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Dónde come McCoy | Casa Vallecas, la (dura) esclavitud de lo bien hecho
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Alberto Artero

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Dónde come McCoy | Casa Vallecas, la (dura) esclavitud de lo bien hecho

Alguien nos sugirió que nos dejáramos caer por Berlanga de Duero y los predios de Jesús si queríamos tener una experiencia culinaria insospechada. No se equivocaba lo más mínimo

Foto: Imagen: Laura Martín.
Imagen: Laura Martín.
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No es mala época esta para dejarse caer por Soria, una de esas provincias fuera del radar que, cuanto más las conoces, más te enamoran. La ladra y la berrea son buen reclamo para cazadores mientras que los amantes de las setas encuentran, con las primeras lluvias, todo tipo de variedades. Perderse en sus bosques, pueblos y senderos con la llegada del otoño es un placer para los sentidos. Añadan al cóctel una riqueza monumental que apabulla y ya tienen el fin de semana hecho. Ni que pensárselo deben.

La provincia es una caja de sorpresas, también en lo gastronómico. Así, tras contradecir al poeta y acompañar, paseando, al Duero, recoger moras y champiñones, hacer parada en los distintos monasterios de la capital, visitar el Castillo de Gormaz y contemplar el caimán disecado de la impresionante colegiata de Berlanga de Duero, alguien nos sugirió que nos dejáramos caer, en este último pueblo, por los predios de Jesús, Chuchi, Chuchete, si queríamos tener una experiencia culinaria insospechada, por el lugar y por el local.

Y a fe que la recomendación fue buena.

Foto: Imagen: Irene de Pablo. Opinión
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Alberto Artero Ilustración: Irene de Pablo

De 'cohone', que diría uno de los asiduos al lugar.

Casa Vallecas —me quedé con ganas de saber el porqué del nombre— es un refugio de buena cocina al que no se le puede poner un 'pero'. Y eso que no nos dejamos llevar por la tentación de un menú degustación que, por 60 euros —que ya es para donde es—, prometía momentos de gloria. Nos limitamos a recorrer de manera intensa una carta en la que la caza ocupa un papel principal.

Así, arrancamos con cositas ricas como la increíble en su simplicidad ensalada de burrata, cherris y rúcula; las cremosas croquetas de jamón, de rebozado perfecto; el foie de pato a la plancha con miel y mostaza, pura explosión de sabor; o el huevo a 63º con trufa, morro y migas, para comer a paladas. Nos quedamos con ganas de las alubias pintas con oreja, de reconocida fama, pero era reventar o disfrutar. Y había que volver a Madrid. En otra ocasión será.

Para los segundos, nos entretuvimos en un surtido variado.

Muy rico y perfecto de punto el lomo de bacalao con espuma de patata y codium; de peor presentación, pero bien resuelto, el rodaballo al horno (una pieza de ración difícil de encontrar); brutal, al menos para mí, el lomo de jabalí con salsa moscatel, aunque fue más del gusto del respetable el de ciervo con grosellas (reconozco que el sabor intenso del fruto rojo me cansa); por último, original y deliciosa la paloma torcaz con 'foie-gras', champiñón en láminas, castañas estofadas y salsa de boletus. De 10.

Y, entonces, llegaron los postres. Para qué más. No duden en hacerles hueco. Como sea.

El arroz con leche es de peregrinación, al igual que las natillas, ambas de confección casera. Nos gustó menos la torrija caramelizada con helado de leche de cabra, que fue de lo poco que quedó en la mesa. Y de la tarta de queso cayó la primera y hubo que pedir una segunda, hasta ahí puedo leer. Sin duda, otra de las triunfadoras de la jornada. Aunque hay referencias de otras denominaciones de origen, la carta de vinos es extensa, como no podía ser de otra manera, en Riberas del Duero que se ofrecen a un coste bastante razonable. Nos decantamos por un Antídoto 2019, a 17 euros la botella. Mejor relación calidad-precio, imposible.

Comedor funcional en el que no esperen ningún guiño a la modernidad, más allá de los frescos que cubren una de sus paredes. Servicio excepcional a cargo del propio Jesús, esto lo descubrimos de casualidad al final, con todo tipo de facilidades para adultos, niños, celíacos y canosos como un servidor, que de todo hay en la viña del Señor.

No es mala época esta para dejarse caer por Soria, una de esas provincias fuera del radar que, cuanto más las conoces, más te enamoran

Y, ahora, la pregunta del millón: ¿por qué ese titular?

Pues que del éxito se vive, pero con el éxito también se sufre y el coronel Jesús no tiene quien le escriba. Restaurante a tope, así como la terraza: bodas, bautizos, comuniones un fin de semana sí y al otro también y él, al frente, en el frente, de frente, sin visos de alguien que tome el relevo y le libere de ser el más rico del cementerio, momento que esperemos que se alargue todo lo posible. Es la cosa de esa España vaciada en la que siempre suena la misma cantinela: ¿y después, qué?

Pues eso.

De momento, vayan a Soria, escuchen la ladra o la berrea, paseen por sus riberas, cojan moras y si les dejan, setas, recorran iglesias, conventos y monasterios y desvíense lo que haga falta para llegarse a Berlanga y a Casa Vallecas. Les merecerá la pena.

La semana que viene más y, seguro, mejor y siempre en Instagram, con #mywineanddine.

No es mala época esta para dejarse caer por Soria, una de esas provincias fuera del radar que, cuanto más las conoces, más te enamoran. La ladra y la berrea son buen reclamo para cazadores mientras que los amantes de las setas encuentran, con las primeras lluvias, todo tipo de variedades. Perderse en sus bosques, pueblos y senderos con la llegada del otoño es un placer para los sentidos. Añadan al cóctel una riqueza monumental que apabulla y ya tienen el fin de semana hecho. Ni que pensárselo deben.

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