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La biblioteca real y el convento de monjas poseídas que escaparon de la Inquisición
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Miguel Díaz Martín

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La biblioteca real y el convento de monjas poseídas que escaparon de la Inquisición

Dos edificios de Madrid fueron testigos de sonadas persecuciones iniciadas por el temido Santo Oficio. En este recorrido te guiamos por sus particularidades arquitectónicas, que todavía puedes visitar

Foto: Auto de Fe en la plaza Mayor de Madrid, de Francisco Rizzi. (Museo del Prado)
Auto de Fe en la plaza Mayor de Madrid, de Francisco Rizzi. (Museo del Prado)

La Inquisición Española escribió en Madrid un extenso capítulo de su leyenda negra. Sus cuatro siglos de actividad (del XV al XIX) pueden rememorarse comenzando por el austero caserón en ladrillo, sillería y rejas de la calle Torija, donde tuvo su sede el Consejo de la Suprema y General Inquisición. La ruta, tras una serie de interesantes paradas que incluiría la todavía visitable cárcel de la calle de la Cabeza de Lavapiés, finalizaría en la Plaza de la Cruz Verde, bautizada así por el símbolo de la Inquisición y por albergar numerosas vistas acusatorias. Sin embargo, al acabar, muy pocos habrían llegado al fondo de dos de las persecuciones más sonadas del Santo Oficio.

La primera de ellas ocurrió en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Situémonos allí en una tarde del año 1591. El ocaso se cierne sobre las cuatro torres con chapiteles del complejo rectangular de estilo herreriano, con enérgicos muros graníticos, armoniosas geometrías cuadrangulares, economía en los adornos y pequeños, pero numerosos vanos para ventanas.

placeholder Vista exterior del Monasterio del Escorial. (Patrimonio Nacional)
Vista exterior del Monasterio del Escorial. (Patrimonio Nacional)

Crucemos la puerta principal, sobre la que se erige la gran Biblioteca Laurentina. Cinco ventanas con balcones a oriente y siete ventanas a poniente inundan la estancia de luz natural. En la sala central, un monje devuelve un ejemplar a los anaqueles. Pero este no es un clérigo cualquiera: se trata de fray José de Sigüenza, insigne religioso español y miembro principal de la Orden de los Jerónimos, a quienes el rey Felipe II ha encomendado gestionar el monasterio escurialense donde enterrará a sus padres, los emperadores Carlos V e Isabel de Portugal.

Envidia y herejía entre libros

Sigüenza, que a punto estuvo de alistarse en la Orden de Malta para la defensa de Jerusalén, según la Revista de Estudios Seguntinos, es un hombre próximo al monarca. Felipe II le acaba de nombrar bibliotecario, custodio de las 7.420 reliquias de santos que albergó El Escorial –según la transcripción de Benito Mediavilla y José Rodríguez– y archivero de la real librería del monasterio. Bajo esa autoridad, fray José ha establecido el orden y jerarquía de la biblioteca, una de las más importantes de Occidente y de toda la Hispanidad por sus colecciones de libros, dibujos, instrumentos, mapas o astrolabios. Junto al arquitecto Juan de Herrera y al pintor italiano Pellegrino Tibaldi ha elegido, además, la decoración de sus frisos, cornisas y techos.

placeholder La Biblioteca Laurentina de El Escorial. (Patrimonio Nacional)
La Biblioteca Laurentina de El Escorial. (Patrimonio Nacional)

El resultado es espléndido. En lugar de las tres plantas monacales clásicas, Herrera ha diseñado una sola planta rectangular. La pieza principal alcanza los 54 metros de largo, 9 de ancho y 10 de alto. Su bóveda de cañón con siete vanos presenta frescos con siete matronas alegóricas de las siete artes liberales: Gramática, Retórica, Dialéctica, Aritmética, Música, Geometría y Astrología. La referencia, apunta Patrimonio Nacional, es evidente, pues la obra pretende homenajear a la Capilla Sixtina de Miguel Ángel. Estamos ante una biblioteca digna de un rey.

Pero el éxito de José de Sigüenza no pasa inadvertido. Ese mismo año de 1591, el rector del colegio monacal, Cristóbal de Zafra, y el propio prior monástico, Fray Diego de Yepes, le denuncian ante la Santa Inquisición, como recoge el catedrático Gregorio de Andrés en su obra sobre el proceso. Yepes es nada menos que el confesor de Felipe II, biógrafo y director espiritual de Santa Teresa de Jesús y futuro obispo de la monumental ciudad maña de Tarazona. Sus motivos reales: el pecado capital de la envidia por la ascendencia de Sigüenza sobre la comunidad de El Escorial y sobre el mismo rey, que lo toma como consejero. Su excusa para denunciar: las supuestas prédicas heréticas del bibliotecario y unos estudios sobre los "evangelios desnudos" que llevarían a la interpretación lírica de textos religiosos.

placeholder Placa del Tribunal de la Inquisición en la calle Torija. (Cedida)
Placa del Tribunal de la Inquisición en la calle Torija. (Cedida)

