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Hay vida arquitectónica fuera del Bernabéu y estos coliseos de Madrid te lo van a demostrar
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Miguel Díaz Martín

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Hay vida arquitectónica fuera del Bernabéu y estos coliseos de Madrid te lo van a demostrar

Estadios con formas imposibles levantados hace casi 100 años o recintos desaparecidos que congregaban a más espectadores que el fútbol. En la capital hay mucho más que los grandes feudos de Real Madrid o Atlético

Foto: Vista general del triple graderío con la cubierta volada en uve del Hipódromo. (Cedida: Hipódromo de la Zarzuela)
Vista general del triple graderío con la cubierta volada en uve del Hipódromo. (Cedida: Hipódromo de la Zarzuela)

Hoy viajamos a una época donde los coliseos de Madrid no eran para el fútbol. Hace un siglo, el corazón de los amantes del deporte se lo disputaban las elitistas carreras de caballos, las competiciones de galgos, la lucha, el ciclismo o el frontón. Deportes más populares que el de la pelota -que entonces se jugaba en solares yermos sin gradas- y que encargaron sus estadios a grandes arquitectos mucho antes de que el Bernabéu o el Calderón fuesen siquiera un sueño.

En Caminemos Madrid queremos que los conozcas y los aprecies. Por eso, cuando aún nos dura la resaca de la final de la Champions y de los conciertos de Taylor Swift, cambiamos Chamartín por los límites del monte de El Pardo para visitar un estadio elevado oficialmente a la categoría de monumento protegido: el Hipódromo de la Zarzuela.

Los arquitectos Carlos Arniches y Martín Domínguez y el ingeniero Eduardo Torroja idearon en 1934 un conjunto racionalista que todavía asombra por su triple tribuna con cubiertas en voladizo en forma de alas de gaviota. Pese a estar realizadas en láminas de hormigón armado -material pesado donde los haya-, sus bóvedas hiperboloides alcanzan 13 metros de luz y solo 5 centímetros de espesor en sus extremos, como nos señala la Fundación Docomomo Ibérico.

Foto: El Puente de Ventas, una de las obras de Manterola en la capital. (Cedida) Opinión

La prodigiosa estructura concebida por Torroja hace ya más de 90 años se compone de pórticos transversales rematados en la base por la arquería de medio punto, elemento que cose y armoniza el conjunto. Las viseras del graderío se apoyan en pilares centrales conectados mediante vigas y se anclan detrás con un tirante que ayuda a soportar la bóveda bajo las gradas, según el archivo de la Asociación Caminos. La documentación del concurso, que los curiosos todavía pueden rastrear, refleja que Arniches, Martín y Torroja fueron los únicos entre nueve equipos que propusieron una solución de techos curvos para las galerías inferiores.

Sin embargo, no era tan fácil ejecutar las suaves y ligeras formas de las cubiertas. El arriesgado diseño levantó dudas sobre su estabilidad, por lo que Torroja tuvo que hacer un modelo a escala con el que experimentar tanto el sistema constructivo como su resistencia. Los resultados fueron sorprendentes: la estructura soportaba el triple de la carga necesaria, "incluyendo su propio peso y la sobrecarga de la nieve", como consta en el Centro de Estudios de Experimentación de Obras Públicas (CEDEX). El propio CEDEX recalca que las marquesinas resistieron a pesar de ser agujereadas por las bombas en el frente de la Guerra Civil.

placeholder Ensayo de carga de la cubierta laminar del Hipódromo. (Cedida: Fundación Eduardo Torroja)
Ensayo de carga de la cubierta laminar del Hipódromo. (Cedida: Fundación Eduardo Torroja)

En 2004, Junquera Arquitectos llevó a cabo la rehabilitación del hipódromo, que ahora luce una imagen excepcional. El lector que quiera comprobarlo solo tiene que ir a las carreras o a alguno de los eventos sociales que allí se celebran. En esta recuperación participó también la oficina de Carlos Fernández Casado, hogar profesional de otro ingeniero de renombre internacional: el coautor de los rascacielos descolgados de Colón y admirador de Torroja, Javier Manterola.

El canódromo que quiso ser velódromo

Rocambolesca como pocas fue la situación que se dio en el siguiente estadio que visitaremos. Lo encontramos en el patrimonialmente rico distrito de Carabanchel, donde la Sociedad Canódromo levantó en 1960 el mayor estadio para carreras de galgos de la ciudad. Y no uno cualquiera, pues este “hito urbano”, como lo define el Colegio de Arquitectos de Madrid, mantiene la imponente cubierta hormigonada de 17,5 metros de voladizo diseñada por José Ramón Aspiazu, Pedro Pinto y los ingenieros Florencio del Pozo, Rafael López y José Antonio Torroja, a la sazón hijo de Eduardo Torroja y padre de la cantante de Mecano, Ana Torroja.

placeholder Galgos en la pista del canódromo, antes de la inauguración. (Cedida: CSIC)
Galgos en la pista del canódromo, antes de la inauguración. (Cedida: CSIC)

