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Caminemos Madrid
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El loco proyecto que quiso privatizar la Plaza Mayor y convertirla en invernadero
Un empresario adinerado, una idea estrambótica y uno de los espacios más turísticos de España. Así fue cómo uno de los enclaves más icónicos de Madrid pudo acabar como un jardín de recreo privatizado
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Esta es una historia nunca contada. Una ocurrencia arquitectónica que pudo poner patas arriba el Madrid del siglo XIX, pues, de haber salido adelante, habría transformado la icónica Plaza Mayor de la capital en un rimbombante jardín de gestión privada.
El proyecto se encuentra depositado en el Cuartel de Conde Duque, antiguo complejo militar para la Guardia de Corps diseñado por Ardemans y Pedro de Ribera y reconvertido en Archivo de la Villa; un complejo que siempre merece una visita por sus largas crujías de bóveda de ladrillo, su decoración barroca madrileña y su magnífica portada pétrea rematada con escudo de la Corona. Pero no nos desviemos, pues nos detendremos aquí en futuras rutas de Caminemos Madrid.
Es en los amarillentos papeles que el Conde Duque guarda donde encontraremos el intento de un tal Carlos de Villedenil por convencer a las autoridades de un estrambótico negocio: cerrar la Plaza Mayor con una inmensa cúpula de cristal y permitir su explotación comercial y recreativa durante todo el año.
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¿Pero quién era este hombre y cómo pretendía cubrir el tercer foro público más grande de España? Carlos de Villedenil se presenta ante los munícipes como un "ingeniero civil vecino de París", pero con residencia en la Villa y Corte. Aunque esto es verdad, Villedenil también era un empresario con intereses en la minería, las líneas ferroviarias del norte (Segovia, Miranda del Ebro, Reinosa) o en la transformación de materias primas (alcoholes, barita), según se puede rastrear en la Gaceta de Madrid, la publicación que antecedió al Boletín Oficial del Estado.
Una bóveda de hierro y cristal
Nuestro protagonista es un hombre audaz, así que, ni corto ni perezoso, escribe de su puño y letra al duque de Sesto –alcalde y corregidor de la Villa– el 11 de diciembre de 1860. Villedenil pregunta al noble por sus intenciones respecto a las corridas de toros que se celebran en la plaza –que bien conocen nuestros lectores habituales– y redacta un breve esbozo de su plan. En un solitario folio, resume su petición y la endulza con un caramelo destinado a seducir al corregidor: bajo la nueva cúpula de la Plaza Mayor, que el empresario pagará enteramente de su bolsillo, instalará "un invernadero gratis y público" para disfrute de todos los madrileños.
El documento llega hasta el negociado de Obras del Ayuntamiento, pero queda sin respuesta. Impaciente por conseguir luz verde, Villedenil escribe de nuevo al duque de Sesto el 23 de diciembre, víspera de Nochebuena. Este nuevo documento, ahora prolijo en detalles, consigue su propósito: los responsables municipales se quedan totalmente alucinados ante lo que les ofrece el empresario, pero no para bien precisamente.
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En su entusiasmo, el ingeniero explica cómo será la futura cúpula. Se tratará de una monumental estructura de hierro colado y forjado en forma de media naranja que, partiendo de los arcos que delimitan los portales, se elevará sobre la estatua ecuestre de Felipe III. El monumento, una escultura de estilo manierista realizada en bronce por Pietro Tacca y que Isabel II ordenó trasladar a esta ubicación, quedaría en el mismo centro del nuevo jardín.
Nada dice nuestro técnico acerca de cómo sustentar semejante domo sobre los arcos, que tras la reforma acometida por Juan de Villanueva un siglo antes soportan tres plantas de viviendas y una cuarta abuhardillada, en lugar de las seis alturas originales. Tampoco resuelve el evidente problema que arroja la inserción de una cúpula semicircular en una plaza de planta rectangular. Eso sí, Villedenil abunda en la rica decoración de los cristales de la estructura y en que los vidrios se lucirán de blanco en verano para "entretener una temperatura fresca" en el interior. En el invernadero, promete una abundancia de naranjos, laureles, flores, hasta cuatro fuentes y "un mínimo de cien luces de gas" con filetes dorados. Ahí es nada, que diría un castizo.