Pese a declarar voluntariamente ante la Inquisición, Sigüenza fue recluido en Toledo, donde padeció enfermedad y duras condiciones de encierro. Solo un año después, el tribunal tuvo que admitir su absolución ante las inconsistencias de los acusadores. A su regreso a El Escorial le siguió una doble elección como prior y el reconocimiento de los suyos, que le propusieron la redacción de la Historia General de los Jerónimos, obra capital sobre la orden. También escribiría la Historia primitiva y exacta del Monasterio de El Escorial, excepcional relato en primera persona sobre la concepción arquitectónica, construcción y vida del cenobio. Aquí, Sigüenza recogió, entre miles de anécdotas y detalles, el disgusto de Felipe II con la traza original de la iglesia ideada por Juan Bautista de Toledo ["le pareció cosa común (…) que no respondía bien con su pensamiento"], que tuvo que ser rediseñada por Juan de Herrera.

Monjas y diablos en Malasaña

Tres décadas después de los sucesos de El Escorial, en 1623, la dama noble Teresa del Valle de la Cerda y su antiguo prometido Jerónimo Villanueva –protonotario de Aragón, secretario de Estado y mano derecha del primer ministro del rey Felipe IV, el todopoderoso Conde Duque de Olivares– fundan en lo que hoy es Malasaña el convento de la Encarnación Benita. Fue este similar a la reconstrucción actual, con sencillas fachadas en ladrillo solo rotas por la portada clasicista de la calle Pez, macizas torres de tejados a cuatro aguas y ventanas enrejadas. En el interior, un claustro ajardinado con galería soportada por arcos de medio punto.

placeholder Convento de las Benedictinas de San Plácido. (Comunidad de Madrid)
Convento de las Benedictinas de San Plácido. (Comunidad de Madrid)

El retiro fue pronto conocido como el "convento de las endemoniadas de San Plácido" debido a la denuncia inquisitorial de 1628 por las supuestas posesiones demoníacas de una veintena de monjas y novicias, así como por las prácticas de iluminismo del capellán. El caso se prolongó durante décadas y la leyenda engordó tanto que Mesonero Romanos la incorporó en El Antiguo Madrid, con furtivo –e inventado– romance entre el rey Felipe IV y una novicia incluido.

La realidad, como han establecido investigadores como Laura S. Muñoz Pérez o Carlos Puyol Buil, es que el reformismo religioso de la abadesa Teresa del Valle y, especialmente, del Conde Duque de Olivares, la acreditada e intensa correspondencia entre ambos y el triángulo que formaban con Juan de Villanueva generaron un cóctel explosivo con las disputas internas del convento y los posibles abusos del fraile confesor sobre las mujeres.

placeholder Detalle de la portada del convento de San Plácido. (COAM)
Detalle de la portada del convento de San Plácido. (COAM)

Ello dio a los enemigos de los tres protagonistas las herramientas para desacreditarles ante Felipe IV y su Corte, sin contar con los propios errores políticos y militares de Olivares, que perdió la confianza regia. Del Valle y Villanueva murieron –tras pasar distintos encierros– calumniados y cansados, pese a recibir la absolución final de la Inquisición cuando el caso llegó a la jurisdicción de la Iglesia de Roma.

placeholder Detalle de la portada del convento de San Plácido. (COAM)
Detalle de la portada del convento de San Plácido. (COAM)

Ficción y leyenda no deben impedir que valoremos la auténtica joya del convento de San Plácido, su iglesia catalogada como Bien de interés Cultural. Erigida por Juan de Corpa bajo la dirección de Fray Lorenzo de Nicolás, la planta de cruz latina y una sola nave luce una gran cúpula encamonada (o falsa cúpula) soportada por armazón de madera, excepcional ejemplo de la solución adoptada en el barroco madrileño, como señala el archivo histórico del Colegio de Arquitectos de Madrid (COAM).

Patrimonialmente, nos encontramos ante una de las iglesias más importantes de Madrid, pues la cúpula y las pechinas lucen frescos de Francisco Rizzi, mientras que el retablo mayor lo preside una Anunciación de Claudio Coello. El cristo crucificado de Velázquez, hoy en el Museo del Prado, también colgó de sus paredes, pero esa es materia e historia para otra entrega de Caminemos Madrid.

La Inquisición Española escribió en Madrid un extenso capítulo de su leyenda negra. Sus cuatro siglos de actividad (del XV al XIX) pueden rememorarse comenzando por el austero caserón en ladrillo, sillería y rejas de la calle Torija, donde tuvo su sede el Consejo de la Suprema y General Inquisición. La ruta, tras una serie de interesantes paradas que incluiría la todavía visitable cárcel de la calle de la Cabeza de Lavapiés, finalizaría en la Plaza de la Cruz Verde, bautizada así por el símbolo de la Inquisición y por albergar numerosas vistas acusatorias. Sin embargo, al acabar, muy pocos habrían llegado al fondo de dos de las persecuciones más sonadas del Santo Oficio.

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