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La España del Príncipe ya no es la España del Rey
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Ángel Alonso Giménez

Los tártaros

Por
Ángel A. Giménez

La España del Príncipe ya no es la España del Rey

En mayo de 2011, el entonces Príncipe de Asturias se había entregado a un proceso de conocimiento exhaustivo de la sociedad española. Su tiempo era el futuro. Actualmente, ya jefe del Estado, debe lidiar con un contexto adverso

Foto: El rey Felipe VI durante una visita al hemiciclo del Congreso. (EFE)
El rey Felipe VI durante una visita al hemiciclo del Congreso. (EFE)
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Cuando conocí al Rey, era príncipe; y España, otro país. Hace diez años, en mayo de 2011, los entonces príncipes de Asturias se habían embarcado en una serie de encuentros privados con asociaciones profesionales para conocer sus funciones y a sus representantes. La Asociación de Periodistas Parlamentarios, de la que formaba parte, fue una de la entidades por las que se interesaron don Felipe y doña Letizia. El almuerzo se celebró en un hotel madrileño.

España, política y socialmente, asistía al comienzo de una nueva era, aunque entonces nadie imaginaba que efectivamente lo sería. Los partidos estaban enfrascados en la campaña electoral de las autonómicas y municipales que el PP afrontaba como claro favorito porque al PSOE se le atragantaba ya la gestión de la crisis. Aquellos días están marcados para la historia porque alumbraron un movimiento nuevo: el 15-M. Tan rápido ha pasado el tiempo, y tan intensamente, que el 15-M no es lo que fue, ni tampoco la monarquía.

El almuerzo con los príncipes se fechó poco después del inicio de la campaña electoral por la que Mariano Rajoy cabalgaba con una comodidad apabullante. La corrupción acaso le causaba un leve sobresalto, un sustito. El Partido Popular cocinó una estrategia de baños de masas, convencido de que iba a arrasar, como así fue. Sin rubor, porque el ambiente era un clamor favorable, el partido conservador situó los mítines en recintos de aforos enormes. Llenó todos y cada uno de ellos.

Foto: Sánchez, esta tarde. (Reuters)

La noche anterior al encuentro con doña Letizia y don Felipe, Rajoy protagonizó un acto multitudinario en Oviedo, en el Palacio de Congresos, obra de Santiago Calatrava, una mole blanca en medio de casas humildes, vestigio de una época por la que Luis Bárcenas y los créditos fáciles de los bancos campaban a sus anchas.

El Partido Popular era, ese año, una máquina de hacer votos. Como era de esperar, los populares lograron gobernar, tras esos comicios, en 13 comunidades autónomas y en casi todas las capitales. Fue un huracán que anticipó otro aún mayor: la mayoría absoluta de las elecciones generales de noviembre.

El inicio de la catarsis

A los que asistimos a aquel almuerzo, el entonces Príncipe causó una impresión magnífica. Demostró un enorme conocimiento del contenido de la Constitución y de su alcance, y demostró afán de conocimiento. Quería conocer cada territorio, cada ciudad, cada pueblo, cada asociación. Era alguien inmerso en un exigente entrenamiento para un futuro complejo. Su tiempo no era ese presente de bipartidismo y aceptación de la Corona; su tiempo era otro que aún no había llegado.

En aquella España, Juan Carlos I encadenaba actos institucionales y apariciones 'campechanas'. Tan pronto daba muestras de su cercanía con motivo de la entrega de un premio como se dejaba ver por un circuito de Fórmula 1 en compañía de Fernando Alonso. En aquella España, las infantas Cristina y Elena solían ocupar páginas y páginas de la prensa rosa y eran incluso admiradas por sus iniciativas a favor de mercadillos solidarios o certámenes hípicos con fines sociales. El prestigio de la monarquía parecía entonces a salvo aunque nubarrones negros, muy negros, se avistaban a lo lejos.

placeholder El rey Juan Carlos durante su tradicional discurso de Nochebuena (I.C.)
El rey Juan Carlos durante su tradicional discurso de Nochebuena (I.C.)

El olor a tierra húmeda se apreciaba, sin embargo, en los despachos de la Zarzuela porque en el discurso de Nochebuena de ese año, 2011, Juan Carlos hizo alusiones reveladoras: "Junto a la crisis económica, me preocupa también enormemente la desconfianza que parece estar extendiéndose en algunos sectores de la opinión pública respecto a la credibilidad y prestigio de algunas de nuestras instituciones".

Añadió aquellla noche: "Necesitamos rigor, seriedad y ejemplaridad en todos los sentidos. Todos, sobre todo las personas con responsabilidades públicas, tenemos el deber de observar un comportamiento adecuado, un comportamiento ejemplar. Cuando se producen conductas irregulares que no se ajustan a la legalidad o a la ética, es natural que la sociedad reaccione. Afortunadamente vivimos en un Estado de Derecho, y cualquier actuación censurable deberá ser juzgada y sancionada con arreglo a la ley. La justicia es igual para todos".