Ni riesgos ni impuestos
Pero no son ni el invernadero –idea no tan peregrina, pues la plaza lucirá jardines, fuentes y hasta árboles de gran porte en diferentes épocas– ni su cuestionable diseño arquitectónico lo que espantan al duque de Sesto, sino la ambición desmedida del empresario, que no está dispuesto a asumir ni el más mínimo riesgo en la operación.
A cambio de su desinteresado gesto con la ciudad, Villedenil exige el derecho a explotar en exclusiva la Plaza Mayor durante 30 años –incluida la administración de su popular Mercado de Navidad–, a cobrar por cada nuevo puesto u oficio que allí se instale y a recaudar un maravedí a cada persona que se siente en los bancos o sillas. El negocio no acaba aquí, pues Villedenil reclama el "privilegio" de dar doce fiestas al año en la plaza "cuando mejor le favorezca" al precio de cuatro reales la entrada. Además, los propietarios de las viviendas y negocios existentes deberán abonarle 3 reales diarios por cada uno de los 114 arcos de la plaza en concepto de revalorización, pues, estima, las propiedades adquirirán "un valor muy importante" gracias a su iniciativa.
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Villedenil remata la disparatada idea solicitando nada menos que la exención a perpetuidad de todos los impuestos y tasas sobre sus rentas, actividades o bienes; ello, mientras afirma que los gastos de limpieza, seguridad, alumbrado, obras y reparaciones de la plaza deberán correr enteramente por cuenta de las arcas municipales.
Ante este panorama, las comisiones de Obras y Hacienda se reúnen el 31 de enero de 1861 para emitir un unánime y categórico no. Pero, en lugar de rendirse, el promotor hace honor a su fama de tenaz y elabora una nueva propuesta. Esta vez renuncia a la tasa a los propietarios y promete donar a la beneficencia las ganancias no de doce, sino de sesenta fiestas al año. Tal era el tamaño de los beneficios que pensaba obtener con los mercados y otras fórmulas. Además, reformula la cúpula acristalada. Sin adjuntar por segunda vez plano o indicación alguna, asevera que la vidriera arrancará a partir del tercer piso de la plaza, lo que proporcionará a los vecinos –a los que acusa de oponerse a su idea "por ignorancia"– unas magníficas vistas al interior del invernadero, pero, también una cantidad de ruido considerable.
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El proyecto de Carlos Villedenil se estrella definitivamente en marzo, cuando el Ayuntamiento se ratifica en su negativa al "no hallar mérito" ni réditos suficientes para los madrileños.
Así, con un portazo rotundo, fue como acabó la historia de una de las muchas ocurrencias que se han planteado en la ciudad y que han incluido batallas de barcos (naumaquias) en el estanque del Retiro, norias gigantes al estilo del London Eye o museos futuristas en pleno Paseo del Prado. Por fortuna, ninguno de ellos salió adelante y hoy disfrutamos de un entorno y de una Plaza Mayor con un marcado carácter histórico que refuerza nuestra identidad, la identidad de Madrid.
Felipe III sigue vigilando tras su verja de lanzas, elevado en su pedestal prismático de caliza y granito rosa y gris, una Plaza Mayor restaurada y protegida por su valor cultural, sin tráfico y sin jardines, pero llena de vida como la región que seguiremos descubriendo en los siguientes capítulos de Caminemos Madrid.
Esta es una historia nunca contada. Una ocurrencia arquitectónica que pudo poner patas arriba el Madrid del siglo XIX, pues, de haber salido adelante, habría transformado la icónica Plaza Mayor de la capital en un rimbombante jardín de gestión privada.