulso, sorprende descubrir que la política es un recurso tan escaso. No hay alternativa, no hay escapismo posible, se ha de vencer al independentismo en términos políticos, es decir, disputar la hegemonía de su relato con una visión alternativa, una apuesta distinta para superarles en las urnas. Deberá hacerse desde la base de la tolerancia, la humildad y la inteligencia, pero no se hará si no se comprende y se acepta que, o libramos este combate con convicción y determinación, o la derrota está servida.

Día sí, día también, se nos anuncia, con indisimulada satisfacción, el fin del 'procés'. Obedece, más a un comprensible deseo, que a una realidad sólidamente fundamentada. Es evidente el desgraciado avatar de tanto error político cometido por los líderes independentistas. Se esfuerzan, contumaces, en ello. Tampoco resulta difícil constatar la inexplicable falta de visión demostrada por el Gobierno de España, alejado de la acción política, y peligrosamente parapetado en la lógica judicial, acumulando errores que en nada favorecen al desenlace final del proceso independentista en Cataluña. Es cierto que en las últimas semanas se han producido numerosas declaraciones, que explícitamente recomiendan cambiar la hoja de ruta del soberanismo y ensayar respuestas menos arriesgadas. Distintos dirigentes republicanos, algún líder del PDeCAT y el 'expresident' Mas, sugieren, ahora, situar las coordenadas de la acción política en Cataluña en un plano distinto. Insisten en que se resuelva de inmediato el principal problema de los partidos soberanistas, formar gobierno. Pero estos, tozudos, pretenden investir un presidente al margen de su situación judicial. Primero Puigdemont, después Sànchez, más tarde Turull, de nuevo Puigdemont, Sànchez una vez más y Puigdemont otra vez, amparados hoy en la reciente decisión del Tribunal de Schleswig-Holstein. Así pues, el Parlament catalán sigue enrocado en su estéril y agotador debate.

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