La catarsis

El caso Nóos salpicaba de lleno a su yerno, Iñaki Urdangarin, a quien se apartó de la agenda oficial hasta que su situación judicial se aclarara. Los acontecimientos, sin embargo, no dejaron de empeorar el panorama; y como si una espiral autodestructiva envolviera a casi toda la familia, hasta el mismo Rey apareció un día completamente enfangado. Fue a raíz de la intervención médica por la caída que sufrió en Botsuana, en abril de 2013. España luchaba contra la crisis y contra el paro mientras el monarca se dedicaba a cazar elefantes en países africanos. "Lo siento, no volverá a ocurrir", dijo visiblemente afectado ante una cámara de televisión.

Ocurrir, ocurrir, ha vuelto a ocurrir; o por ser más preciso: ha seguido ocurriendo, con el matiz de que ha trascendido y sigue trascendiendo. José María Olmo, en este mismo medio, ha contado los desmanes de evasiones fiscales, hotelazos y regalazos, por lo que la Fiscalía ha abierto tres diligencias al respecto. El contexto, hace diez años, con el 15-M en auge y la nueva política enfurecida, en especial Podemos y Pablo Iglesias, se estaba haciendo asfixiante. Juan Carlos decidió abdicar.

En junio de 2014, el PP y el PSOE cocinaron el decreto para la sucesión. Resultó ejemplar el procedimiento porque mostró que en cuestiones de Estado ambos partidos eran capaces de entenderse y de mantener la discreción a rajatabla. Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba encabezaban un bipartidismo que agonizaba socialmente y que si se salvaguardaba en el ámbito político era porque no había comenzado el ciclo electoral.

Foto: Las infantas Elena y Cristina. (EFE)

La llegada de Felipe VI marcó un punto de inflexión e instauró un periodo de regeneración, pero al Rey actual le pasa lo que al PP con su pasado, que siempre vuelve. Sus hermanas han sido desalojadas de la familia real para engrosar ese otro concepto llamado "familia del Rey". Hace justo un año, a rebufo del estado de alarma que nos encerró en casa un mes entero, el Rey anunció por medio de un comunicado que quitaba la asignación anual (unos 200.000 euros) a su padre y que renunciaba a la herencia. El hijo expulsaba al padre del cerco institucional, cada vez más amenazado, cada vez más frágil.

Las elecciones de diciembre de 2015 consumaron la catarsis. Podemos entró en el Congreso con más de 60 escaños y Ciudadanos, con más de 30. El bipartidismo que organizó la abdicación del Emérito se sostenía cojo, solo por la pata de Rajoy, aún presidente. A los mandos del PSOE se puso un madrileño de unos 40 años llamado Pedro Sánchez. El diputado socialista no ha renegado nunca de su querencia republicana, pero es mayor su apego a lo institucional. Mientras estuvo en la oposición, intentó sortear las trampas que le ponía la degradación de la monarquía; ahora que está en el Gobierno, ha decidido firmemente protegerla.

El futuro de la catarsis

En la Moncloa trabajan una pléyade de asesores que cada día estudian decenas de encuestas y proyecciones. La obsesión de Iván Redondo es la estrategia a largo plazo, obviando que la realidad es puro 'cholismo', un "partido a partido" a lo bestia. La percepción social de la monarquía está manchada y la pulsión republicana se mueve cada vez con más energía. Pero el presidente del Gobierno ha apostado sin ambages por defender a la jefatura del Estado, como este viernes pudo verse al coincidir ambos en las instalaciones de Seat en Martorell.

Cataluña es un espejo deformante (por virulento) de la evolución de la imagen social de la Corona. Hace poco, el Rey tuvo que entregar el Premio Cervantes a Joan Margarit en un acto privado en Barcelona. A la entrega de despachos de la nueva promoción de jueces, allá por el otoño de 2020, el Rey no pudo asistir porque, según explicó el Gobierno, el contexto de entonces no lo aconsejaba: la seguridad y tal. Los galardones de la Fundación Princesa de Girona parece que ya no se entregarán en Cataluña y la representación de la Generalitat en los eventos del monarca es nula o un amago, como también este viernes pudo comprobarse. En medio, aquel discurso del 3 de octubre que lo empaña todo.

España ha cambiado mucho en poco tiempo. Puede que el cambio que nos aguarda sea aún más salvaje

En 2013, el CIS todavía preguntaba por la imagen de la Corona en sus barómetros. Entonces era muy baja. Hoy, el centro que preside José Félix Tezanos no pregunta por la monarquía, para indignación del republicanismo. En Moncloa son conscientes del deterioro y de la magra valoración que los jóvenes dan a la Corona. El futuro que se avecine no parece halagüeño para el Rey.

España ha cambiado mucho en poco tiempo. Puede que el cambio que nos aguarda sea aún más salvaje. Pablo Iglesias dice a menudo que esa catarsis hacia otro modelo de Estado es inevitable.

Como pude conocer a Felipe de Borbón cuando era príncipe, quizá pueda decir (perdón por la subjetividad) que es una persona tremendamente preparada y, por tanto, capacitada para lidiar con situaciones muy adversas. La actual lo es. Y Felipe, ahora, es el Rey.

Cuando conocí al Rey, era príncipe; y España, otro país. Hace diez años, en mayo de 2011, los entonces príncipes de Asturias se habían embarcado en una serie de encuentros privados con asociaciones profesionales para conocer sus funciones y a sus representantes. La Asociación de Periodistas Parlamentarios, de la que formaba parte, fue una de la entidades por las que se interesaron don Felipe y doña Letizia. El almuerzo se celebró en un hotel madrileño.

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