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Antoni Fernàndez Teixidó

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Retórica y hechos

Algunos bienintencionados creían que con la reciente elección de un presidente no incurso en problemas legales, se progresaría, razonablemente, en el entendimiento entre Cataluña y España

Foto: Toma de posesión de Quim Torra. (EFE)
Toma de posesión de Quim Torra. (EFE)

Con la investidura de Torra como 'president' de la Generalitat, Cataluña ha dado un paso adelante en la radicalización del 'procés'. Puigdemont, Torra y los 'consellers' del nuevo gobierno tratarán de transitar desde la institución autonómica a un desarrollo progresivo de figuras y símbolos republicanos. El 'Fem República' es la concreción actual de la larga batalla que libra el independentismo catalán. Algunos bienintencionados creían que con la reciente elección de un presidente no incurso en problemas legales, se progresaría, razonablemente, en el entendimiento entre Cataluña y España. Siempre me mostré muy pesimista al respecto. Sin una asunción franca y explícita del fracaso de la orientación política del separatismo, no cabía hacerse ilusiones. Reconocen los actuales dirigentes soberanistas que se han cometido errores, pero creen que el grueso de los mismos se halla en el pasivo del Gobierno español. Naturalmente, en los dos ámbitos se han producido graves equivocaciones, pero las más decisivas recaen, sin duda, en las filas del separatismo catalán.

Se insiste a menudo en la imprescindible equidistancia que permita alentar la iniciación del diálogo. Este es indiscutiblemente necesario y lamento que hayamos tenido tan poco. No obstante, la pregunta clave es: ¿sobre qué bases ha de producirse la negociación y eventualmente el acuerdo? La llamada al diálogo y al consenso en abstracto es una actitud piadosa que a ningún puerto conduce. Sin extraer todas las ricas lecciones que el 'procés' entraña para Cataluña y España, no habrá diálogo y, si lo hay, acabará bien pronto. La apelación a la negociación sin condiciones previas, es una pretensión vana, y salir del atolladero exige establecer las bases políticas de la misma. Sin estas, la derrota de unos y otros está garantizada.

La llamada al diálogo y al consenso en abstracto es una actitud piadosa que a ningún puerto conduce

La decisión de Puigdemont y de la mayoría del Parlament de investir a Quim Torra, y las primeras decisiones de este al frente de la Generalitat, evidencian que la apelación al "sincero diálogo" forma parte de la retórica republicana. A mi juicio, el designio fundamental de la estrategia de Puigdemont consiste en llegar al 27 de octubre con la posibilidad de que Torra pueda disolver el Parlament y a continuación convocar elecciones. Es esto lo que exige análisis minucioso. Me temo que el Gobierno de España seguirá sin tener iniciativa política para reconducir la situación y tratar de avanzar en la resolución del problema. Y ante este comportamiento, el estado mayor del independentismo sabe que para sobrevivir medio año más, necesita mantener vivas todas las ambiciosas expectativas de su electorado, y al tiempo confiar en que su adversario cometa nuevos errores. Esta es una vieja estrategia que el separatismo ha empleado una y otra vez con éxito considerable. Los acontecimientos del 1 de octubre son la prueba más relevante de tal orientación política.

De modo que JxCAt y ERC intentarán gobernar con una cierta prudencia haciendo uso al unísono de una inflamada retórica republicana, intensa pero inocua. Esta no servirá solo para los domingos, deberá servir para todos los días de la semana. Esto es así porque, como he comentado en otras ocasiones, la base popular del independentismo es muy resiliente. Tenemos un nuevo ejemplo a mano: la producción de libros, artículos y tuits del flamante 'president' de la Generalitat es punto menos que xenófoba. No se trata de espigar casos concretos, hay que analizar su pensamiento político en su conjunto. Más allá de que Torra pida disculpas, —no entiendo cómo puede hacerlo, si no es por una consideración meramente táctica—, lo que él ha escrito ofende gravemente a una parte muy importante del país. También entre los independentistas ese discurso resulta estridente. Tampoco gusta en sus filas, ni sus formas ni su contenido, pero se alzarán pocas voces criticando tanto dislate. El electorado soberanista en Cataluña sabe que esta es una exigencia ética que ahora no puede permitirse. Ni el PDeCAT ni ERC abrirán brecha alguna en el consenso dominante en torno a la pretendida superioridad política y moral del independentismo catalán. Criticarán en privado, pero no discreparán en público.

