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Caminemos Madrid
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Un Olimpo de dioses y faunos en pleno monte de El Pardo: la insólita Torre de la Parada
¿Cómo llegaron a parar doscientas obras de maestros como Rubens, Velázquez o Vicente Carducho a una atalaya en medio de El Pardo? Esta es la historia de la desaparecida Torre de la Parada
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En el siglo XVI, el futuro rey Felipe II le preguntó a su padre si podía tener “un cuarto propio” fuera de palacio. Carlos I de España y V de Alemania -como recitábamos en el colegio- ya tenía bastante con dirigir el Imperio Español y el Sacro Imperio Romano Germánico, así que debió de contestarle a su hijo algo parecido a “haz lo que te dé la gana”. Y así fue como Felipe se construyó no una habitación, sino un edificio entero, la Torre de la Parada, que con el tiempo se convertiría en un museo de arte de extraordinario valor en pleno monte de El Pardo.
Las ruinas de esta singular atalaya son fáciles de localizar. Solo hay que seguir el camino que une la puerta de El Goloso con el embalse del monte. A medio camino entre ambos puntos, tres kilómetros al noreste desde el Palacio de El Pardo, se eleva el promontorio donde estuvo la construcción “bella, alta y fuerte” que el entonces infante usó para disfrutar de su soledad y de la compañía, según recoge el archivo del Museo de Historia de Madrid.
La torre fue especial desde el principio. Felipe II inauguró con ella la pasión arquitectónica que le llevaría a promover las obras en los Palacios de Aranjuez y de Valsaín (Segovia), la nueva Plaza Mayor de Madrid, y, como no, su gran legado, el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. En segundo lugar, porque el futuro ‘rey Prudente’ no quería otro refugio para la caza como los que ya había en otros cotos reales, sino una torre que demostrase su magnificencia.
Esta era una edificación de planta cuadrada y cuatro alturas (baja + 3) hecha en sillería y ladrillo, con 17 metros de altura y 7 de ancho. Tenía una amplia puerta de granito donde figuraba el escudo real con guirnaldas y estaba rematada en lo alto por un espléndido chapitel ochavado -ocho ángulos iguales y ocho lados iguales cuatro a cuatro y alternados- de inspiración europea que acababa en una poderosa aguja con bolas doradas. Este chapitel cubierto de pizarra y soportado por una intrincada estructura de madera sería uno de los primeros construidos en España con esta configuración, según la tesis doctoral del arquitecto Raimundo Estepa.
La Torre de la Parada también lucía cuatro chimeneas, aunque solo la del oratorio del rey y la de su cámara, situada en el ático del tercer piso, eran funcionales, de acuerdo al estudio de la doctora en Historia del Arte Araceli Martínez.
Pero que la vista del chapitel asomando sobre las copas de los árboles no os engañe, queridos lectores. Por dentro, las reconstrucciones nos hablan de un espacio más bien sencillo, con zaguán y caballeriza en la planta baja, cocina, escalera de caracol y paredes encaladas bajo techos con bóvedas y vigas de madera vistas. Así lo recogen las imágenes creadas por la especialista Lucía Rodero, donde podemos evocar las magras comodidades de la época, que pocos aguantaríamos hoy en un paraje frío y ventoso en los meses más duros como es el de El Pardo.
El desembarco de Rubens
La monarquía hizo uso de este enclave durante decenios, pero sería Felipe IV, nieto de Felipe II, quien transformase la Torre de la Parada en un lugar sorprendente. El rey ordenó al trazador real Juan Gómez de Mora que ampliase el edificio diseñado por Luis de Vega. Para ello, adosó un cuerpo inferior de habitaciones -llamado guardainfante- en la base de la torre y añadió a la parcela una casa de oficios con cocheras, caballerizas y capilla para la servidumbre, además de una tapia perimetral con postigos.
Una vez ejecutadas las obras, el ‘Rey Planeta’ hizo de la atalaya un auténtico museo que llenó con alrededor de doscientos cuadros firmados por los mayores artistas del barroco. De las paredes de la torre colgaron, por ejemplo, sesenta cuadros de Rubens inspirados en la obra del poeta clásico Ovidio.
El Museo del Prado, donde se pueden contemplar varias obras y bocetos originales, acredita que en la Torre de la Parada estuvieron El rapto de Proserpina, Prometeo, Hércules y el cancerbero u Orfeo y Eurídice, que se mezclarían, en una sucesión de tamaños y formatos, con los dioses, faunos y centauros de obras como El nacimiento de la Vía Láctea, Vulcano forjando los rayos de Júpiter o Saturno devorando a un hijo. Todo un Olimpo hecho por y para la Corte de Madrid. El tamaño del encargo llevó a Rubens a contratar a maestros de la ciudad de Amberes como Jan Boeckhorst, Jan Cossiers, Cornelis de Vos o Jan Van Eyck para completar las series que el monarca demandaba.
El rey también incluyó temáticas como la filosofía, la guerra, la caza o el retrato con obras pintadas por Diego de Velázquez: Esopo y Menipo, El dios Marte, Felipe IV, cazador, cuatro retratos de “sujetos y enanos” o la llamada Tela real que muestra una de sus partidas de caza. Esta última no la podremos ver en España, sino en la misma National Gallery de Londres que hoy se encuentra inmersa en una tremenda polémica desatada, precisamente, por una obra atribuida a Rubens.
Por si la torre aún no fuera un insólito punto de referencia del arte flamenco y español de la época, otro afamado autor barroco como Vicente Carducho fue el encargado de realizar una treintena de pinturas para el oratorio personal de Felipe IV. Entre las telas que lo adornaron estuvieron, de acuerdo al Instituto de Estudios Madrileños, escenas bíblicas como la Coronación de la virgen, la huida a Egipto o la Visitación.
Si el lector aún se está preguntando cómo es posible que nunca haya oído hablar de este singular museo, la respuesta es que la torre fue incendiada en el siglo XIX. Su riqueza, sin embargo, se disgregó mucho antes. El ascenso de los Borbones al trono provocó el declive de El Pardo y el auge de otros cazaderos y palacios estacionales como el de Aranjuez. Los cuadros de la Parada, bien pasaron a formar parte del patrimonio de la Corona, bien acabaron en manos privadas, unos en España, otros fuera de nuestras fronteras.
El recorrido que hemos hecho hoy es solo un pequeño viaje por todo el patrimonio que llegó a atesorar y por ese rastro arquitectónico y artístico que sigue anclado en el tiempo en su promontorio, en medio del Monte de El Pardo. Quien desee visitarlo, ya ha dado en Caminemos Madrid los primeros pasos.
En el siglo XVI, el futuro rey Felipe II le preguntó a su padre si podía tener “un cuarto propio” fuera de palacio. Carlos I de España y V de Alemania -como recitábamos en el colegio- ya tenía bastante con dirigir el Imperio Español y el Sacro Imperio Romano Germánico, así que debió de contestarle a su hijo algo parecido a “haz lo que te dé la gana”. Y así fue como Felipe se construyó no una habitación, sino un edificio entero, la Torre de la Parada, que con el tiempo se convertiría en un museo de arte de extraordinario valor en pleno monte de El Pardo.