En esta ocasión, el equipo descartó una visera curvada como la del hipódromo por cuestión de plazos. También evitó las vigas de cajón o huecas por su "excesivo peso", como se explica en la revista especializada Informes de la Construcción. La solución: una lámina plegada de formas rectas con nervios que aportaban la rigidez necesaria, apoyo en pilar y anclaje con tirantes en V. Hasta 5.000 personas se sentaban bajo la apabullante estructura de hormigón, menos grácil a la vista que la del hipódromo, pero igual de efectiva. En este caso, los cálculos estructurales se verificaron mediante maquetas artesanas de plexiglás, maquetas en escayola que se ensayaron en rotura y una técnica de superposición de negativos fotográficos para visualizar el antes y el después de las cargas en la cubierta. La construcción, eso sí, necesitó de una gran estructura a modo de cimbra para sostener la visera mientras se fraguaba el hormigón.

placeholder La tribuna del canódromo, con las dependencias inferiores acristaladas. (Cedida: CSIC)
La tribuna del canódromo, con las dependencias inferiores acristaladas. (Cedida: CSIC)

La Sociedad Canódromo quiso añadir piscinas y hasta una bolera antes de que la afición por los galgos decayese en los años 80, pero estos espacios nunca fueron edificados. Ante el abandono de la instalación, el alcalde Agustín Rodríguez Sahagún quiso reconvertir el canódromo en un velódromo que jamás albergó competiciones, despilfarrando por el camino 70.000 metros de costosísima madera tropical de afzelia traída expresamente de Camerún. Otro alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón, desmontó sin miramientos la pista que habían creado con enorme precisión Manuel Canalda, Carlos Revuelta, Jaime Pérez y José Antonio Torroja. La madera fue abandonada tras invertir otros 300.000 euros en su desmontaje y almacenaje. Finalmente, el Canódromo fue reconvertido -cómo no- en otro campo de fútbol.

Frontón, boxeo y conciertos fallidos

La hípica y las carreras de galgos venían compartiendo protagonismo con el frontón, que desde el siglo s. XIX nos había dado joyas arquitectónicas como el desaparecido Frontón Recoletos de Zuazo o el Beti Jai, único conservado en la actualidad. Sin llegar a su altura, el Euskal Jai lucía, por ejemplo, una cubierta "atrevidísima" con cristales raspados sobre estructura de hierro con tirantes y tensores, así como gradas para más de dos mil personas. El Central, del Daniel Zavala, dispuso de lucernario con armadura ligera de hierro laminado que alcanzaba 20 metros de ancho y 25 de altura en su cenit, según la obra de Ignacio Ramos.

placeholder Sección transversal del frontón Euskal Jai, donde se aprecia la estructura de la cubierta. (Cedida: Archivo Municipal de Madrid)
Sección transversal del frontón Euskal Jai, donde se aprecia la estructura de la cubierta. (Cedida: Archivo Municipal de Madrid)

Pero el frontón también decayó y los madrileños tuvieron que buscar nuevas aficiones. Las encontraron en otro estadio cuya importancia fue más social que arquitectónica: el Campo del Gas. Bautizado así por la factoría de combustible próxima a la Puerta de Toledo, este recinto acogió las peleas de lucha libre del coloso español Hércules Cortes, globos aerostáticos o sesiones nocturnas de boxeo a los que el director de cine José Luis Garci dedicó un libro.

placeholder Chimenea del actual parque del gasómetro, recuerdo del Campo del Gas. (Cedida: Ayuntamiento de Madrid)
Chimenea del actual parque del gasómetro, recuerdo del Campo del Gas. (Cedida: Ayuntamiento de Madrid)

Con la chimenea cónica de la fábrica de ladrillo y el triple arco de entrada como únicos elementos interesantes, el Campo del Gas era, en realidad, un descampado donde se ponían cuadriláteros, porterías o escenarios. Para las crónicas quedó, por ejemplo, la fallida actuación de los británicos Supertramp un tórrido julio de 1983, descrito por la revista Diez Minutos como una "batalla campal" por las "misérrimas" puertas de acceso y los muros bajos del recinto. Estos no pudieron contener ni a los 12.000 espectadores que se hacinaban dentro ni a los 5.000 que esperaban fuera entre fans, individuos que pretendían colarse e "indigentes", según la publicación. No fue el único incidente en el Campo del Gas: tres años más tarde, la prohibición gubernativa de un concierto del grupo abertzale Kortatu terminó en disturbios

Como hemos visto, los recintos deportivos de la capital son mucho más que el Metropolitano -con su cubierta ondulada- o el Santiago Bernabéu -sin quitarle a este ni un ápice de reconocimiento por la obra de ingeniería que lo ha transformado en un multiusos-. Ahora que conoces otros estadios de renombre, esperamos que abras tu mente a los nuevos descubrimientos que iremos haciendo si nos acompañas a caminar por Madrid.

Hoy viajamos a una época donde los coliseos de Madrid no eran para el fútbol. Hace un siglo, el corazón de los amantes del deporte se lo disputaban las elitistas carreras de caballos, las competiciones de galgos, la lucha, el ciclismo o el frontón. Deportes más populares que el de la pelota -que entonces se jugaba en solares yermos sin gradas- y que encargaron sus estadios a grandes arquitectos mucho antes de que el Bernabéu o el Calderón fuesen siquiera un sueño.

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