Para implementar una política eficaz, hay que contar con esa disposición de ánimo de la parte más movilizada del soberanismo catalán. Confundirse a este respecto tiene consecuencias letales. Se bordeará la desobediencia, se forzará la interpretación de las leyes, se hará del Parlament un auténtico campo de batalla, pero las aristas más destacadas de la confrontación se limarán para llegar en condiciones de que Torra disuelva la Cámara catalana en la primera ocasión que pueda. Ese día es el 27 de octubre. Puigdemont lo declaró en una entrevista a 'La Stampa' el pasado fin de semana, y ello facilitó que la CUP optara finalmente por la decisiva abstención. Puigdemont, JxCAT, la CUP y, vicariamente, ERC saben que si las elecciones son convocadas antes de que acabe el año, en pleno juicio contra el independentismo, la mayoría absoluta está prácticamente asegurada. Retórica republicana que veremos cómo se incrementa mes a mes, declaración a declaración, propuesta legislativa a propuesta legislativa, pero contención para evitar la ilegalidad de las conductas.

Se hará del Parlament un campo de batalla, pero las aristas se limarán para llegar en condiciones de que Torra disuelva la Cámara en la primera ocasión

Sostienen los independentistas que viven en un estado poco menos que de sitio. Dicen haber padecido los inclementes efectos del 155 y mantienen que no se recordaba una práctica de la represión tan extrema desde tiempos de la dictadura. Ante ese arsenal de discutibles apreciaciones, la celebración del juicio es el detonante final y hay que llegar vivos a ese momento. Esa es la oportunidad deseada y hay que admitir que tiene una comprensible lógica en un clima muy enrarecido de lucha política. Agotando las partes sus cartuchos, una nueva victoria de los partidos independentistas, quizás más holgada esta vez, sería una pésima noticia para el gobierno español. Una cuarta victoria consecutiva ejemplificaría ante Europa y el mundo, que la causa de los catalanes tiene fundamentos democráticos sólidos. Una lectura difícil de rebatir.

Podremos discutir de las distintas tácticas que complementarán la estrategia arriba referida, pero convendrán conmigo que si esta triunfa, el 'procés' seguirá adelante y la correlación de fuerzas variará sustancialmente. En política, el tiempo es más importante que en gramática, y sospecho que los independentistas han aprendido mucho mejor esta primordial lección. Quizás me equivoque.

Con la investidura de Torra como 'president' de la Generalitat, Cataluña ha dado un paso adelante en la radicalización del 'procés'. Puigdemont, Torra y los 'consellers' del nuevo gobierno tratarán de transitar desde la institución autonómica a un desarrollo progresivo de figuras y símbolos republicanos. El 'Fem República' es la concreción actual de la larga batalla que libra el independentismo catalán. Algunos bienintencionados creían que con la reciente elección de un presidente no incurso en problemas legales, se progresaría, razonablemente, en el entendimiento entre Cataluña y España. Siempre me mostré muy pesimista al respecto. Sin una asunción franca y explícita del fracaso de la orientación política del separatismo, no cabía hacerse ilusiones. Reconocen los actuales dirigentes soberanistas que se han cometido errores, pero creen que el grueso de los mismos se halla en el pasivo del Gobierno español. Naturalmente, en los dos ámbitos se han producido graves equivocaciones, pero las más decisivas recaen, sin duda, en las filas del separatismo catalán.

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